Rainer María Rilke
(Austria, 1875-1926) en HOMENAJE al gran escultor y grabador chileno EMILIO MIGUEL que me diera a conocer en 1957 "Los cuadernos de Malte Laurids Brigge", al gran siquiatra chileno Otto Doer Zegers, uno de los traductores de Rilke, indispensables de leer, y al estimado bibliófilo chileno Don Fernando Concha Cruz, ex bibliotecario de la Real Biblioteca de Estocolmo, Suecia, quien me destacara el significado de la belleza en la primera Elegía de Rilke.
Poeta y novelista austro-germánico, considerado como uno de los más importantes e influyentes poetas modernos a causa de su preciso estilo lírico, sus simbólicas imágenes y sus reflexiones espirituales. Nació en Praga el 4 de diciembre de 1875. Después de una infancia solitaria y llena de conflictos emocionales, estudió en las universidades de Praga, Munich y Berlín. Sus primeras obras publicadas fueron poemas de amor, titulados Vida y canciones (1894). En 1897, Rilke conoció a Lou Andreas-Salomé, la hija de un general ruso, y dos años después viajaba con ella a su país natal. Inspirado por las dimensiones y la belleza del paisaje tanto como por la profundidad espiritual de la gente con que se encontró, Rilke se formó la creencia de que Dios está presente en todas las cosas. Estos sentimientos encontraron expresión poética en Historias del buen Dios (1900). Después de 1900 Rilke eliminó de su poesía el vago lirismo que, al menos en parte, le habían inspirado los simbolistas franceses, y, en su lugar, adoptó un estilo preciso y concreto, del que pueden dar ejemplo los poemas recogidos en el Libro de las imágenes (1902) y las series de versos de El libro de las horas (1905).
En París, en 1902, Rilke conoció al escultor Auguste Rodin y fue su secretario de 1905 a 1906. Rodin enseñó al poeta a contemplar la obra de arte como una actividad religiosa y a hacer sus versos tan consistentes y completos como esculturas. Los poemas de este período aparecieron en Nuevos poemas (2 volúmenes, 1907-1908). Hasta el estallido de la I Guerra Mundial, Rilke vivió en París, desde la que emprendió viajes por Europa y el norte de Africa. De 1910 a 1912 vivió en el castillo de Duino, cerca de Trieste (ahora en Italia), donde escribió los poemas que forman La vida de María (1913), a los que después pondría música el compositor alemán Paul Hindemith, y las dos primeras de las diez Elegías de Duino (1923). En su obra en prosa más importante, Los cuadernos de Malte Laurids Brigge (1910), novela comenzada en Roma en 1904, empleó corrosivas imágenes para transmitir las reacciones que la vida en París provoca en un joven escritor muy parecido a él mismo.
Rilke residió en Munich durante casi toda la I Guerra Mundial y en 1919 se trasladó a Sierre (Suiza), donde se estableció, salvo visitas ocasionales a París y Venecia, para el resto de su vida. Allí completó las Elegías de Duino y escribió Sonetos a Orfeo (1923). Estos dos ciclos son considerados como su logro poético más importante. Las elegías presentan a la muerte como una transformación de la vida en una realidad interior que, junto con la vida, forman un todo unificado. La mayoría de los sonetos cantan la vida y la muerte como una experiencia cósmica. La obra de Rilke con su hermetismo, soledad, pereza llegó a un profundo existencialismo e influyó en los escritores de los años cincuenta tanto de Europa como de América. En lengua española, Rilke tuvo excelentes traductores -admiradores- como Francisco Ayala, Pablo Neruda, Gonzalo Torrente Ballester o José María Valverde. Rilke murió el 29 de diciembre de 1926 en Valmont (Suiza).
En París, en 1902, Rilke conoció al escultor Auguste Rodin y fue su secretario de 1905 a 1906. Rodin enseñó al poeta a contemplar la obra de arte como una actividad religiosa y a hacer sus versos tan consistentes y completos como esculturas. Los poemas de este período aparecieron en Nuevos poemas (2 volúmenes, 1907-1908). Hasta el estallido de la I Guerra Mundial, Rilke vivió en París, desde la que emprendió viajes por Europa y el norte de Africa. De 1910 a 1912 vivió en el castillo de Duino, cerca de Trieste (ahora en Italia), donde escribió los poemas que forman La vida de María (1913), a los que después pondría música el compositor alemán Paul Hindemith, y las dos primeras de las diez Elegías de Duino (1923). En su obra en prosa más importante, Los cuadernos de Malte Laurids Brigge (1910), novela comenzada en Roma en 1904, empleó corrosivas imágenes para transmitir las reacciones que la vida en París provoca en un joven escritor muy parecido a él mismo.
Rilke residió en Munich durante casi toda la I Guerra Mundial y en 1919 se trasladó a Sierre (Suiza), donde se estableció, salvo visitas ocasionales a París y Venecia, para el resto de su vida. Allí completó las Elegías de Duino y escribió Sonetos a Orfeo (1923). Estos dos ciclos son considerados como su logro poético más importante. Las elegías presentan a la muerte como una transformación de la vida en una realidad interior que, junto con la vida, forman un todo unificado. La mayoría de los sonetos cantan la vida y la muerte como una experiencia cósmica. La obra de Rilke con su hermetismo, soledad, pereza llegó a un profundo existencialismo e influyó en los escritores de los años cincuenta tanto de Europa como de América. En lengua española, Rilke tuvo excelentes traductores -admiradores- como Francisco Ayala, Pablo Neruda, Gonzalo Torrente Ballester o José María Valverde. Rilke murió el 29 de diciembre de 1926 en Valmont (Suiza).
