La Construcción de una nueva Historia Oficial
Mariano Grondona (La Nación de Buenos Aires)
Sobre mi escritorio, con la habitación en penumbras, palpo unas bolitas. Enciendo la luz. Sólo entonces veo que las bolitas están ligadas por un hilo sutil. Hasta ese momento me parecían aisladas. Cuando se hace la luz advierto que son las cuentas de un collar. Del mismo modo, una serie de acontecimientos ocurridos en esta primera mitad de la presidencia de Kirchner pueden ser analizados en sí mismos como si fueran noticias inconexas o pueden ser analizados como las cuentas de un collar. Las cuentas Tomemos algunos ejemplos. La Corte Suprema acaba de resolver, al declarar inconstitucionales las leyes de punto final y obediencia debida, que todos los militares en actividad o en retiro que tuvieron algo que ver con la represión de las organizaciones subversivas en los años setenta sean procesados y, eventualmente, encarcelados. El fallo, de más de trescientas páginas, está dando lugar a una serie de comentarios eruditos. Pero limitarse a ellos sería concentrarse sólo en una cuenta. Faltaría el collar. No bien iniciada su gestión, el presidente Kirchner descabezó totalmente a la cúpula militar hasta poder "bajar" en el escalafón tanto como para nombrar jefes del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea a generales, almirantes o brigadieres "nuevos" que, porque no tenían ni un probado desarrollo profesional ni suficiente antigüedad, carecerían de legitimidad militar y sólo podrían contar con la buena voluntad del Presidente, siéndole, por consiguiente, incondicionalmente adictos. Desde el otro extremo, el presidente Kirchner presionó al Congreso por cadena oficial para que removiera a la mayoría de los ministros de la Corte Suprema. Logrado este objetivo, procedió a nombrar en la Corte a juristas que demostraron cierta independencia, pero también una coincidencia ideológica absoluta con el Poder Ejecutivo sobre el tema militar. La decisión de la Corte de pasar por alto principios permanentes del derecho, como la no retroactividad de las leyes penales y la cosa juzgada, para disponer que se vuelva a juzgar a los militares ya eximidos de responsabilidad en función de las llamadas "leyes del perdón" de 1986 y 1987, expresa claramente esa coincidencia ideológica. Los nuevos jueces votaron unánimemente contra estas leyes. Sólo defendieron los principios tradicionales del derecho el juez Fayt e indirectamente, al abstenerse, el juez Belluscio, en tanto que el presidente de la Corte, el doctor Petracchi, revirtió numerosos fallos anteriores en los que había sostenido la constitucionalidad de las leyes del perdón. Así, se va anudando el collar. El hilo que lo une es el objetivo común del Presidente y de la nueva Corte de castigar a todos los militares que enfrentaron la subversión en los años setenta. Se anuda el collar. El jueves último, la Presidencia publicó una solicitada recordando el 16 de junio de 1955, con sus luctuosos sucesos del bombardeo de la Casa Rosada y la quema de las iglesias, que marcaron el punto álgido del encono entre el peronismo y el antiperonismo. Pero en su solicitada el Presidente se refirió sólo al bombardeo con estas palabras: "Ese 16 de junio marcó un punto de inflexión en la vida de nuestro país. Fue como el huevo de la serpiente. El nacimiento de un método fundado en la muerte de argentinos a manos de otros argentinos. Hubo asesinos que piloteaban los aviones, que dieron la orden, que alentaron y consintieron los hechos y cómplices que los callaron por más de medio siglo". La Corte, por su parte, justificó dejar de lado los principios generales del derecho diciendo que los crímenes militares de los años setenta fueron "de lesa humanidad", pero pocos días antes había liberado al terrorista de ETA Lariz Iriondo, a quien reclamaba el gobierno español por sangrientos atentados, beneficiándolo con la prescripción que no beneficiará a los militares por hechos muy anteriores. Hay, entonces, dos criterios no sólo en la Presidencia, sino también en la Corte. Lariz Iriondo sale libre y los militares argentinos serán encarcelados, pese a que unos y otros fueron acusados de terrorismo. Según la Corte, empero, atentados terroristas como los de ETA, la AMIA, las torres de Nueva York y la estación Atocha de Madrid no son de lesa humanidad porque no los cometieron los militares. La solicitada del Presidente es si se quiere más grave aún que el fallo de la Corte porque, en vez de ceñirse como ésta a la condena unilateral de los años setenta -ningún terrorista subversivo de aquella época sufre prisión- avanza -o retrocede- a los años cincuenta, corriendo veinte años hacia atrás el reloj de la memoria unilateral. En 1973, sin embargo, Perón y Balbín se dieron la mano, echando al olvido las terribles luchas entre peronistas y antiperonistas, pero el nuevo método que