DICTADURA DE SILA
Dictadura de Sila
Inicio: Año 88 A. C.Fin: Año 87 D.C.
Antecedentes República Romana: desde los Gracos a la fase final
Siguientes Reformas de Sila
Durante el período de las guerra sociales, Roma se había visto obligada a disminuir el control político sobre las fronteras de su imperio, ocasión que Mitrídates, rey del Ponto, aprovechó para desarrollar una política de expansión en Oriente que, en el 88 a.C., condujo a una situación de abierta hostilidad con Roma. Sila, que en el mismo año había sido designado cónsul, lógicamente fue el encargado de dirigir las operaciones militares. Pero el tribuno de la plebe P. Sulpicio Rufo hizo de portavoz del sentimiento popular y propuso que se confiara la empresa a Mario. Esta decisión se justificaba por el hecho de que de nuevo se había renovado la alianza entre el sector popular y gran parte del orden ecuestre. Éstos sin duda convencidos de que Mario era más seguro a la hora de defender sus intereses en Oriente. La acción de Sulpicio Rufo había propiciado esta situación. Como tribuno de la plebe había propuesto que los nuevos ciudadanos romanos participaran sin condiciones en los Comitia tributa y fueran incluidos en las 35 tribus existentes. Esta medida suponía una instrumentalización de la plebe, pues al lograr que estos nuevos ciudadanos tuvieran una mayor incidencia en las decisiones de los comicios era prácticamente seguro que se votaría la designación de Mario, que aún gozaba de gran aquiescencia entre el pueblo, como general del ejército romano en la guerra contra Mitrídates. Además, para reforzar la alianza con los caballeros, Sulpicio presentó un proyecto de ley que preveía duras sanciones contra los senadores endeudados, lo que evidentemente redundaba en favor de los caballeros, que eran los prestamistas. La presentación de estos proyectos desencadeno grandes disturbios en Roma. Aunque los cónsules decretaron un iustitium que suponía la paralización de todas las actividades públicas, la asamblea fue convocada y, al intentar los cónsules impedir su celebración, estalló un violento enfrentamiento que obligó a Sila a huir a Nola, donde estaban acampadas las tropas que debía conducir contra Mitrídates. En este momento se produjo uno de los hechos que imprimirán una profunda huella en la historia posterior de Roma y que podríamos calificar de revolucionario. Si la violación de la legalidad constitucional de Sulpicio Rufo, apoyado por Mario, contaba con numerosos precedentes desde la época de los Gracos, la reacción de Sila no tenía precedentes de ningún tipo. Fue muy fácil para Sila hacer creer al ejército asentado en Nola que si Mario dirigía las operaciones en el Ponto, éste contaría para la expedición con otras tropas y ellos perderían toda esperanza de participar en el botín de la nueva guerra. Este nuevo ejército, proletarizado y falto de ideales patrióticos, se prestó compacto -salvo los oficiales- a apoyar la decisión de Sila. En este mismo año, 88 a.C., Sila avanzó al frente del ejército desde Campania contra Roma, decidido a restablecer la estabilidad de la República -convicción que sin duda tenía y que venia a justificar su acción- y terminar con la demagogia popular. Sila controló inmediatamente la situación y, respaldado por la nobilitas, obtuvo del Senado una serie de decretos que consolidaban su posición. Al mismo tiempo, tanto Sulpicio Rufo como Mario y un grupo de destacados seguidores, fueron declarados enemigos públicos y los proyectos legales impulsados por Sulpicio fueron abolidos. Sulpicio fue asesinado y Mario consiguió huir a África. Las competencias de los Concilia plebis tributa fueron sumamente reducidas ya que las Leges Corneliae Pompeiae trasladaron prácticamente todas las competencias legislativas a los comicios centuriados, en un intento de conservar el orden atacando directamente lo que él consideraba el origen de los problemas. Además limitó el derecho que los tribunos de la plebe tenían para intervenir en contra de las decisiones públicas -ius intercessionis-. Al mismo tiempo, obligaba a éstos a someter sus proyectos de ley a la apreciación del Senado. Con estas medidas preventivas Sila consideraba salvaguardado el orden institucional, al menos durante el tiempo que él permaneciera