jueves, septiembre 15, 2005

CONFUCIO

El Papa y Pekín
LA VANGUARDIA - 15/09/2005
Alguna cosa se mueve en el foso que separa a la Santa Sede de las autoridades comunistas chinas. La decisión de Benedicto XVI de invitar a cuatro obispos chinos al sínodo sobre la eucaristía, que tendrá lugar en Roma a principios de octubre, coloca al Gobierno de Pekín ante la tesitura de autorizar o prohibir el viaje a Roma de los cuatro prelados, tres de los cuales pertenecen a la peculiar Iglesia Patriótica, entidad tutelada por el poder, que no reconoce la autoridad del Papa. La historia del cristianismo en China es apasionante. El episodio más brillante lo escribió el jesuita italiano Matteo Ricci a finales del siglo XVI, cuando consiguió penetrar en el corazón del sistema imperial gracias a su prestigio intelectual y a un gran conocimiento de la filosofía de Confucio. Tras un siglo de pacientes esfuerzos, el emperador Kangxi, de la dinastía Qing, firmó en 1692 un edicto que permitía la difusión del catolicismo a cambio de que éste respetase el culto a los antepasados. Pero Roma dijo no y el Papa Clemente XI ordenó a los jesuitas poner fin a la "escandalosa idolatría" a los muertos. El emperador revocó el edicto y la Gran Muralla se cerró para los cristianos. No volvería a abrirse hasta el siglo XIX gracias a las cañonazos de las potencias coloniales, pero por poco tiempo. La revolución comunista expulsó a los misioneros y promovió en 1957 la citada Iglesia Patriótica, mientras los católicos fieles a Roma pasaban a la clandestinidad, donde hoy siguen, relativamente tolerados. El gesto de Benedicto XVI es de una sutileza a la altura de Confucio.
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