lunes, agosto 08, 2005

UNA PEÑA EN EL ZAPATO

Cristina Bitar (El Mercurio de Santiago)
El artículo de Carlos Peña me impactó, porque recordé algunas de las ocasiones en que fueron, precisamente, "intelectuales" los que, a partir de una argumentación maniquea, llevaron a sus sociedades a la división y el enfrentamiento.

Leyendo el artículo de Carlos Peña en el cuerpo de Reportajes de "El Mercurio" el domingo pasado no pude dejar de pensar que ver el mundo en blanco y negro debe ser fantástico. Claramente las decisiones son más fáciles. Por de pronto, estamos nosotros, los buenos, y los otros. Los que tenemos vocación de servicio público y los que sólo se mueven por ambición personal. Los que tienen "ese moderado pragmatismo que acompaña a quienes han sufrido y vienen de vuelta" y los que sólo se mueven prisioneros de sus ideologías.Vistas así las cosas, el mundo no es más que una competencia entre el bien y el mal. Con el aditamento maravilloso de que nosotros, nuestra opción y nuestros representantes, encarnamos el bien, mientras que el adversario es sólo una caricatura a la que sus maléficas motivaciones, sus bastardas costumbres y sus contradicciones morales le hacen, si no indigno de competir, al menos sí lo inhabilitan para gobernar.Qué simple debe resultar caminar por la vida cuando se tiene el don excepcional de conocer lo que el adversario piensa y siente "para sus adentros". Hay, eso sí, un pequeño problema: la democracia y la vida en sociedad sólo se hace tolerable y, más aún, se vuelve constructiva, cuando se acepta que el otro es un par, que es, en esencia, moralmente equivalente a nosotros y lo respetamos, aunque opine distinto a nosotros. En democracia la competencia es necesaria y muchas veces es ruda, tenemos derecho a pretender y defender con crudeza intelectual que nuestra opción "es" mejor, pero la sociedad se vuelve imposible de sobrellevar, cuando nos convencemos, pura y simplemente, de que "somos" mejores.Sabemos que eso ha ocurrido muchas veces en la historia de la humanidad y sabemos también cómo se ha terminado en cada uno de esos casos. Por eso y, probablemente, porque he vivido siempre en un ambiente en que el respeto por el otro es un valor fundamental, es que el artículo de Carlos Peña me impactó, porque recordé algunas de las ocasiones en que fueron, precisamente, "intelectuales" los que, a partir de una argumentación maniquea, llevaron a sus sociedades a la división y el enfrentamiento. Eso ya ocurrió en Chile y no quisiera que vuelva a suceder nunca.Tengo la convicción de que la realidad es más compleja que la simplificación al extremo de la caricatura que hace Carlos Peña de Joaquín Lavín. Después de décadas de profundas divisiones, provocadas, en gran medida, porque se impuso en Chile una lógica semejante a la de Peña, en que había buenos y malos, Lavín fue capaz de plantear una propuesta completamente diferente y, desde una Municipalidad, con sencillez, cambió completamente la agenda política con medidas concretas y con un discurso centrado en lo que él llamó "los problemas reales de la gente". Con ello, rompió con una división de décadas, traspasó fronteras, y lo hizo sin descalificar nunca a nadie. Sin sentirse nunca superior a nadie. Sin pretender darle nunca lecciones de ética, ni de democracia, a nadie. Es verdad que no ganó, pero cuando los resultados le fueron adversos por apenas un par de puntos fue el primero en acudir honesta y lealmente a reconocer el triunfo del candidato ganador.Lavín ha hecho mucho por la política, la gran de política, en este país. Ha hecho mucho por construir una centroderecha competitiva, moderna y democrática. Estoy segura de que la gente normal, sencilla, de todos los colores políticos lo reconoce y lo aprecia. Sabemos que las campañas son períodos en los que afloran más fuertes las pasiones, eso es comprensible especialmente en las personas que están en las trincheras del combate electoral, pero resulta preocupante que sea un académico y, más aún, de la posición de Carlos Peña, el que muestre un encono de tal magnitud que le impide reconocer la más mínima cualidad o mérito en su adversario.No me considero una experta en política, ni una intelectual, mucho menos gran conocedora de filosofía, pero sí tengo claro que para pretender juzgar a los demás, para aportar con ideas constructivas a nuestra sociedad y para leer correctamente a Hegel, se necesita algo más de humildad que la que exhibió Carlos Peña en su columna del domingo pasado. Aunque, claro, es más fácil simplemente seguir viendo el mundo en blanco y negro.

2 Comments:

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Anonymous Anónimo said...

Peña es un extremista.

5:47 p. m.  

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