jueves, noviembre 03, 2005

MUSA

Contribución de Miriam Serra (revista de Libros, El Mercurio, 28/10/2005)
Para comenzar a escribir lo único que no puede faltar es un cenicero sucio y un paquete entero de cigarros.
Esto sirve mucho para inspirarse. Yo no sé cómo lo hacen los escritores no fumadores para pasarse las jornadas literarias sin un cigarrillo humeante en la boca. Si no fuera porque hay que arrojar la ceniza al manchado cenicero, me tragaría todo el resquicio del cigarro, hasta la cola, El filtro.
Y es que tanto me inspira fumar, que el humo me baila ante los ojos cuando se me ocurre la palabra precisa para definir la situación. La oración.
Es un gran aliciente, aunque muchas veces he escrito sin cigarros, pero luego, cuando tengo uno, corrijo lo escrito. Y con un cigarro me que mejor. Precisamente ahora escribo sin uno, sin embargo apenas aflore uno por ahí no vacilaré en cogerlo y cambiar estos versos.
Es que un cigarro nos cambia el cariz, el matiz de la visión. De la nuestra o de la del resto.
Me quita la vida, lo sé. Pero a la que tengo, la defino bien.
Eso al parecer, porque no lo sé.
Quizás en mi tumba lo llegue a saber y lo más probable es que me arrepentiré. Pero mientras no pase... muero sin saber.
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