MIGRACION EN USA
Sergio Muñoz Bata sergio.munoz@latimes.com Columnista de LA PRENSA GRÁFICA
La relación entre la juventud de los inmigrantes y el envejecimiento de la población en los países receptores de inmigrantes es ya un lugar común. Al igual que el vínculo entre la pobreza de los países expulsores de inmigrantes y la riqueza de los países receptores, y el aumento de la fertilidad en los países subdesarrollados y su declinación en los desarrollados.
Dado que estas asimetrías generacionales, económicas y culturales son las que definen el fenómeno migratorio, tanto en Europa como en Estados Unidos paralelo al debate sobre las leyes que deberían regular su flujo, se discuten las posibles implicaciones culturales de la migración y el futuro de las identidades nacionales.
La enorme diferencia es que mientras que en Estados Unidos la migración es su razón de ser como estado-nación, en Europa los países con limitada experiencia en el asunto, apurados improvisan definiciones sobre la esencia de su espíritu nacional y sus “valores”.
Ahora que el Congreso estadounidense se apresta a conciliar los contradictorios proyectos de ley aprobados por la Cámara de Representantes y el Senado, al país le convendría repasar los errores de las políticas migratorias europeas para evitar caer en ellos.
Si algo evidenciaron los recientes disturbios en Francia fue la enorme frustración de los jóvenes franceses descendientes de familias de inmigrantes que, a pesar de haber nacido en suelo francés y de hablar el idioma “nacional”, son marginados social, política y económicamente.
En el caso de Gran Bretaña, si bien el gran estallido tuvo como detonante la afinidad de algunos jóvenes británicos hijos de inmigrantes con el terrorismo musulmán, lo que los atentados de Londres mostraron fue que la asimilación de su comunidad inmigrante no es sino aparente.
En Alemania, donde no ha habido disturbios recientes, la situación de los tres millones de turcos musulmanes descendientes de trabajadores que llegaron al país con permisos de trabajo temporales y permanecieron marginados en sus guetos muestra el fracaso de una política migratoria cuya meta nunca fue asimilarlos.
El predicamento migratorio español actual es que su prosperidad se ha vuelto imán para una nueva fuerza laboral, mayormente africana haciendo los trabajos que los hijos de la patria se niegan a hacer.
Y este es solo un fugaz borrador del panorama actual europeo. El futuro pinta mucho peor. La tasa de fertilidad de los países de la Unión Europea está muy por debajo de lo que se precisa para la renovación completa de la población actual. En España, Italia, Grecia y Alemania la tasa de fertilidad ha caído entre 1.1 y 1.3. En Francia y Gran Bretaña es 1.8. En términos generales, las mujeres prefieren posponer su maternidad para desarrollarse profesionalmente y hoy se debaten entre tener un niño o dos, en vez de tres. Mientras tanto, el promedio de edad de la población sigue creciendo.
En uno de muchos intentos que se están haciendo para resolver el problema de tener una inmigración necesaria pero no deseada, Alemania, por ejemplo, resolvió en el año 2000 enfrentar su futura insuficiencia laboral cambiando sus leyes de ciudadanía. Hoy pueden ser ciudadanos quienes nacen en su territorio aún cuando no tengan una gota de sangre alemana.
En cuanto a los inmigrantes que quieren optar por la ciudadanía tienen que pasar rigurosos exámenes que exigen, además de un certificado de asistencia a un curso de 630 horas sobre la lengua y la cultura alemana, la promesa escrita de que respetarán los “valores” nacionales.
En este sentido, a los aspirantes se les pregunta si deben respetarse los derechos de las mujeres y si debe existir la diversidad religiosa. Preguntas que muy probablemente la propia canciller Angela Merkel juzgaría apropiadas considerando que ella favorece un escrutinio riguroso de los extranjeros.
El problema con este tipo de pruebas es que por más razonables que suenen estas preguntas son muy vagas y la validez de las respuestas necesariamente depende del criterio del interrogador. Otro problema es legislar para un grupo específico. En todo país civilizado deben existir leyes que protegen los derechos de las mujeres y el respeto a la diversidad religiosa, y castigan a quienes no las cumplen, sean estos ciudadanos por nacimiento, naturalización o extranjeros residiendo en el país legal o ilegalmente.
La gran lección del proceso migratorio en Estados Unidos es que con el tiempo todos los grupos se asimilan. El gran reto es reasumir su condición de país de inmigrantes y dejar siempre abierta una puerta para que todo extranjero que cumpla con las leyes del país tenga la posibilidad de asimilarse y hacerse ciudadano.
