domingo, mayo 13, 2007

COMBATIR EL RELATIVISMO MORAL


Las batallas de Benedicto XVI

A dos años de haber llegado al Sillón de Pedro, el Papa no duda en afirmar que el futuro del catolicismo está en América Latina, donde también lo esperan algunos retos, como combatir el relativismo moral, reconquistar el lugar de la Iglesia y combatir los credos evangelistas
JOSÉ VALES / ENVIADO El Universal Domingo 13 de mayo de 2007
SAO PAULO.- En su primer viaje a América Latina, el papa Benedicto XVI desplegó el abanico de temas que motivan algunas de las más insignes batallas que está dispuesto a librar durante su papado. Combatir el relativismo moral, reconquistar el lugar de influencia que la Iglesia supo ocupar en la historia de Occidente y combatir a los credos evangelistas en sus diferentes versiones, que saben captar a los fieles para los que el Vaticano parece no poseer respuestas, son algunos de los frentes abiertos.
Eurocentrista a ultranza, según la calificación que de él hacen biógrafos y críticos, antes de reemplazar a Juan Pablo II, llegó a escribir que "Europa está infectada por una extraña falta de apetito por el futuro". Hoy, a dos años de llegar al Sillón de Pedro, no duda en afirmar que el futuro de la Iglesia está en América Latina, territorio "de sed de religión y sed de Dios" y aquí también se mostró dispuesto a una nueva batalla por la fe.
Estas batallas del Papa alemán están signadas por su estilo tan directo y frontal como locuaz y conservador. En esta su primera visita a la región, más precisamente al país con mayor cantidad de católicos del mundo, el Papa pudo presenciar sobre el terreno los efectos de su labor de 15 años al frente de la Congregación de la Fe. Desde esa posición, que siempre viene cargado con el antecedente de haber sido alguna vez la Santa Inquisición, Jospeh Ratzinger, supo mantener a rajatabla la ortodoxia católica y poner coto a cualquier desborde de progresismo religioso. Fue en ese lapso en que la Iglesia en Brasil vio como sus fieles pasaron del 89% en 1980 (año en que Ratzinger llegó al Vaticano), en vísperas de la primera visita de Juan Pablo II a un 74% en 1997 y al 64% de los brasileños que aglutina en la actualidad.
De su pluma y de su acción al frente de la Congregación partieron el freno a la Teología de la Liberación, todas las recomendaciones doctrinarias en defensa de la institución familiar, contra la libertad sexual, el aborto y el celibato que su antecesor paseó por el mundo, junto a una crítica al modelo neoliberal fomentador de pobreza y a su indiscutible carisma.
Ahora el Papa es el propio Ratzinger, jefe de la Iglesia y encargado de profundizar esa ortodoxia que no permite cortapisas ni tal vez -eso se verá a partir de hoy en la V Conferencia Episcopal Latinoamericana que comienza en Aparecida-, discusiones internas sobre el futuro de la Iglesia y las respuestas que está dispuesta a darle a "los sedientos de Dios" y de justicia social de esta región que no sólo posee a más de 50% de los católicos del mundo entero sino también de pobres de todo el globo.
"Esperemos que haya libertad de discusión en la reunión. Ahí se verá si los defensores de la Teología siguen teniendo la fuerza, con la que se expresaron en estos días, previos a la llegada del Papa y hacia dónde es que apuntará la Iglesia hacia el futuro", se esperanzó el sacerdote Luis Correa Lima, profesor del Aérea Social de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro.
Una libertad que otros creen imposible como es el caso del teólogo y ex sacerdote Leonardo Boff, para quien alguna vez fuera amigo de Ratzinger, durante los tiempos del auge del Concilio Vaticano II. "Hay una fosilización de la institución. Y justamente este Papa, que es dueño de una fina intelectualidad, pero también de una estatura de profesor alemán poco flexible a la realidad más allá de la academia", asegura Boff, tal vez el abanderado más claro de la opción preferencial por los pobres de los católicos locales. Una forma elegante de decir, la de Boff, que las voces críticas serán acalladas como lo fue la de él en 1985 cuando aún ejercía el sacerdocio por orden del hoy jefe de la Iglesia.