en Oriente librando la guerra contra Mitrídates. Lo que no consiguió Sila fue dejar en Roma a dos cónsules adictos para el 87. Uno de ellos, C. Octavio, era un hombre de Sila, mientras que el otro, L. Cornelio Cinna, era manifiestamente contrario. Para evitar que pudieran repetirse nuevos golpes de mano, dejó el control militar de Italia a Pompeyo Rufo, acantonando las tropas de Italia lejos de la Urbs, lo que resultó una esperanza falaz. En palabras de Syme, el drama de Sila fue "no poder abolir el propio ejemplo". Antes de partir hacia Oriente Sila hizo jurar a Cinna el respeto al ordenamiento que había establecido, en un intento más de evitar la quiebra del orden establecido. Pero tales juramentos se desvanecieron rápidamente. Pompeyo Rufo murió en un motín que estalló entre las tropas asentadas en el Piceno. Cinna, por su parte, adoptó como primera medida el proyecto de Sulpicio Rufo que repartía a los ciudadanos itálicos en el conjunto de las 35 tribus. Las asambleas de la plebe eran el instrumento que sistemáticamente había servido a los intereses de los populares en su política frecuentemente demagógica y era imprescindible para Cinna restituir su capacidad de acción. Al mismo tiempo, decidió amnistiar a los exiliados por Sila. De nuevo estalló la revuelta y el enfrentamiento entre los dos cónsules y el Senado que apoyaba a Cneo Octavio. Éste expulso a Cinna de Roma y le desposeyó de la magistratura consular. Cinna huyó a Nola y organizó en torno a él un contingente militar nutrido fundamentalmente por itálicos. Mario volvió a Italia y reclutó tropas en Etruria. Ambos ejércitos rodearon Roma, Cinna desde el Sur y Mario por el Norte, mientras el Senado se preparaba a defender la ciudad con los efectivos que Estrabón había conducido desde el Piceno. Una primera batalla, sobre el Janículo, dio la victoria a Mario. Toda resistencia era inútil. Cinna y Mario entraron en Roma triunfalmente y se dividieron el consulado. La intención de Mario era partir lo antes posible a Oriente para quitar a Sila el mando del ejército, pero muy poco tiempo después cayó enfermo y murió. Durante tres anos, desde el 86 al 84, Cinna llevó las riendas del poder, como cónsul. Su política constituyó un intento fallido de reconciliación de todos los órdenes y de las más opuestas facciones. Tomó medidas como la condonación de las deudas, que eran eminentemente populares y que afectaban, en ese momento, también a muchos senadores frecuentemente endeudados con los caballeros. Pero las victorias de Sila en Oriente llegaban a Roma como amenazas para Cinna. Se preveía el inminente final de las operaciones y la imagen de un Sila triunfante entrando en Roma hacía muy difícil la resistencia de Cinna a soltar el poder. Estas dificultades se hicieron patentes cuando en el 85 a.C. Cinna y su colega en el consulado, Papirio Carbón, se aprestaran a preparar la defensa de Italia y rechazar a Sila, que se disponía a regresar. En un motín del ejército, que se negaba a ser trasladado al Adriático con la misión de frenar el avance de Sila, murió el propio Cinna. Papirio Carbón y el hijo de Mario siguieron en su empeño de reclutar tropas entre los veteranos de Mario y entre los lucanios y samnitas que habían sido duramente castigados por Sila durante la guerra social. Sila desembarcó en Brindisi en el año 83 a.C. y su avance hacia Roma, aunque lento, era inexorable. La batalla decisiva tuvo lugar ante los muros de Roma, en Porta Colina, en noviembre del 82. Cuando Sila entró en Roma se propuso la reforma del Estado en el plano político-constitucional, restablecer y consolidar el orden republicano y fortalecer las instituciones, evitando que el Estado dependiera de las decisiones de la asamblea de la plebe que tantas veces había sido instrumentalizada demagógicamente con los consiguientes desórdenes y enfrentamientos. Las tintas sombrías con las que la historiografía ha pintado el régimen silano no se apoyan en el conjunto de sus reformas, sino en la represión de Sila -puesto que su retorno se había producido en medio de una resistencia armada- contra los partidarios de Mario y de Cinna. Esta represión sin duda fue muy dura y el sistema de proscripciones pronto se prestó a la legitimación de la venganza personal.
