martes, julio 12, 2005

LEY Y TERROR2

NUEVO DESAFÍO DEL TERROR GLOBAL Tony Blair: "No seremos derrotados"El primer ministro pide tiempo a los británicos para poder investigar el 7-J El primer ministro propone al Parlamento nuevas medidas antiterroristas
Tony Blair se mostró elocuente en su primera comparecencia ante el Parlamento tras los atentados. El primer ministro prometió la detención de los autores, pero al mismo tiempo midió sus palabras, evitando hablar de "terroristas islámicos". El número de personas fallecidas se elevó ayer oficialmente a 52.
PROMESA DE JUSTICIA "No descansaremos hasta llevar ante la justicia a los responsables"

NUEVAS ALARMAS Un paquete sospechoso provoca el cierre del barrio de los ministerios

COMUNIDAD ISLÁMICA El Consejo Musulmán pide a todas las mezquitas que ayuden a la policía

RAFAEL RAMOS - 12/07/2005Corresponsal LONDRES (La Vanguardia de Barcelona) La mejor cualidad de Tony Blair es la intuición, que sólo le ha fallado en la guerra de Iraq. Político perceptivo por naturaleza, sabe conectar con los votantes y mostrarse sensible o autoritario según las circunstancias, combinando las dosis justas de firmeza, tolerancia y compasión para que el cóctel del poder no se le suba a la cabeza. Ayer volvió a acertar con la nota justa en su primera comparecencia parlamentaria tras el 7-J. El premier se dirigió a los británicos con el paternalismo y la seducción de un abogado que necesita establecer su credibilidad ante el gran jurado de la nación en sus momentos más difíciles, cuando se siguen sumando víctimas y rescatando cadávares. Se mostró desafiante como requería la ocasión, con la inevitable promesa de buscar a los culpables hasta los confines de la tierra. Pero hizo un esfuerzo consciente para aparecer sereno y controlado ante las cámaras de la televisión, y que nadie pudiera acusarle de decisiones precipitadas y contraproducentes, como a Bush y Putin tras los atentados de Nueva York yMoscú. Blair dejó caer que presentará a la Cámara de los Comunes nuevas leyes antiterroristas, tal vez -de acuerdo con la Unión Europea- para que las compañías de teléfonos y servidores de internet deban proporcionar al Gobierno todos los datos sobre comunicaciones de sus clientes. Pero no fue más específico porque sabe que no era el momento de atizar el debate sobre el recorte de libertades civiles, el difícil equilibrio entre mano dura y la tradición individualista del país. Y ni si le ha pasado por cabeza utilizar la tragedia para acelerar la introducción de un carnet de identidad obligatorio, el proyecto más espinoso de su tercer mandato. De hecho, incluso ha reconocido que con toda probabilidad no habría impedido los atentados de la semana pasada. El líder laborista, para quien las últimas semanas han sido una montaña rusa de pruebas y emociones (la concesión de los Juegos Olímpicos del 2012, la cumbre del G-8, la pugna con Chirac, el liderazgo europeo, los sucesos del 7-J), habló ante los Comunes de "determinación en la lucha contra el terror", de que "no descansaremos hasta llevar a la justicia a los responsables", de que "no seremos derrotados". Pero, prudente, no sentenció que los autores de los atentados fuesen "terroristas islámicos" de la misma calaña que los de Madrid y Manhattan, anteponiendo el adverbio "probablemente" para no pillarse los dedos. Londres regresó dolorida al trabajo, pero en seguida resultó evidente que no se trataba de un lunes cualquiera para unos habitantes que han de recurrir a todo su arsenal de sangre fría si no quieren sucumbir a un ataque de nervios. Un paquete sospechoso en un autobús número 3, cerca de Downing Street, hizo saltar las alarmas y provocó el cierre de la estación de metro de Westminster y todo el barrio de los ministerios, Whitehall. El sobresalto, como en Birmingham el sábado y tantas veces estos días, quedó en nada. Mientras Blair se dirigía a un Parlamento respetuoso en extremo, sin el guirigay casi infantil de sus debates habituales, Scotland Yard elevó el número oficial de muertos a 52, de los cuales sólo dos cuerpos han sido oficialmente identificados. El 7-J es ya inevitable, pero el premier se dispone a hacer todo lo posible para evitar una segunda tragedia: el envenenamiento de las relaciones entre etnias, culturas y religiones en una ciudad donde se hablan trescientos idiomas. El Consejo Musulmán de Gran Bretaña ha pedido a las mezquitas de todo el país que pongan a disposición de la policía cualquier información que ayude a capturar a los culpables, pero al mismo tiempo se ha quejado de que gobernantes y periodistas pongan sistemáticamente el adjetivo islámico junto al sustantivo terrorista,demonizando así a una comunidad que desde el jueves es víctima de amenazas y agresiones aisladas (asaltos, bombas incendiarias, insultos). Las bombas no han hecho mejor ni peor a Blair. Sus éxitos siguen siendo los mismos (modernizar el Labour, gestionar bien la economía, dar un tinte socialdemócrata al thatcherismo, apoderarse del centro político), y también sus fracasos (la guerra de Iraq, la manipulación de la inteligencia, la pérdida de autoridad, la timidez a la hora de combatir la desiguladad social). Pero han mostrado su rostro más humano, el que une a los líderes con los pueblos en los momentos de la historia que de verdad cuentan, el que dice "no nos moverán" con un lenguaje de Pablo Neruda o Joan Baez que no le pega demasiado. Como decía Einstein, no hay cualidad más valiosa que la intuición.
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