ahora se implanta reabre esa profunda herida que peronistas y antiperonistas por igual creíamos haber cerrado. El collar El "collar" del Gobierno se concentra en los militares, pero no se limita a ellos. Si no, no se explicaría la virulenta campaña oficial contra los candidatos López Murphy y Macri, sobre quienes recayeron gruesos epítetos de otros candidatos como Bielsa. Aníbal Fernández llegó a llamar a López Murphy "bestia" y "animal", los piqueteros oficialistas perturbaron sus actos y el Presidente afirmó de él que "es la nueva cara que tienen los intereses que destruyeron el país". Se refería, obviamente, a los años noventa. Esta última década viene a sumarse así, en la visión oficial, a los años cincuenta y setenta. Pero la agresión contra López Murphy y Macri ya no se basa en su inexistente condición militar, sino en su presunta identificación con el "neoliberalismo", que habría presidido los años noventa. El apelativo descalificativo "neoliberal" dice sin decirlo que los neoliberales son, por reincidentes, peores aún que los liberales originarios. La argumentación que está tejiendo el presidente Kirchner consiste en lanzar a rodar una nueva concepción de la historia argentina. En los años cincuenta, setenta y noventa, según esta concepción, lo que hubo fue un despliegue incomprensible de maldad cuyo objeto fue destruir a la Argentina. No se reconoce en los cincuenta que Perón tuvo algo que ver con lo que pasó. No se dice que en los setenta no hubo uno sino dos actores violentos, los subversivos y los militares. No se admite que en los años noventa pasaron algunas cosas buenas. Atribuirle todo el mal al enemigo es propio de una concepción maniquea. Según el maniqueísmo, hay dos dioses: el del Bien, con el cual se alinean, y el del Mal, al que combaten. Ahora se presenta en la Argentina una nueva ideología maniquea que divide al país y su historia entre los heroicos luchadores del Bien y los perversos secuaces del Mal. Pero ya vimos que Perón y Balbín se habían reconciliado en 1973. Hoy vemos que hasta Firmenich propone un nuevo contrato social. Somos muchos los argentinos que, cualquiera que haya sido nuestra propia historia, ansiamos recrear un clima de reconciliación en medio del cual podamos dedicarnos a contemplar el horizonte atractivo de un futuro en común. Precisamente el horizonte que el Gobierno, en su intento por construir una nueva historia oficial, está ignorando. Por Mariano Grondona
Sobre mi escritorio, con la habitación en penumbras, palpo unas bolitas. Enciendo la luz. Sólo entonces veo que las bolitas están ligadas por un hilo sutil. Hasta ese momento me parecían aisladas. Cuando se hace la luz advierto que son las cuentas de un collar. Del mismo modo, una serie de acontecimientos ocurridos en esta primera mitad de la presidencia de Kirchner pueden ser analizados en sí mismos como si fueran noticias inconexas o pueden ser analizados como las cuentas de un collar. Las cuentas Tomemos algunos ejemplos. La Corte Suprema acaba de resolver, al declarar inconstitucionales las leyes de punto final y obediencia debida, que todos los militares en actividad o en retiro que tuvieron algo que ver con la represión de las organizaciones subversivas en los años setenta sean procesados y, eventualmente, encarcelados. El fallo, de más de trescientas páginas, está dando lugar a una serie de comentarios eruditos. Pero limitarse a ellos sería concentrarse sólo en una cuenta. Faltaría el collar. No bien iniciada su gestión, el presidente Kirchner descabezó totalmente a la cúpula militar hasta poder "bajar" en el escalafón tanto como para nombrar jefes del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea a generales, almirantes o brigadieres "nuevos" que, porque no tenían ni un probado desarrollo profesional ni suficiente antigüedad, carecerían de legitimidad militar y sólo podrían contar con la buena voluntad del Presidente, siéndole, por consiguiente, incondicionalmente adictos. Desde el otro extremo, el presidente Kirchner presionó al Congreso por cadena oficial para que removiera a la mayoría de los ministros de la Corte Suprema. Logrado este objetivo, procedió a nombrar en la Corte a juristas que demostraron cierta independencia, pero también una coincidencia ideológica absoluta con el Poder Ejecutivo sobre el tema militar. La decisión de la Corte de pasar por alto principios permanentes del derecho, como la no retroactividad de las leyes penales y la cosa juzgada, para disponer que se vuelva a juzgar a los militares ya eximidos de responsabilidad en función de las llamadas "leyes del perdón" de 1986 y 1987, expresa claramente esa coincidencia ideológica. Los nuevos jueces votaron unánimemente contra estas leyes. Sólo defendieron los principios tradicionales del derecho el juez Fayt e indirectamente, al abstenerse, el juez Belluscio, en tanto que el