lunes, junio 20, 2005

Un libro de Rudiger Safranski

Sobre "Un maestro de alemania. Martín Heidegger y su tiempo" de Rüdiger Safranski
(Jorge Aleman. Madrid • Español)

Pero, ¿quién fue realmente Heidegger?
El que decidió en su juventud "dejar al mundo sus libros y su afectación literaria", para pensar exclusivamente en la transformación fundamental de la filosofía o en su final.
El que habló de un "ser arrojado a la cura, a la temporalidad, a la finitud, que huye hacia lo inauténtico" y fue escuchado como un Aristóteles enloquecido.
El que sin saberlo desarrollo a Montaigne en "filosofar es aprender a morir".
El que recibió durante dos semestres en su buhardilla a Hanna Arendt para leer juntos la "Montaña Mágica", sin imaginar que justamente ella iba a dar cuenta de la "mundanidad política" ausente en Ser y Tiempo.
El que en las gélidas alturas de Davos, lugar en que los filósofos de la Montaña Mágica se encuentran, le dijo a Cassirer: "el hombre solo en muy pocos instantes existe en la cumbre de sus posibilidades".
El que fue parodiado por los estudiantes de Marburgo sobre su "decisionismo": "estoy decidido pero no sé para qué".
El que anheló que "los otros que son junto conmigo sean en su poder ser" e inmediatamente se preparó para los instantes de intensidad en la política.
El que quiso hacer la experiencia de los límites de la Amistad con Elisabeth Blochman, Hanna Arendt y Karl Jaspers.
El que antes de su ingreso en La Historia Universal de la Infamia, llegando a Friburgo, preguntó si hay aquí algo de filosofía o bien todo se disuelve en erudición.
El que buscando un camino para superar los límites de la filosofía se descubrió siendo un heraldo de una epifanía histórico política única, en el desencadenamiento a escala industrial de administración de la muerte.
El que supo que estar dispuesto para el instante en que la filosofía debe hacerse política y política la filosofía, era por fin disponerse a entrar en la pesadilla de la historia que lo iba a arrollar y arrastrar consigo.
El que le dijo a Jaspers en 1933 "Hay que adherirse", y en 1950 terminó confesándole: "soñé políticamente y por eso me equivoqué", sin poder admitir que tal vez se equivocó políticamente porque había soñado filosóficamente.
El que en la brutalidad del antisemitismo nacionalsocialista, perdió la amistad de Hanna, Elisabeth y Karl, aunque no fueran filósofos como él, los que prestaron un servicio decisivo al régimen nazi, sino "científicos especializados" de corte político.
El que destrozado por su cobardía política, buscó el coraje en el pensamiento, y abandonó el lenguaje de su gran monumento filosófico "Ser y Tiempo" para llegar a ser un pensador en tiempos de indigencia.
El que se sintió entonces hermano de Hölderlin porque lo protegía "la noche sagrada de la locura".
El que le dice a su hijo Hermann Heidegger, que había estado cautivo en Rusia: "Ello piensa en mí y no puedo resistirme".
El que encuentra en la Provenza, a su nueva casa, porque allí está el poeta René Char, jefe de los partisanos.
El que encuentra en René Char, en sus gestos, en su habla, una resonancia de la Grecia Antigua, y en la cezanniana cadena de montañas otra vez el camino de su pensamiento.
El que dijo "caminos y no obras".
El que habló en Cérisy-la-Salle para Gabriel Marcel, Lucien Goldman, Paul Ricoeur, Deleuze, Maurice de Candillac, Beda Alleman, Kostas Axelos, encabezando su alocución con una cita de Gide: "C’est avec les beaux sentiments que l’on fait de la mauvaise littérature".
El que junto a George Braque en su atellier descubrió los distintos modos en que la muerte genera cercanía.
El que escribió la obra culminante de la filosofía del siglo XX para destruir después su lenguaje y destituirse como filósofo, el que quiso despertar a otra forma de Decir y Escuchar, estableciendo un diálogo con un japonés, el que reconoció en Marx la única historiografía con la que se debía entrar en conversación, el que proclamó "una conversación somos", el que encontró en los judíos Arendt, Derrida, Levinas sus mejores discípulos, el que conversó con Paul Celan sobre la palabra venidera antes de que el poeta se suicidara en París en 1970.
