martes, agosto 30, 2005

POLITICA REDENTA

Para una redención de la política
EL AFÁN DE autoafirmación de los políticos causa muchas de las barbaridades que se cometen en la política

JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ FAUS - 30/08/2005 (la Vanguardia de Barcelona)
Hay en el ser humano dos fortísimos impulsos: la tendencia a la autoafirmación y el impulso de unión. Quizá quepa decir que el primero es de color más masculino y el segundo de color más femenino; pero es cuestión de matices. El primero lleva a la exclusión, el miedo a lo distinto, y a la apropiación o el dominio. Pero no puede apagarse sin peligro de la salud humana. El segundo se manifiesta en el afán de comunión total: con la naturaleza, la persona amada, algún grupo (como familia, patria o iglesia), y finalmente con Dios. Pero este segundo impulso está en nosotros deformado por el primero: por eso el ser humano es sin duda capaz de dar, pero tiene una enorme necesidad de recibir (y de recibir no como regalo gratuito, sino como fruto de méritos propios). A esta deformación, diversas tradiciones religiosas la llamaron pecado (o mancha) original,o mentira del ego:pero la realidad es más importante que los nombres. Ahora bien: cuando en la unión se busca la afirmación propia, se deforma el amor, se deforma la religión y se deforma la política. Me quiero ceñir ahora a este último punto y mostrar que el afán de autoafirmación de los políticos causa muchas de las barbaridades que se cometen en la política, la cual pasa de ser el espacio de la caridad (locus caritatis la llamó algún papa), a ser el locus egoticus (parodiando el latinajo). Según bastantes analistas, el desplome del proyecto de Constitución europea puso de relieve que nuestros políticos habían ido a la suya,ajenos al pueblo al que debían estar unidos. Remontando el vuelo un poco más, tenemos la increíble (¿interesada?) ceguera de Bush al declarar la guerra a Iraq, afirmando como evidencia que existían armas de destrucción masiva, o que Iraq estaba mejor tras la caída de Saddam y que la invasión de Iraq contribuiría a solucionar el problema del Oriente Medio. ¡Ni una! Y todavía hoy, cuando el terrorismo se ha convertido en caballo desbocado, Bush avisa a los kamikazes potenciales de que el pueblo norteamericano no se dejará atemorizar. Él quizá no se atemorice, dado que vive entre unas medidas de seguridad privilegiadas; pero el pobre ciudadano que cada mañana coge el metro o el autobús no está tan tranquilo. Más abajo de Bush, fue un acto ciego de autoafirmación el que llevó al gobierno de Aznar a empeñarse en que la barbarie del 11-M era obra de ETA, a dar órdenes a las embajadas para que difundieran esa versión cuando ya la po-licía iba por otras pistas, a seguir buscando una alianza entre islamistas y ETA o finalmente alguna inspiración intelectual de ETA, cuando todas las evidencias iban ya por otro lado. Este afán de autoafirmación les cegó, les hizo perder las elecciones como causa principal y aún hoy les impide reconocer que las perdieron simplemente por ese afán de ganarlas como fuera. Y para no dejar a nadie de las Azores fuera de esta reflexión, aturde el afán de autoafirmación de Tony Blair cuando, tras dos intentos de atentados en Londres (uno de ellos fallido por suerte), sigue empeñado en sostener que esos atentados no tienen nada que ver con la presencia de tropas inglesas en Iraq. Y tras declarar solemnemente que los atentados no cambiarán nuestro estilo de vida occidental, legitima algo tan contrario a esos valores como el tirar a matar al simple sospechoso. Uno se pregunta aturdido cómo se puede ser tan ciego, recordando otras rotundas afirmaciones inapelables de Blair sobre la presencia de armas de destrucción masiva en Iraq o la posibilidad que tenía Saddam Hussein de actuar en Inglaterra en sólo 45 minutos. Ante la pregunta anonadada de cómo es posible tanta ceguera, surge siempre la misma respuesta, dolorosa y abrumadora: cuanto más uno se mira sólo a sí mismo, menos ve (o no ve nada) de la realidad. Por muchos informes que reciba sobre ella. Para no mirar tan lejos, y en un tono mucho menor, los políticos catalanes se agotan y consumen su tiempo discutiendo un texto estatutario que busca cotas máximas de poder cuando, según recientes encuestas de este diario, la reforma del Estatut interesa a un porcentaje reducido de la población. Los problemas de la pobre gente son otros. Y la tentación de los políticos es hoy mirarse a sí mismos en lugar de mirar al pueblo, y bajo capa de más grandeza para su país, buscar más poder para sí mismos. Por eso cambian tanto sus estilos y sus argumentos según estén en el poder o en la oposición: del seny de Pujol se pasa sin sentir a la rauxa de Mas. Es de aplaudir el respeto de ZP porque se llame nación a Catalunya; pero ya insinué otra vez que eso no significa nada si antes no definimos la palabra: porque si ustedes miran el Diccionario de la Real Academia (o el Larousse)por un lado y, por otro, el Coromines (edición de 1995), verán qué diferentes son las definiciones. Así, dejándola indefinida, la palabra se convierte en una especie de abracadabra que, aunque no signifique nada, tiene unos poderes mágicos capaces de abrir cualquier cueva de Alí Babá. (Personalmente, y más que como nación de naciones, yo definiría a España como un desierto de desiertos o secarral de secarrales, con un pequeño hecho diferencial en la cornisa cantábrica: porque temo que eso está a punto de llegar y nos encontrará discutiendo si son galgos o podencos...). Hace ya muchos siglos, uno de los judíos más inspirados de la historia de Israel (a años luz de Ariel Sharon) escribió que los poderosos "tienen ojos y no ven y oídos pero no oyen". Y añadía que, por eso, Dios les esconde la verdad alegando con suprema ironía: "No sea que vean y se conviertan". Jesús de Nazaret echó mano alguna vez de esa observación para explicar sus cambios de lenguaje. No estaría mal si los políticos la meditasen de vez en cuando.
J. I. GONZÁLEZ FAUS, responsable del área de teología de Cristianisme i Justícia
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