LITERATURA Y EDUCACION: CHILE 2007
Cuatrocientos mil maletines literarios: libros para los niños y los jóvenes de Chile.
En casi cualquier otro momento de la historia nacional, este anuncio presidencial habría sido una gran noticia. Pero hoy, tal como viene la mano de cargada a lo destructivo en los últimos 17 años, ese anuncio hace que se activen una vez más las alarmas y que se pidan de nuevo las necesarias instancias de discusión sobre los contenidos. Ya hay una polémica armada por el modo y la oportunidad de los llamados a propuestas, pero el tema es más de fondo aún: ¿Quién determinará el listado de libros? ¿Con qué criterios? ¿En qué orden y con qué cautelas? Precisamente porque los libros importan, hay que pensar muy bien qué obras integrarán ese maletín (no se vaya a transformar en una bomba más, de ésas que ya han explotado como racimo, aunque sutilmente, en el seno de la familia chilena). Para cada edad, para cada etapa de la vida, hay obras apropiadas y otras claramente inconvenientes. Por algo en cada tradición cultural se estructuran distintas listas y claros prerrequisitos dentro de ellas: esto ahora, lo otro más adelante, y aquello, en principio no, porque es basura. Gabriela fue sincera y clara para relatar su propia experiencia de lectora juvenil: "Leía yo en mi aldea de La Compañía como todos los de mi generación leyeron, 'a troche y moche', a tontas y a locas, sin idea alguna de jerarquía," lo que nuestra Nóbel califica como "lo peor, la barbarie de una lectura sin organización alguna." ¿Van a estar en la lista y dentro del maletín El Principito, las Crónicas de Narnia y El Hobbit? ¿O precisamente porque Saint Exupery, Lewis y Tolkien hablan de lo esencial que es invisible a los ojos, del misterio de la redención, de las epopeyas de la virtud, quedarán excluidas sus obras? ¿Figurarán para adolescentes el Demián de Hesse y El extranjero de Camus, aun sabiendo por consolidadas experiencias que a mayor desequilibrio -la adolescencia justamente consiste en eso- menos conviene presentarle a los muchachos figuras inestables o claramente desesperadas como las que aparecen en esas obras? ¿Se incluirá a los clásicos de la tragedia griega o quedarán fuera a pesar de las notables experiencias con niños de muy escasos recursos económicos que tiene la Fundación Moustakis sobre la materia? ¿Se infestará, por el contrario, a los jóvenes chilenos con pornolecturas presentadas como literatura de vanguardia gracias a su lenguaje chabacano y rupturista? Ciertamente el tema de los libros a incluir se relaciona directamente con los programas de estudio de las asignaturas de Lenguaje y comunicación (algo así llaman ahora al Castellano de antes). La que se presenta es, entonces, una oportunidad doble: discutir sobre los libros y sobre los programas. Puede ser una ocasión para hacer Bingo. Pero eso implica que los parlamentarios de la Alianza y, en particular, los de las comisiones de Educación, pidan las asesorías del caso, que los educadores e intelectuales quieran dárselas y, finalmente, que todos sepan superar el anuncio del funcionario ministerial especializado, cuando declare que nadie sabe más que él de políticas literarias.
Gonzalo Rojas Sánchez
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