martes, septiembre 27, 2005

TIRONI REPLICA

¿La muerte del Mapu?
Sin miedo, con pena, sin nostalgia
Mis declaraciones en entrevista con La Tercera, publicada el pasado 11 de septiembre, han suscitado las reacciones de Alfredo Joignant, Juan Gabriel Valdés y José Antonio Viera-Gallo. Como se nos ha dicho que vivimos nuevos tiempos, en los que hay que perder el miedo al conflicto, espero que nadie arme teorías conspirativas si ahora hago uso de mi derecho a responder.
Eugenio Tironi, sociólogo PPD y ex alumno del colegio Saint George
Fecha edición: 25-09-2005
Sin miedo Juan Gabriel Valdés ironiza sobre mis "arranques funerarios", que me han llevado a decretar ahora la muerte de la influencia de los viejos Mapu en la Concertación, antes a declarar el fin de la transición con la estabilización del país bajo el primer gobierno democrático, y mucho antes, a fines de los 70, la muerte del mesianismo revolucionario que desbarrancó a la UP. Tiene buena memoria Valdés. Pero ya que fue a la personal, yo le podría agregar otros "arranques funerarios". A comienzos de los 80 señalé que había que hacer confluir al Mapu en la "ancha corriente del socialismo chileno", donde hoy militan mis tres contradictores. También di por muerta la ortodoxia marxista, y propuse emprender una radical renovación del pensamiento socialista abriéndose hacia el pensamiento liberal de un Hayek, por ejemplo (lo que, recuerdo bien, me llevó a una polémica con José Antonio Viera-Gallo). Después dije que había que acabar con la "resistencia" a la dictadura, y utilizar en cambio sus resquicios para derrotarla y superarla, como lo hicimos a través del plebiscito del 88. En Los Silencios de la Revolución di por muerto el ciclo de la modernización autoritaria, y señalé que éste debía ser ampliado -no revertido- por la democracia. A mediados de los 90 planteé que la izquierda no podía seguir escudada en el Estado, mirando desde fuera y con sospecha el mundo de la empresa, donde yo mismo me zambullí desde entonces (lo que me ha valido la desconfianza de muchos amigos de ayer).Declaré también, a fines de los 90, que con "la irrupción de las masas" había muerto la política racional, impersonal, ideológica de antes, y que venía otra dominada por la imagen y el carisma de los candidatos (lo que llevó a que me acusaran de querer transformar al ciudadano en consumidor). En El Cambio está Aquí (2002) di por agotado el "fenómeno Lavín", ya que Lagos había hecho suya su demanda por el cambio, mientras él yacía empantanado en la alcaldía de Santiago. En fin, hace unos tres años tuve otro "arranque funerario" cuando declaré el fin de otro largo ciclo: el de la autoridad épica, autoritaria, masculina, y el surgimiento de la demanda social por un liderazgo comunitario o femenino.Tengo, pues, varios funerales en la espalda… y a mucha honra.
