viernes, julio 22, 2005

JOSE MARTI

Hemos de prestar atención a su labor periodística desarrollada durante los años que residió en los Estados Unidos. Esto es muy importante, pues José Martí vivió quince años en Nueva York escribiendo sobre la realidad norteamericana en varios diarios de la América hispana, especialmente para “La Nación” de Buenos Aires. Allí escribió sobre todo lo que le impresionaba: sobre el asesinato del presidente Gardield, sobre las fiestas que se organizaron para la inauguración del puente de Brooklyn, sobre la conferencia que le escuchó a Oscar Wilde, sobre la muerte de Emerson, sobre el inmenso Walt Withman, sobre el funcionamiento práctico de la democracia, sobre la inauguración de la estatua de la Libertad, sobre el terremoto de Charleston, sobre todos los acontecimientos sociales, políticos e intelectuales de los Estados Unidos. Recordemos, por otra parte, que la revista neoyorquina “The Hour” le designó su crítico de arte y “The Sun” le contrató como colaborador habitual. O sea, que su contacto con el público neoyorkino fue constante, y él, personalmente, contaba con amigos y admiradores aun en el seno mismo de la Cámara de Diputados.
Efectívamente, José Martí admiraba de los americanos el amor que tenían por la libertad individual. Nada describe mejor aquel sentimiento suyo que estas líneas: “Estoy, al fin, en un país en donde cada uno parece ser dueño de sí mismo. Se puede respirar líbremente por ser aquí, la libertad, fundamento, escudo y esencia de la vida”. Por eso, aún amando profundamente a sus “compatriotas” de la grande América Latina, y aún habiendo vivido intensamente en México, Guatemala, Venezuela, Costa Rica, Santo Domingo, Panamá y Jamaica, le dio la preferencia residencial a los Estados Unidos, sobre todo a Nueva York, ciudad que le alzó estatua ecuestre en pleno Central Park.
Vida y literatura, pasión libertadora, compromiso de conseguir para los hombres y las mujeres de Hispanoamérica el mayor grado de bienestar posible, la dignidad humana a la que tenían derecho. Martí sabía que los hombres somos lo que somos por la cultura, por las palabras, por nuestra voluntad de evolucionar hacia situaciones de un mayor grado de inteligencia y generosidad. Por eso, al comienzo de su “Ismaelillo”, uno de sus libros más conocidos, dice: “Hijo: Espantado de todo, me refugio en ti. Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud, y en ti. Si alguien te dice que estas páginas se parecen a otras páginas, diles que te amo demasiado para profanarte así”. Aunque sabía que nuestro paso por este mundo no acontece de acuerdo con pautas previstas de antemano, sino según las misteriosas inercias del destino. De ahí su apego a la sencillez, a los versos claros, como estos que escribió en 1891:

Yo sé de las historias viejas
Del hombre y de sus rencillas;
Y prefiero las abejas
Volando en las campanillas.
Yo sé del canto del viento
En las ramas vocingleras:
Nadie me diga que miento,
Que lo prefiero de veras.
Yo sé de un gamo aterrado
Que vuelve al redil, y expira,
Y de un corazón cansado
Que muere oscuro y sin ira.
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