La relación entre la juventud de los inmigrantes y el envejecimiento de la población en los países receptores de inmigrantes es ya un lugar común. Al igual que el vínculo entre la pobreza de los países expulsores de inmigrantes y la riqueza de los países receptores, y el aumento de la fertilidad en los países subdesarrollados y su declinación en los desarrollados.
Dado que estas asimetrías generacionales, económicas y culturales son las que definen el fenómeno migratorio, tanto en Europa como en Estados Unidos paralelo al debate sobre las leyes que deberían regular su flujo, se discuten las posibles implicaciones culturales de la migración y el futuro de las identidades nacionales.
La enorme diferencia es que mientras que en Estados Unidos la migración es su razón de ser como estado-nación, en Europa los países con limitada experiencia en el asunto, apurados improvisan definiciones sobre la esencia de su espíritu nacional y sus “valores”.
Ahora que el Congreso estadounidense se apresta a conciliar los contradictorios proyectos de ley aprobados por la Cámara de Representantes y el Senado, al país le convendría repasar los errores de las políticas migratorias europeas para evitar caer en ellos.
Si algo evidenciaron los recientes disturbios en Francia fue la enorme frustración de los jóvenes franceses descendientes de familias de inmigrantes que, a pesar de haber nacido en suelo francés y de hablar el idioma “nacional”, son marginados social, política y económicamente.
En el caso de Gran Bretaña, si bien el gran estallido tuvo como detonante la afinidad de algunos jóvenes británicos hijos de inmigrantes con el terrorismo musulmán, lo que los atentados de Londres mostraron fue que la asimilación de su comunidad inmigrante no es sino aparente.
En Alemania, donde no ha habido disturbios recientes, la situación de los tres millones de turcos musulmanes descendientes de trabajadores que llegaron al país con permisos de trabajo temporales y permanecieron marginados en sus guetos muestra el fracaso de una política migratoria cuya meta nunca fue asimilarlos.
El predicamento migratorio español actual es que su prosperidad se ha vuelto imán para una nueva fuerza laboral, mayormente africana haciendo los trabajos que los hijos de la patria se niegan a hacer.
Y este es solo un fugaz borrador del panorama actual europeo. El futuro pinta mucho peor. La tasa de fertilidad de los países de la Unión Europea está muy por debajo de lo que se precisa para la renovación completa de la población actual. En España, Italia, Grecia y Alemania la tasa de fertilidad ha caído entre 1.1 y 1.3. En Francia y Gran Bretaña es 1.8. En términos generales, las mujeres prefieren posponer su maternidad para desarrollarse profesionalmente y hoy se debaten entre tener un niño o dos, en vez de tres. Mientras tanto, el promedio de edad de la población sigue creciendo.
En uno de muchos intentos que se están haciendo para resolver el problema de tener una inmigración necesaria pero no deseada, Alemania, por ejemplo, resolvió en el año 2000 enfrentar su futura insuficiencia laboral cambiando sus leyes de ciudadanía. Hoy pueden ser ciudadanos quienes nacen en su territorio aún cuando no tengan una gota de sangre alemana.
En cuanto a los inmigrantes que quieren optar por la ciudadanía tienen que pasar rigurosos exámenes que exigen, además de un certificado de asistencia a un curso de 630 horas sobre la lengua y la cultura alemana, la promesa escrita de que respetarán los “valores” nacionales.
En este sentido, a los aspirantes se les pregunta si deben respetarse los derechos de las mujeres y si debe existir la diversidad religiosa. Preguntas que muy probablemente la propia canciller Angela Merkel juzgaría apropiadas considerando que ella favorece un escrutinio riguroso de los extranjeros.
El problema con este tipo de pruebas es que por más razonables que suenen estas preguntas son muy vagas y la validez de las respuestas necesariamente depende del criterio del interrogador. Otro problema es legislar para un grupo específico. En todo país civilizado deben existir leyes que protegen los derechos de las mujeres y el respeto a la diversidad religiosa, y castigan a quienes no las cumplen, sean estos ciudadanos por nacimiento, naturalización o extranjeros residiendo en el país legal o ilegalmente.
La gran lección del proceso migratorio en Estados Unidos es que con el tiempo todos los grupos se asimilan. El gran reto es reasumir su condición de país de inmigrantes y dejar siempre abierta una puerta para que todo extranjero que cumpla con las leyes del país tenga la posibilidad de asimilarse y hacerse ciudadano.
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