De las ELEGIAS DE DUINO transcribimos la Primera Elegía:
" Quién, si yo gritase, me oiría desde los coros de los ángeles? Y aun suponiendo que alguno de ellos me acogiera de pronto en su corazón, yo desaparecería ante su existencia más poderosa. Porque lo bello no es sino el comienzo de lo terrible, ése que todavía podemos soportar; y lo admiramos tanto porque, sereno (impasible), desdeña el destruirnos. Todo ángel es terrible. .....Y así me contengo, sofocando el llamado seductor de oscuros sollozos. Ay, ¿a quién podemos recurrir entonces? A los ángeles no, a los seres humanos tampoco y los astutos animales advierten ya que no estamos muy confiados y como en casa en el mundo interpretado. Tal vez nos queda todavía algún árbol en la ladera que podamos contemplar de nuevo cada día; nos queda la calle de ayer y la mimada fidelidad de una costumbre que se complació en nosotros y así permaneció y ya no se fue. ----- Oh, y la noche, la noche, cuando el viento lleno de espacio sideral nos muerde el rostro; ¿a quién no le queda al menos ella, la anhelada, que nos decepciona suavemente y con esfuerzo aguarda al corazón de cada cual? ¿Es la noche más leve para los enamorados? Ay, ellos sólo se ocultan uno al otro su destino. ----- ¿Aún no lo sabes? Arroja desde los brazos el vacío hacia los espacios que respiramos; quizá de modo que los pájaros sientan el aire ensanchando con un vuelo más íntimo. - Sí, al parecer las primaveras te necesitaban. Algunas estrellas te exigían que las percibieras. En el pasado se levantaba, acercándose, una ola o cuando pasabas tú junto a la ventana abierta se entregaba un violín. Todo eso era misión. ¿Pero pudiste con ello? ¿No estabas todavía distraído por las expectativas como si todo te anunciara una amada? (¿Dónde quieres albergarla, cuando grandes y extraños pensamientos entran y salen de ti y a menudo se quedan por la noche?) Pero, si te abruma la nostalgia, canta a los amantes; mucho falta todavía para que su célebre sentimiento sea lo bastante inmortal. Y a esos abandonados que tú casi envidias y a quienes encontraste aún más capaces de amar que a los satisfechos. Una y otra vez recomienza la alabanza inalcanzable; piensa: el héroe perdura y hasta su mismo ocaso fue para él sólo un pretexto para ser: su último nacimiento. Pero la naturaleza, agotada, recoge de vuelta a los amantes en su seno, como si le faltaran las fuerzas para llevar a cabo dos veces la tarea. ¿Has pensado bastante en Gaspara Stampa, para que así alguna muchacha a quien dejó su amado, ante el ejemplo señero de esta amante, sienta: y si yo llegase a ser como ella? ¿No deberían, al fin, hacérsenos más fecundos estos viejos dolores? ¿No es tiempo ya de liberarnos, amando, del amado y de resistir estremecidos, como resiste la flecha a la cuerda, para ser, concentrada en el salto, más que ella misma? Porque no hay permanecer en parte alguna. - Voces, voces. Escucha, mi corazón, como antaño sólo escuchaban los santos, de tal modo que el llamado gigantesco los alzaba del suelo; pero ellos, los imposibles, seguían ahí de rodillas, indiferentes: Así estaban escuchando. No es que tú puedas soportar la voz de Dios, ni mucho menos. Pero escucha el soplo, el mensaje incesante que se forma del silencio. Ahora susurra hacia ti desde aquellos jóvenes difuntos. Donde quiera que entraste, ¿no te habló quedamente su destino en iglesias de Nápoles y Roma? ¿O se te impuso, sublime, una inscripción en relieve, como recientemente esa lápida en Santa María Formosa? ¿Qué quieren ellos de mí? En voz baja debo deshacer la apariencia de injusticia que limita un tanto a veces el puro movimiento de sus espíritus. -- Por cierto que es extraño no habitar más la tierra, no seguir practicando las costumbres apenas aprendidas, no dar el significado de un porvenir humano a las rosas y a tantas otras cosas llenas de promesas; no seguir siendo lo que uno era en unas manos infinitamente angustiadas o incluso dejar de lado el propio nombre como un juguete destrozado. Es extraño el no seguir deseando los deseos. Es extraño ver ondear libre en el espacio todo lo que antes se amarró. Y el estar muerto es laborioso y tan lleno de recuperaciones que sólo lentamente percibe uno algo de eternidad. Pero los vivos cometen todo el error de distinguir con demasiada vehemencia. Los ángeles (se dice) no sabrían a menudo si andan entre los vivos o los muertos. A través de ambas regiones el eterno fluir siempre arrastra consigo a todas las edades, acallándolas. Por último, ya no nos necesitan ellos, los que se fueron temprano; suavemente uno se va desacostumbrando de lo terrenal, así como se emancipa con ternura de los pechos de la madre. Pero nosotros, que tenemos necesidad de tan grandes misterios, de los cuales, y desde la tristeza, surge a menudo una prosperidad bienaventurada: ¿podríamos existir sin ellos? ¿Es vana la leyenda de que antaño, en el lamento funerario por Lino, la primera música, osada, atravesó el arido estupor; y que recién en aquel espacio dominado por el terror, del cual el joven semidiós escapó de pronto y para siempre, entró el vacío mismo en aquella vibración que aún ahora nos arrebata, nos consuela y nos ayuda? "
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