SER O NO SER NEO LIBERAL
To be or not to be, that is the question.
Blair se levanta de la lona y pide un último esfuerzo para reformar el estado del bienestarTras la caída de Blunkett y la ley antiterrorista, el premier anuncia una batería de iniciativas
Todavía tambaleante tras el doble varapalo de perder al ministo Blunkett y tener que retirar la legislación antiterrorista, Tony Blair se levantó ayer de la lona y pidió a sus fieles -que cada vez son menos- un último esfuerzo para completar la agenda reformista neoliberal de los servicios públicos y definir así su legado.
Privatización de servicios públicos, límites severos al consumo de alcohol y tabaco, escáners en las estaciones de ferrocarril...
RAFAEL RAMOS - 04/11/2005 Corresponsal. LONDRES
Todavía tambaleante tras el doble varapalo de perder al ministo Blunkett y tener que retirar la legislación antiterrorista, Tony Blair se levantó ayer de la lona y pidió a sus fieles -que cada vez son menos- un último esfuerzo para completar la agenda reformista neoliberal de los servicios públicos y definir así su legado.
Privatización de servicios públicos, límites severos al consumo de alcohol y tabaco, escáners en las estaciones de ferrocarril...
RAFAEL RAMOS - 04/11/2005 Corresponsal. LONDRES
"Ha sido un día difícil", dijo ayer Tony Blair a sus colegas de gabinete refiriéndose a la nefasta jornada en que pidió la dimisión de su ministro David Blunkett, vió reducida a un solo voto su mayoría en los Comunes y tuvo que retirar el proyecto de ley con nuevas medidas antiterroristas antes de que fuese masacrado. En realidad fue su día más largo y más lleno de barro desde que llegó a las trincheras políticas de Dowing Street. Pero Blair no se rinde fácilmente y ya ha empezado a urdir una estrategia para restablecer su debilitada autoridad. Tiene más vidas políticas que un gato, aunque ya ha agotado casi todas. Es incombustible, un yo-yo, una pelota de baloncesto que se tira al suelo y sigue botando y botando, aunque cada vez levanta menos el vuelo. El consejo de ministros, con John Hutton en el lugar que ocupaba Blunkett en la cartera de Trabajo y Pensiones, escuchó cómo el castigado premier daba ánimo a las tropas y pedía un úlimo esfuerzo a los lealistas del Gobierno para culminar, antes de que se vaya, la reforma de la sanidad y la educación, la agenda de seguridad, la limpieza del gamberrismo y el comportamiento antisocial. Habló como un entrenador de básquet en el último tiempo muerto del partido, o un general a punto de entrar en la batalla definitiva del nuevo laborismo. Blair, con prisas para sellar un legado que le garantice su lugar en la historia -no se conforma con haber transformado el Labour y ganado tres elecciones-, ha puesto sobre la mesa una agenda ambiciosa que incluye la privatización parcial de los servicios públicos, límites severos al consumo de alcohol y tabaco, la ampliación de los horarios de los pubs, la introducción de escáners en las estaciones de ferrocarril, la sustitución de los misiles nucleares Trident, la reducción de la pensión de invalidez en un 20%... Mucho que hacer en poco tiempo, con una fecha de caducidad que él mismo ha fijado al anunciar que no se presentará a la reeleción. Aquel anuncio, formulado cuando su prestigio estaba por los suelos en plena investigación de las manipulaciones de la guerra de Iraq, ha resultado ser la peor decisión estratégica de sus ocho años largos en Downing Street, al convertirlo más en una figura del pasado que del futuro, y hacer que tanto parlamentarios como miembros de gobierno le pierdan el miedo. La suma de aliados es cada vez más baja, la pelota bota cada vez menos, el epicentro del poder se traslada hacia su aparente sucesor, el canciller del Exchequer Gordon Brown. Incluso el líder de la oposición conservadora, Michael Howard, tuvo ayer la osadía de referirse a la "hemorragia de autoridad" y comparar a Blair con John Major en sus horas finales, antes de perder las elecciones de 1997. Mientras en las Cortes de Madrid se lucha por el sol de un nuevo amanecer en medio de las nubes, en Westminster cae lentamente en un crepúsculo rosado como el New Labour.No es prudente dar por muerto a Blair antes de tiempo, y todavía se siente con energías para hacer una transformación neoliberal del Estado británico del bienestar en su tercer mandato, combatiendo las críticas de que su reinado es más estilo que sustancia, el triunfo de la presentación sobre la realidad y de las promesas sobre los hechos. Por eso ha lanzado, como una ráfaga de ametralladora, decenas de leyes dirigidas a regular todos los aspectos de la vida pública, a luchar contra la pobreza en África, a publicar listas de los médicos que conceden más bajas por enfermedad, o los colegios con más alumnas embarazadas. En un aire fin de siècle, busca la apoteosis de una gran idea. Y, sobre todo, no quiere que su legado consista, citando a Macbeth, en una historia contada por un necio, llena de ruido y furia pero sin significado alguno.
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