Durante el período de las guerra sociales, Roma se había visto obligada a disminuir el control político sobre las fronteras de su imperio, ocasión que Mitrídates, rey del Ponto, aprovechó para desarrollar una política de expansión en Oriente que, en el 88 a.C., condujo a una situación de abierta hostilidad con Roma. Sila, que en el mismo año había sido designado cónsul, lógicamente fue el encargado de dirigir las operaciones militares. Pero el tribuno de la plebe P. Sulpicio Rufo hizo de portavoz del sentimiento popular y propuso que se confiara la empresa a Mario. Esta decisión se justificaba por el hecho de que de nuevo se había renovado la alianza entre el sector popular y gran parte del orden ecuestre. Éstos sin duda convencidos de que Mario era más seguro a la hora de defender sus intereses en Oriente. La acción de Sulpicio Rufo había propiciado esta situación. Como tribuno de la plebe había propuesto que los nuevos ciudadanos romanos participaran sin condiciones en los Comitia tributa y fueran incluidos en las 35 tribus existentes. Esta medida suponía una instrumentalización de la plebe, pues al lograr que estos nuevos ciudadanos tuvieran una mayor incidencia en las decisiones de los comicios era prácticamente seguro que se votaría la designación de Mario, que aún gozaba de gran aquiescencia entre el pueblo, como general del ejército romano en la guerra contra Mitrídates. Además, para reforzar la alianza con los caballeros, Sulpicio presentó un proyecto de ley que preveía duras sanciones contra los senadores endeudados, lo que evidentemente redundaba en favor de los caballeros, que eran los prestamistas. La presentación de estos proyectos desencadeno grandes disturbios en Roma. Aunque los cónsules decretaron un iustitium que suponía la paralización de todas las actividades públicas, la asamblea fue convocada y, al intentar los cónsules impedir su celebración, estalló un violento enfrentamiento que obligó a Sila a huir a Nola, donde estaban acampadas las tropas que debía conducir contra Mitrídates. En este momento se produjo uno de los hechos que imprimirán una profunda huella en la historia posterior de Roma y que podríamos calificar de revolucionario. Si la violación de la legalidad constitucional de Sulpicio Rufo, apoyado por Mario, contaba con numerosos precedentes desde la época de los Gracos, la reacción de Sila no tenía precedentes de ningún tipo. Fue muy fácil para Sila hacer creer al ejército asentado en Nola que si Mario dirigía las operaciones en el Ponto, éste contaría para la expedición con otras tropas y ellos perderían toda esperanza de participar en el botín de la nueva guerra. Este nuevo ejército, proletarizado y falto de ideales patrióticos, se prestó compacto -salvo los oficiales- a apoyar la decisión de Sila. En este mismo año, 88 a.C., Sila avanzó al frente del ejército desde Campania contra Roma, decidido a restablecer la estabilidad de la República -convicción que sin duda tenía y que venia a justificar su acción- y terminar con la demagogia popular. Sila controló inmediatamente la situación y, respaldado por la nobilitas, obtuvo del Senado una serie de decretos que consolidaban su posición. Al mismo tiempo, tanto Sulpicio Rufo como Mario y un grupo de destacados seguidores, fueron declarados enemigos públicos y los proyectos legales impulsados por Sulpicio fueron abolidos. Sulpicio fue asesinado y Mario consiguió huir a África. Las competencias de los Concilia plebis tributa fueron sumamente reducidas ya que las Leges Corneliae Pompeiae trasladaron prácticamente todas las competencias legislativas a los comicios centuriados, en un intento de conservar el orden atacando directamente lo que él consideraba el origen de los problemas. Además limitó el derecho que los tribunos de la plebe tenían para intervenir en contra de las decisiones públicas -ius intercessionis-. Al mismo tiempo, obligaba a éstos a someter sus proyectos de ley a la apreciación del Senado. Con estas medidas preventivas Sila consideraba salvaguardado el orden institucional, al menos durante el tiempo que él permaneciera en Oriente librando la guerra contra Mitrídates. Lo que no consiguió Sila fue dejar en Roma a dos cónsules