Con pena Entrando al fondo, ojalá Valdés lo entienda bien. Lo que yo he hecho es rendirle un homenaje a la "generación Mapu" por haber sido el nexo cultural y político entre la izquierda laica y el centro cristiano, transformándose con ello el motor de la Concertación. Y por esta vía de la transición. Es cierto, como dice Viera-Gallo, que en este proyecto ha habido muchos otros actores claves, pero es empíricamente demostrable que los Mapu fueron el núcleo vital del suprapartidismo concertacionista. No veo por qué esto ha despertado tanto escozor entre los propios Mapu, como si estuviésemos ante esos secretos de familia que no hay que revelar a los extraños. No hay por qué ocultarlos: tienen motivos de sobra para sentirse orgullosos de sus logros. De ahí que cuando he hablado de su "fracaso" me he referido a algo muy específico, como fue no haber logrado consumar el destino natural del Mapu: la creación, a partir de la Concertación, de una fuerza política con identidad y organización propias que superara a los partidos históricos.Es paradójico. La Concertación es una entidad con vida propia a nivel de la ciudadanía -como lo ha demostrado el hecho que los electores de Alvear se trasladasen por completo a Bachelet-, pero ella sigue encauzada por la estructura de partidos pre 73, con muchos dirigentes partidarios que la soportan, pero no la quieren ni promueven. Alfredo Joignant afirma que la confluencia en una identidad-política-Concertación (proyecto en el que yo y muchos otros creímos) era "ingenuo"; que no es posible "superar las históricas fronteras partidarias". Los hechos han demostrado que él estaba en lo cierto; aunque me habría gustado -y esto lo digo con pena- haber dado en este aspecto un paso fundacional tan potente como los que ha dado la Concertación en otros campos.Como buen Mapu, Valdés pronostica que "ya se construirá entre gente nueva y antigua el entramado de lazos, puentes, complicidades y afectos que hacen a la política y que son indispensables para la democracia". Parece no darse cuenta de lo que ha señalado Joignant: que estamos ante el fin de los proyectos que "se fundaban más en comunidades de afectos y confianzas que en el recíproco reconocimiento de culturas políticas distintas cobijadas en instituciones partidarias necesarias y duraderas"; o lo que es lo mismo, que estamos ante el "predominio de los partidos" (…) "en desmedro de alianzas transversales entre elites políticas". El "entramado" que reivindica Valdés quizás pueda construirse, pero ya no tendrá el papel de antaño. En esto consiste lo que eufemísticamente llamé el "fin del Mapu". Da lo mismo entonces cuánto afecto se tengan entre sí las caras nuevas, o éstas con las antiguas. Lo concreto es que estamos ante otra Concertación (y quizás otra democracia) que descansa -como anuncia Joignant- en "la institucionalización de sus actores y el carácter competitivo de sus luchas".
Sin nostalgia Yo no pongo en duda la gobernabilidad de un futuro gobierno de Bachelet, como me lo imputa Viera-Gallo. No tengo desconfianza alguna en las caras nuevas (es más: digo que hay que dejarles espacios), y menos en un liderazgo femenino (vengo abogando por él desde mucho antes que mis contradictores). Lo único que digo, y en esto estoy otra vez con Joignant, es que aquella "naturaleza ambigua de los acuerdos de los 90" está siendo sustituida por acuerdos "más complejos de elaborar", pues las aspiraciones que presiden las relaciones en la Concertación son la diferenciación y la competencia, no la convergencia y la cooperación. Es un cambio inevitable, y desde muchos puntos de vista positivo, porque da cuenta de una "democracia consolidada" -como la llama Joignant- y de una sociedad más moderna. Pero como todo cambio, éste provoca incertidumbre, y me pareció de una mínima honestidad intelectual advertirlo.De mi parte hay cero nostalgia (un sentimiento que no viene muy bien conmigo). Me siento profundamente identificado con Michelle Bachelet y sus propuestas. Tengo gran admiración y cariño por lo que ha realizado la Concertación, y haré todo lo que esté a mi alcance para que este nuevo modelo funcione. En lo personal tengo un gran respeto por las instituciones (esto incluye al matrimonio), pero no creo que éstas puedan funcionar sin una base de confianza y afecto (lo que se aplica también al matrimonio). En esto tengo una diferencia con Joignant y su irrestricta fe en el poder de las instituciones. Hay aquí, quizás, un punto de quiebre con la experiencia de mi generación, marcada por el quiebre del 73. Por lo mismo -y así lo he venido sosteniendo desde hace mucho tiempo-, estoy porque una generación sin esos traumas asuma el protagonismo de estos nuevos tiempos; lo que no significa -para la tranquilidad de quienes puedan sentirse amenazados y que nos han advertido ser "duros de matar"- que esté conminando a nadie a jubilarse. Sólo que la sociedad cambia, y nadie puede quedarse ejerciendo para siempre los roles de ayer, por gloriosos que hayan sido.
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