Al defender el rigor de la liturgia, las misas dictadas en latín, el celibato clerical, al denostar el uso del condón o el casamiento de parejas conformadas por dos personas del mismo sexo o las investigaciones con células madres o al afirmar, como llegó a hacerlo, que aquellos divorciados vueltos a casar conforman "una plaga", el jefe de la Iglesia parece dejar expuestos a millones de fieles a la migración forzosa hacia otros credos donde sospechan que podrán encontrar respuestas más rápidas a sus problemas cotidianos.
Para Enrique Viana, profesor de historia de la religiones, de la Universidad Estadual de Río de Janeiro, "nada es casual en la iglesia, Lo que busca Benedicto XVI es asegurar el futuro de la Iglesia en un presente bastante tumultuoso en todos los aspectos, atravesando toda la historia de la institución". Principalmente en el aspecto moral.
Pero Viana, al igual que otros observadores se pregunta si ¿El camino trazado por el Papa será el correcto para devolverle a la Iglesia la influencia del pasado, esa que sigue perdiendo a través del cuentagotas de la historia?
Las respuestas en términos religiosos necesitan años, tal vez décadas para ser encontradas. Pero algún indicio pudo verse estos días aquí, donde el Papa y El Vaticano hicieron un esfuerzo por mostrar que el carisma que durante 16 años anidó en el sucesor de Pedro no se perdió con la vida de Karol Wojtila en 2005 como tampoco la cercanía del Papa con la gente. Todo parece indicar que ese esfuerzo fue en vano.
José María Martínez es tan chileno como paulista Jozimar Dos Santos. Ambos fueron entrevistados a la salida del encuentro del Papa con la Juventud en el estadio de Pacaembú, un barrio de clase media alta de esta gigantesca ciudad. Ese multitudinario y colorido acto, donde los jóvenes bailaron el muy sensual tema "Brazil" y donde recibieron como recomendación papal la de "mantener la castidad, defender el matrimonio y convertirse en apóstoles" de esta nueva cruzada evangelizadora que el propio pontífice dice encabezar. Ambos coincidieron en sus respuestas: "no estoy de acuerdo con eso de no usar condón en tiempos del SIDA", dijo Martínez mientras Dos Santos, respondió que "decir no al aborto cuando vemos que 1.5 millón de mujeres están obligadas por las circunstancias cada año a someterse a ello no me parece correcto".
Aún este tipo de opiniones contrarias al sentir del Papa y de gran parte de la Iglesia se multiplique, todo parece indicar que para Benedicto XVI, enfrascado como está en batallas cruciales, es mucho más importante fortalecer la identidad católica que los resultados en términos numéricos o en cantidad de fieles, incluso demuestra importarle poco y nada la propia imagen de su papado. Sólo basta releer algunos de los textos de la prolífica tarea de escritor y teólogo, del Ratzinger que renegó del Concilio Vaticano II (cuando dentro de la Iglesia era visto como un progresista) para darse cuenta que para él de nada sirve tener más católicos sino no se practican a consciencia la doctrina de la Iglesia. Y a diferencia de algunos de sus antecesores inmediatos, lo dice públicamente aún cuando despierte escozor político, se lo acuse de retrograda o genere momentos de tensión hacia dentro de la institución más antigua de la historia de la humanidad.
Fue en este viaje donde los latinoamericanos tuvieron la oportunidad de conocerlo mejor. De observar que esa falta de carisma -provocada más por sus posiciones religiosas y hasta políticas que por su simpatía personal- que se le endilga, podría obedecer también a su estrategia pontificia. Fue la oportunidad de testear, en corto, su pensamiento doctrinario e incluso de enterarse por boca de sus colaboradores más inmediatos, como el caso del cardenal y ex obispo de Sao Paulo Claudio Hummes, que también le preocupan algunos aspectos de la política regional.
"El papa ve con preocupación a Hugo Chávez y Fidel Castro y a los caudillismo de la región", dijo Hummes. Pero esa es otra batalla, tal vez de menor peso, de todas las que se plantean hoy por hoy en el Vaticano. Por estos días el Papa, aparece más preocupado en esgrimir la excomunión como arma política en su afán para que la Iglesia conserve el espíritu rector de la ética y la moral, que en los dislates chabacanonacionalistas de un militar venezolano. Aún a costa de perder el primer tren hacia el futuro y algunas de las tantas batallas que Benedicto XVI -y sus 80 años- está dispuesto a librar.
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