adictos para el 87. Uno de ellos, C. Octavio, era un hombre de Sila, mientras que el otro, L. Cornelio Cinna, era manifiestamente contrario. Para evitar que pudieran repetirse nuevos golpes de mano, dejó el control militar de Italia a Pompeyo Rufo, acantonando las tropas de Italia lejos de la Urbs, lo que resultó una esperanza falaz. En palabras de Syme, el drama de Sila fue "no poder abolir el propio ejemplo". Antes de partir hacia Oriente Sila hizo jurar a Cinna el respeto al ordenamiento que había establecido, en un intento más de evitar la quiebra del orden establecido. Pero tales juramentos se desvanecieron rápidamente. Pompeyo Rufo murió en un motín que estalló entre las tropas asentadas en el Piceno. Cinna, por su parte, adoptó como primera medida el proyecto de Sulpicio Rufo que repartía a los ciudadanos itálicos en el conjunto de las 35 tribus. Las asambleas de la plebe eran el instrumento que sistemáticamente había servido a los intereses de los populares en su política frecuentemente demagógica y era imprescindible para Cinna restituir su capacidad de acción. Al mismo tiempo, decidió amnistiar a los exiliados por Sila. De nuevo estalló la revuelta y el enfrentamiento entre los dos cónsules y el Senado que apoyaba a Cneo Octavio. Éste expulso a Cinna de Roma y le desposeyó de la magistratura consular. Cinna huyó a Nola y organizó en torno a él un contingente militar nutrido fundamentalmente por itálicos. Mario volvió a Italia y reclutó tropas en Etruria. Ambos ejércitos rodearon Roma, Cinna desde el Sur y Mario por el Norte, mientras el Senado se preparaba a defender la ciudad con los efectivos que Estrabón había conducido desde el Piceno. Una primera batalla, sobre el Janículo, dio la victoria a Mario. Toda resistencia era inútil. Cinna y Mario entraron en Roma triunfalmente y se dividieron el consulado. La intención de Mario era partir lo antes posible a Oriente para quitar a Sila el mando del ejército, pero muy poco tiempo después cayó enfermo y murió. Durante tres anos, desde el 86 al 84, Cinna llevó las riendas del poder, como cónsul. Su política constituyó un intento fallido de reconciliación de todos los órdenes y de las más opuestas facciones. Tomó medidas como la condonación de las deudas, que eran eminentemente populares y que afectaban, en ese momento, también a muchos senadores frecuentemente endeudados con los caballeros. Pero las victorias de Sila en Oriente llegaban a Roma como amenazas para Cinna. Se preveía el inminente final de las operaciones y la imagen de un Sila triunfante entrando en Roma hacía muy difícil la resistencia de Cinna a soltar el poder. Estas dificultades se hicieron patentes cuando en el 85 a.C. Cinna y su colega en el consulado, Papirio Carbón, se aprestaran a preparar la defensa de Italia y rechazar a Sila, que se disponía a regresar. En un motín del ejército, que se negaba a ser trasladado al Adriático con la misión de frenar el avance de Sila, murió el propio Cinna. Papirio Carbón y el hijo de Mario siguieron en su empeño de reclutar tropas entre los veteranos de Mario y entre los lucanios y samnitas que habían sido duramente castigados por Sila durante la guerra social. Sila desembarcó en Brindisi en el año 83 a.C. y su avance hacia Roma, aunque lento, era inexorable. La batalla decisiva tuvo lugar ante los muros de Roma, en Porta Colina, en noviembre del 82. Cuando Sila entró en Roma se propuso la reforma del Estado en el plano político-constitucional, restablecer y consolidar el orden republicano y fortalecer las instituciones, evitando que el Estado dependiera de las decisiones de la asamblea de la plebe que tantas veces había sido instrumentalizada demagógicamente con los consiguientes desórdenes y enfrentamientos. Las tintas sombrías con las que la historiografía ha pintado el régimen silano no se apoyan en el conjunto de sus reformas, sino en la represión de Sila -puesto que su retorno se había producido en medio de una resistencia armada- contra los partidarios de Mario y de Cinna. Esta represión sin duda fue muy dura y el sistema de proscripciones pronto se prestó a la legitimación de la venganza personal.
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