martes, julio 26, 2005

SEGURIDAD Y LIBERTAD

Libertad y seguridad
LA MUERTE DE UN inocente por agentes del Estado importa mucho para la libertad y la salud democrática
LLUÍS FOIX - 26/07/2005 (La Vanguardia de Barcelona)
El suicida que se inmola en cualquier rincón del planeta es ya casi un ritual. No pasa un día sin que desde Iraq nos lleguen noticias sobre el sacrificio de jóvenes que estrellan sus coches contra grupos de ciudadanos y matan a gentes que hacen cola, que compran en un supermercado o que se encuentran cerca de un centro del nuevo poder iraquí. No se sabe a ciencia cierta si son suicidas llegados de fuera o han sido reclutados en el propio Iraq después de la invasión anglo-norteamericana. El hecho es que la práctica de la inmolación que mata a todo lo que se ponga por delante es un fenómeno siniestro que sitúa la guerra en estos comienzos de milenio en otros parámetros. Esta guerra santa no se libra en territorios lejanos. Ha llegado a Estados Unidos el 11 de septiembre, en Londres hace tres semanas, en Indonesia, en Chechenia y en otros lugares donde una minoría de musulmanes se encuentra dispuesta al sacrificio supremo para destruir vidas ajenas en nombre de una causa que no acertamos a comprender. De momento, los gobiernos y policías encargados de hacer frente a esta guerra andan desorientados. En Inglaterra residen más de millón y medio de musulmanes, la mayoría de los cuales va a sus cosas con una integración parcial o total. Para combatir a los supuestos suicidas no se necesitan grandes ejércitos ni armas potentes. Es cuestión de inteligencia para detectar las causas y diseñar estrategias. A quien haya vivido largos años en Londres le cuesta aceptar una policía británica con órdenes de disparar a matar en la cabeza para no hacer estallar las posibles bombas, ante un sospechoso de ser terrorista. Se trata de una orden secreta que al parecer estaba en vigencia desde el 2003 y que la ciudadanía desconocía. ¿Qué importa un muerto inocente ante la posibilidad de evitar tanta barbarie? Importa y mucho. Por la sencilla razón de que la primera víctima de la lucha contra el terrorismo no puede ser la libertad de nadie para garantizar la seguridad de todos. Ya puede decir Tony Blair que fue un error lamentable y que Scotland Yard tiene facultades para disparar contra un sospechoso de ser terrorista. Decía un viejo corresponsal de guerra que la primera víctima de un conflicto es siempre la verdad. En esta guerra contra el terrorismo no se puede inmolar la libertad, aunque sea en dosis que afectan a uno o varios individuos, en el altar de la seguridad colectiva. Se necesitaron varios siglos para llegar a la conclusión de que el Estado debía tener el monopolio de la violencia. Para evitar que nadie pudiera utilizarla a su antojo creando una red de violencias y venganzas en manos de los individuos. El Estado ejerce la violencia de acuerdo con las leyes de las que es el encargado de hacerlas cumplir de acuerdo a derecho. La policía no está autorizada a tirar a matar ni a disparar contra sospechosos. Y si existe una ley que lo permita, hay que revisarla. La grandeza de la democracia es precisamente la que hace que muertes como las del joven brasileño en Londres no pasen sin ser perseguidas y castigadas, aunque hayan sido perpetradas por agentes del orden. Vivimos tiempos en los que en el debate entre seguridad y libertad se pretende dar prioridad a la seguridad. Hemos comprobado esta pérdida sutil de libertades desde los atentados del 11 de septiembre en Nueva York. La libertad no es una moneda de cambio. Es la base indiscutible, intocable, que permite precisamente cualquier debate en una sociedad para defender todas las posiciones. Se pueden y se deben aceptar las medidas que faciliten la labor de la policía. Pero disparar cinco tiros sin saber quién es el destinatario no es de recibo.

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