Cumpleaños o Funeral
La dictadura cubana toca a su fin
ABC de Madrid
LA ausencia de Fidel Castro en las celebraciones del 50 aniversario de la Revolución sólo puede interpretarse como un síntoma del agravamiento de su estado de salud. El régimen cubano no ha sido nunca un ejemplo de transparencia, no es de extrañar que en estos delicados momentos vaya a informar adecuadamente a sus súbditos, al menos mientras no tenga más remedio, ni siquiera sobre los detalles de la salud de quien, de todos modos, sigue gobernándoles. Hasta en estos momentos, Fidel cuida de la escenografía como un genio de la propaganda
La perorata de un aparatchik como Carlos Laje diciendo que no habrá «transición» puesto que lo que se prepara es la «continuidad», es la expresión de esa perplejidad en la que se encuentran los partidarios de un sistema basado en el pensamiento, la voluntad y los designios de una sola persona, en el momento en el que las limitaciones biológicas aparecen inexorables e indiferentes a sus planes políticos. A Castro le podrán salir imitadores como Hugo Chávez en otros países, pero lo que no conseguirá nadie en Cuba es mantener un sistema que hace muchos años que debería haber desaparecido. Ni los petrodólares que le regale Venezuela, ni las ollas arroceras chinas, ni ningún otro desvarío lograrán seguir manteniendo a los cubanos aislados del mundo cuando Fidel Castro haya pasado a la historia.
El ofrecimiento que hizo su hermano Raúl a Estados Unidos de «negociar nuestras diferencias» es en principio un buen síntoma. Las malas relaciones entre los dos países y algunas de las excepcionalidades que se han consolidado en las últimas décadas tienen su origen en las características dictatoriales del régimen de La Habana. Puesto que la dictadura está tocando a su fin, parece natural pensar que hay cosas que les interesa resolver tanto a Washington como a La Habana, aunque no sea más que para regular la avalancha migratoria que se puede producir -en las dos direcciones- el día en que en Cuba se convoquen elecciones libres. Si Raúl no fuera consciente de que las cosas van a cambiar en el interior, no tendría ninguna necesidad de negociar nada con Estados Unidos, porque sabe que sin cambios tampoco a Washington le interesa.
Y para los que en los últimos tiempos han querido apoyar o «comprender» a una dictadura trasnochada y han dado la espalda a los demócratas cubanos, les quedan aún unos cuantos desfiles a los que asistir antes de volver a la sensatez de los principios que deben defender todos los partidarios de la libertad, aunque tengan que acordarse de la gran ocasión que perdieron de haberse quedado callados.
LA ausencia de Fidel Castro en las celebraciones del 50 aniversario de la Revolución sólo puede interpretarse como un síntoma del agravamiento de su estado de salud. El régimen cubano no ha sido nunca un ejemplo de transparencia, no es de extrañar que en estos delicados momentos vaya a informar adecuadamente a sus súbditos, al menos mientras no tenga más remedio, ni siquiera sobre los detalles de la salud de quien, de todos modos, sigue gobernándoles. Hasta en estos momentos, Fidel cuida de la escenografía como un genio de la propaganda
La perorata de un aparatchik como Carlos Laje diciendo que no habrá «transición» puesto que lo que se prepara es la «continuidad», es la expresión de esa perplejidad en la que se encuentran los partidarios de un sistema basado en el pensamiento, la voluntad y los designios de una sola persona, en el momento en el que las limitaciones biológicas aparecen inexorables e indiferentes a sus planes políticos. A Castro le podrán salir imitadores como Hugo Chávez en otros países, pero lo que no conseguirá nadie en Cuba es mantener un sistema que hace muchos años que debería haber desaparecido. Ni los petrodólares que le regale Venezuela, ni las ollas arroceras chinas, ni ningún otro desvarío lograrán seguir manteniendo a los cubanos aislados del mundo cuando Fidel Castro haya pasado a la historia.
El ofrecimiento que hizo su hermano Raúl a Estados Unidos de «negociar nuestras diferencias» es en principio un buen síntoma. Las malas relaciones entre los dos países y algunas de las excepcionalidades que se han consolidado en las últimas décadas tienen su origen en las características dictatoriales del régimen de La Habana. Puesto que la dictadura está tocando a su fin, parece natural pensar que hay cosas que les interesa resolver tanto a Washington como a La Habana, aunque no sea más que para regular la avalancha migratoria que se puede producir -en las dos direcciones- el día en que en Cuba se convoquen elecciones libres. Si Raúl no fuera consciente de que las cosas van a cambiar en el interior, no tendría ninguna necesidad de negociar nada con Estados Unidos, porque sabe que sin cambios tampoco a Washington le interesa.
Y para los que en los últimos tiempos han querido apoyar o «comprender» a una dictadura trasnochada y han dado la espalda a los demócratas cubanos, les quedan aún unos cuantos desfiles a los que asistir antes de volver a la sensatez de los principios que deben defender todos los partidarios de la libertad, aunque tengan que acordarse de la gran ocasión que perdieron de haberse quedado callados.
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