Muchos hombres pudo ser Heidegger, pero como diría Borges, finalmente fue Heidegger. Tal vez supo que lo era, por primera vez, cuando se aprestaba a escribir Ser y Tiempo, tal vez ya no volvió a saber quién era en la postguerra, cuando se desmoronó y entendió que su manera de hablar no podía acoger a aquello que, por primera vez, lo llamaba desde otro lado.
En cualquier caso la enumeración deliberadamente caótica, que hemos presentado encuentra su orden y su medida, su interpretación y su historiografía adecuada en la tarea biográfica que propone Safranski. Rüdiger Safranski ha querido escribir una biografía de altura, de largo aliento, tan intensa que por momentos se vuelve un fresco del paisaje europeo político cultural del Siglo XX. Como toda biografía noble, intenta anudar vida, pensamiento, época en un decir alrededor del nombre de Heidegger. Intenta captar al personaje en sus encrucijadas más extremas, comprendiéndolo, como lo exige el filósofo más importante del siglo, pero sin ninguna concesión, cuando se trata de abordar el momento cobarde, la traición del año 33. A diferencia de los biógrafos al uso, que actualmente circulan, Safranski muestra que el rigor puede ser acompañado por el pudor y el respeto. Ningún regocijo se encuentra aquí, por ese, "dar a ver" poblado de anécdotas privadas que rozan la difamación y que engrosan el mercado editorial actual. No obstante Safranski apenas se demora en algo que, sin embargo, merece la atención del psicoanalista. Se trata de los Zollikoner Seminare, dictados en casa de Medard Boss, el que ya había estado próximo al desmoronamiento psíquico de Heidegger en la postguerra, y desde 1949 había trabado una amistad con él. En 1965 comienza ese Seminario frente a una audiencia de médicos y psicoterapeutas. En la presentación de dicho Seminario, Boss sostiene que las "modernas investigaciones científicas no pueden encontrar ninguna vía de acceso hacia lo propiamente humano de nuestros enfermos". Por lo mismo, según Boss, "el auténtico cuestionador de los fundamentos de la medicina" es ahora Heidegger. Heidegger afronta ese Seminario con un interés bien definido, tal como lo recuerda Boss: "veía la posibilidad, de que sus concepciones filosóficas no se quedaran empotradas solamente en las estanterías de los filósofos, sino que pudieran redundar en bien de muchos más hombres, y sobre todo, de los necesitados de auxilio".
En sus primeras disertaciones, Heidegger dibuja semicírculos en la pizarra, intentando con ello presentar gráficamente el "ser ahí" (Dasein) abierto al mundo. Ese "primario estar abierto" será la matriz a confrontar con las diferentes formaciones patológicas en los historiales de enfermos. Por primera vez Heidegger asume una confrontación distinta con el inconsciente freudiano, postulando su "ser ahí" como distinto de lo que se puede captar a través de una filosofía de la conciencia, y con una espacialidad y temporalidad que presentan las condiciones pertinentes según Heidegger para dilucidar el padecimiento psíquico. ¿Hay "apertura" en el maniaco depresivo? ¿Cómo soporta el presente el melancólico? ¿qué pasa con el Dasein en la psicosis?.
Pero estos interrogantes de Heidegger pueden ser acompañados por los nuestros; ¿por qué Heidegger que en los 60 ya hacia tiempo se había alejado de las categorías de la analítica existencial de Ser y Tiempo, vuelve a ellas para dar cuenta de lo "mental" e intenta escribirlo en la pizarra? Ahora, el trance de "salir de la filosofía", el "superar la metafísica", ya no se dirige a la historia de Alemania, ni a la poesía inicial de Hölderlin, sino a lo que siempre ha estado pendiente, la relación del Dasein con la locura.
Tal vez, solo demorándonos en este avatar del discurrir heideggeriano, en aquella ocasión donde el viejo pensador ya separado de los ideales filosóficos, fue al encuentro de la "insondable decisión del ser", es que se pueda captar uno de los instantes culminantes de la historia moderna acerca de la subjetividad. El día que Jacques Lacan expuso frente a la mirada anciana de Heidegger, la casa del ser parlante escrita como un nudo.
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