domingo, noviembre 04, 2007

LOS TEMPLARIOS


Cristóbal Orrego
Los templarios y la señora K

El viernes 13 de octubre de 1307, Felipe IV, "el Hermoso", inició la persecución de la Orden Militar del Temple. Mediante torturas y humillaciones, tras confesiones y retractaciones, hogueras y falsos procesos, los monjes guerreros, que habían prestado tantos servicios a la Iglesia, encontraron un triste final. La Editorial Vaticana ha publicado hace unos días ochocientos ejemplares de un libro singular, que recoge documentos históricos sobre ese proceso inicuo y comprueba, ya sin lugar a dudas, que los templarios no fueron herejes. Su "error" consistió en poseer demasiados bienes y poderío humano (y quizás en establecer un sistema financiero sin fines de lucro: ¡prestaban sin cobrar intereses!).
Y en creer que podrían vivir así, pacíficamente, a pesar de que gobernara un rey maligno.
El apetito de los tiranos nunca se sacia. Ellos saben que su principal obstáculo reside en la Iglesia Católica, de manera que, de vez en cuando, arremeten contra ella. Ahora bien, la abolición de los templarios (siglo XIV) y la supresión de los jesuitas (siglo XVIII) contaron con la complicidad de los católicos mundanos y con la debilidad de los romanos pontífices.
No ignoro que los enemigos de afuera jugaron un rol preponderante en contradicciones posteriores, con ocasión de la Revolución Francesa, de la expansión liberal en los siglos XIX y XX, y de los movimientos totalitarios, que dejaron un reguero de sangre. Precisamente hoy, domingo 28 de octubre, serán beatificados 498 mártires españoles, quienes murieron bajo la masacre religiosa desatada durante la Guerra Civil de 1936-1939. Sin embargo, al igual que con la extinción de los templarios y la supresión de la Compañía de Jesús, la demolición histórica del influjo cristiano en el mundo occidental se explica por la indiferencia generalizada, la ignorancia y la falta de solidez moral de los fieles católicos. Al lado de esta lacra, poco importa si ha habido o no una conspiración universal de gente anticristiana.
Este diagnóstico sobre la pasividad, la debilidad y la ignorancia de los católicos, válido para una época en que casi la totalidad de la población era católica, vale ahora también para tantos no católicos y no cristianos de buena voluntad. Todos ellos, creyentes y no creyentes, yacen bajo el yugo intolerable de tiranías más o menos encubiertas por su propia capacidad de manipulación de las masas.
Un caso extremo es Argentina. Hace ya casi un siglo que, sin interrupciones, formas diversas de liderazgo corrupto y corruptor se turnan en el gobierno. (No se preocupen, que jamás seré canciller de nuestro reino). No es una cuestión solamente del peronismo, sino, sencillamente, de que las gentes más valiosas de ese gran país, en algún momento, dejaron de dedicarse a la cosa pública. Grandes negociantes, eximios deportistas (fútbol, rugby, polo), escritores maravillosos, eruditos y científicos de marca mayor: todos creyeron que podían desentenderse impunemente de la política. Y cuando ya no quedan ciudadanos, aparecen las masas descontentas que, convencidas de que nada se puede hacer, en consecuencia ya nada hacen. Y vienen las crisis, una detrás de la otra, y la corrupción, el no pagar las deudas, el desenfreno mientras los pobres recogen mendrugos en los basurales.
La señora K representa la culminación de todo eso. Argentina se hundirá más porque el mal gobierno, al final, los afectará a todos.
Y Chile, que está a años luz de algo semejante, ¿está inmune, acaso?
Muy por el contrario. Los equivalentes a los caballeros templarios -reitero: no me refiero solamente a los católicos, sino a todos los ciudadanos que representan la parte mejor de la sociedad- cometen los mismos errores. Los grandes empresarios acumulan riquezas, sin advertir ese desatarse de la envidia de los políticos corruptos (¡en nombre de los pooooobres!). Los científicos, los profesionales, los deportistas, los escritores, las dueñas de casa, los estudiantes, todos piensan que pueden seguir su vida sin ocuparse de la cosa pública. Solamente lloran cuando los asaltan, cuando les matan una perrita, cuando unos niños se ahogan en su propio incendio, cuando les tocan el bolsillo, pero les importa un comino el bien común, la política.
Por eso se sienten tan bien cuando advierten un respiro en "las peleas" entre "los políticos". Porque viven en la ilusión de que se puede hacer justicia sin pasarlo mal plantando cara a los inicuos, sin pelear, cayéndole bien al lobo y a las ovejas, viviendo en una neutralidad fofa y cobarde.
No se puede.
Por eso, insisto en que debemos valorar positivamente las dos iniciativas políticas liberales: Chile Primero, liberal de izquierda, e Independientes en Red, liberal de derecha.
Y deploro la extinción de los templarios.
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