presidente de la Corte, el doctor Petracchi, revirtió numerosos fallos anteriores en los que había sostenido la constitucionalidad de las leyes del perdón. Así, se va anudando el collar. El hilo que lo une es el objetivo común del Presidente y de la nueva Corte de castigar a todos los militares que enfrentaron la subversión en los años setenta. Se anuda el collar. El jueves último, la Presidencia publicó una solicitada recordando el 16 de junio de 1955, con sus luctuosos sucesos del bombardeo de la Casa Rosada y la quema de las iglesias, que marcaron el punto álgido del encono entre el peronismo y el antiperonismo. Pero en su solicitada el Presidente se refirió sólo al bombardeo con estas palabras: "Ese 16 de junio marcó un punto de inflexión en la vida de nuestro país. Fue como el huevo de la serpiente. El nacimiento de un método fundado en la muerte de argentinos a manos de otros argentinos. Hubo asesinos que piloteaban los aviones, que dieron la orden, que alentaron y consintieron los hechos y cómplices que los callaron por más de medio siglo". La Corte, por su parte, justificó dejar de lado los principios generales del derecho diciendo que los crímenes militares de los años setenta fueron "de lesa humanidad", pero pocos días antes había liberado al terrorista de ETA Lariz Iriondo, a quien reclamaba el gobierno español por sangrientos atentados, beneficiándolo con la prescripción que no beneficiará a los militares por hechos muy anteriores. Hay, entonces, dos criterios no sólo en la Presidencia, sino también en la Corte. Lariz Iriondo sale libre y los militares argentinos serán encarcelados, pese a que unos y otros fueron acusados de terrorismo. Según la Corte, empero, atentados terroristas como los de ETA, la AMIA, las torres de Nueva York y la estación Atocha de Madrid no son de lesa humanidad porque no los cometieron los militares. La solicitada del Presidente es si se quiere más grave aún que el fallo de la Corte porque, en vez de ceñirse como ésta a la condena unilateral de los años setenta -ningún terrorista subversivo de aquella época sufre prisión- avanza -o retrocede- a los años cincuenta, corriendo veinte años hacia atrás el reloj de la memoria unilateral. En 1973, sin embargo, Perón y Balbín se dieron la mano, echando al olvido las terribles luchas entre peronistas y antiperonistas, pero el nuevo método que ahora se implanta reabre esa profunda herida que peronistas y antiperonistas por igual creíamos haber cerrado. El collar El "collar" del Gobierno se concentra en los militares, pero no se limita a ellos. Si no, no se explicaría la virulenta campaña oficial contra los candidatos López Murphy y Macri, sobre quienes recayeron gruesos epítetos de otros candidatos como Bielsa. Aníbal Fernández llegó a llamar a López Murphy "bestia" y "animal", los piqueteros oficialistas perturbaron sus actos y el Presidente afirmó de él que "es la nueva cara que tienen los intereses que destruyeron el país". Se refería, obviamente, a los años noventa. Esta última década viene a sumarse así, en la visión oficial, a los años cincuenta y setenta. Pero la agresión contra López Murphy y Macri ya no se basa en su inexistente condición militar, sino en su presunta identificación con el "neoliberalismo", que habría presidido los años noventa. El apelativo descalificativo "neoliberal" dice sin decirlo que los neoliberales son, por reincidentes, peores aún que los liberales originarios. La argumentación que está tejiendo el presidente Kirchner consiste en lanzar a rodar una nueva concepción de la historia argentina. En los años cincuenta, setenta y noventa, según esta concepción, lo que hubo fue un despliegue incomprensible de maldad cuyo objeto fue destruir a la Argentina. No se reconoce en los cincuenta que Perón tuvo algo que ver con lo que pasó. No se dice que en los setenta no hubo uno sino dos actores violentos, los subversivos y los militares. No se admite que en los años noventa pasaron algunas cosas buenas. Atribuirle todo el mal al enemigo es propio de una concepción maniquea. Según el maniqueísmo, hay dos dioses: el del Bien, con el cual se alinean, y el del Mal, al que combaten. Ahora se presenta en la Argentina una nueva ideología maniquea que divide al país y su historia entre los heroicos luchadores del Bien y los perversos secuaces del Mal. Pero ya vimos que Perón y Balbín se habían reconciliado en 1973. Hoy vemos que hasta Firmenich propone un nuevo contrato social. Somos muchos los argentinos que, cualquiera que haya sido nuestra propia historia, ansiamos recrear un clima de reconciliación en medio del cual podamos dedicarnos a contemplar el horizonte atractivo de un futuro en común. Precisamente el horizonte que el Gobierno, en su intento por construir una nueva historia oficial, está ignorando. Por Mariano Grondona
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