lunes, octubre 10, 2005

Filosofía de la ciencia y Bioética

Filosofía de la ciencia y Bioética
Autor(es):Dr.C. Carlos Jesús Delgado Díaz. Profesor Titular de Filosofía. Facultad de Filosofía e Historia. Universidad de La Habana
(Presentación en el Panel efectuado en el Aula Magna de la Universidad de La Habana el 18 de noviembre del 2004, en conmemoración del día internacional de la filosofía)El título de esta presentación reúne dos términos —filosofía de la ciencia y bioética—, que provocan inmediatamente reacciones diversas y cuestionamientos.Filosofía de la ciencia fue durante mucho tiempo un término rechazado en el pensamiento filosófico marxista, debido a que se le consideraba comprometido con la herencia de la filosofía de la naturaleza. Se prefirió emplear “problemas filosóficos”, o “cuestiones filosóficas” de las ciencias. Sin embargo, el cambio en la terminología no garantizó por sí mismo un planteo novedoso y diferenciado, y se repitieron algunos vicios de la vieja filosofía de la naturaleza, en especial la imposición de criterios especulativos que llegaron a frenar el desarrollo de las investigaciones.Por su parte el término Bioética motiva todavía variadas sospechas, que incluyen desde la pertinente pregunta por el estatus de esta nueva disciplina, sus relaciones y rupturas para con el pensamiento ético en general y la ética aplicada, hasta temores ideológicos y políticos injustificados en su mayor parte, motivados por el origen norteamericano del neologismo, y el desconocimiento sobre la diversidad de tendencias existentes en el pensamiento bioético.Aunque no es nuestro interés centrarnos en la cuestión terminológica, hemos considerado oportuno referirnos a ella, pues a veces la utilización de un término conduce inmediatamente a la adopción de una postura epistémica; y quisiéramos evitar en lo posible, —al menos alertar—, para que los prejuicios favorables o adversos a los términos no empañen nuestra capacidad de discernimiento filosófico.Nos interesa esclarecer el momento específico en que nos encontramos en la filosofía de la ciencia y las perspectivas de este tipo de indagación. Relacionamos bioética y filosofía de la ciencia pues consideramos que la aparición de la Bioética es representativa de una nueva situación que ha cambiado la naturaleza de los estudios de filosofía de la ciencia y los encausa por nuevos derroteros en el siglo XXI. Es decir, pretendemos demostrar que el surgimiento de la bioética responde a una nueva situación en el desarrollo del conocimiento científico y demanda de nosotros los filósofos un nuevo tipo de reflexión en filosofía de la ciencia.Una demostración exhaustiva de una tesis tan general no es factible de ser desarrollada en el breve tiempo que nos corresponde en el panel, pero creemos que los minutos de que disponemos son suficientes para presentar la lógica de razonamiento y los elementos de conocimiento mínimos para motivar la reflexión del auditorio.La revolución en el saberLa segunda mitad del siglo XX es reconocida por todos nosotros como la era de la revolución científico-técnica, el desarrollo impetuoso de la ciencia, la tecnología y el sistema productivo. Las siglas RCT parecen resumir el avance del conocimiento y la nueva situación de vida en que ese avance colocó a la humanidad. Sin embargo, se han producido importantes cambios cognoscitivos que rebasan lo que solemos presuponer cuando empleamos las siglas RCT. Permítanme llamar la atención sobre algunos de estos cambios.A finales de los años sesenta varios estudios demostraron el error de nuestra suposición casi ancestral de que los comportamientos simples y complejos correspondían a líneas independientes —lo simple engendra lo simple y lo complejo engendra lo complejo—. Así comenzaron a abrirse paso los estudios que casi cuarenta años después llamamos hoy “de complejidad” y que están cambiando nuestro modo de comprender la cognición y el sistema de la naturaleza. Por aquella misma época comenzó a formularse una nueva epistemología, que prestaba atención no lo observado, sino a los sistemas observadores. Si la epistemología que daba cuenta del mundo y sus límites podía denominarse epistemología de primer orden, esta venía a ser una epistemología de segundo orden que cuestionaba el lugar casi sagrado y sobrenatural del sujeto de la primera, y prestó atención a los límites epistemológicos de los sujetos reales. Desde entonces epistemología de segundo orden y complejidad van unidas. De igual importancia resultan dos contribuciones de inicios de los años setenta. En 1970 el oncólogo norteamericano Van Rensselaert Potter planteó la necesidad de un nuevo tipo de reflexión filosófica sobre la ciencia: la Bioética; y en 1973 el filósofo noruego Arne Naess distinguió la ecología superficial y la ecología profunda, realizando una notable contribución a la fundamentación y establecimiento de un programa ambientalista basado en presupuestos de ecología profunda.Estos cuatro nuevos enfoques se destacan sobre el telón de fondo que ofrece la revolución científico-técnica pues sus propuestas eran, además de avances teóricos y conceptuales, revolucionarias al fundamentarse en nuevas ideas sobre el conocimiento y el lugar de la ciencia en la cultura. Con ellas se inicia una revolución que trasciende los límites de la actividad científica y se expresa como revolución en el saber. La Bioética tiene la particularidad de haber expresado en una forma más directa aquellos elementos de cambio que resultan comunes al resto.El desarrollo de las ciencias naturales desde la segunda mitad del siglo XX trajo consigo importantes avances para el género humano, y también problemas e incertidumbres que hicieron más agudas las preguntas filosóficas. En los orígenes de la bioética se encuentra la preocupación por el carácter dual del desarrollo científico-técnico, las consecuencias negativas del progreso basado en la ciencia y la tecnología; pero contrario a lo que comúnmente se piensa y supone, no fue el deseo de poner freno a excesos o consecuencias negativas del desarrollo científico-técnico lo que condujo a Potter a proponer una nueva disciplina que combinase la ética y el conocimiento proveniente de las ciencias de la vida. Potter se planteó una pregunta filosófica más general y profunda ¿Hacia dónde nos conduce el progreso material del conocimiento que no está acompañado de la sabiduría necesaria para manejarlo? Al intentar responderla concibió la nueva disciplina como una ética global que busca la sabiduría para la sobrevivencia humana.Esta es una formulación bastante “extraña” si atendemos a los cánones científicos precedentes. Potter une en su reflexión conocimientos y ética, y no hace diferencia entre productores y destinatarios del conocimiento, entre los científicos y los “hombres comunes”. Digo que es una formulación extraña, pues desde la modernidad los mundos de la ciencia y la vida cotidiana habían estado separados cognitivamente. Mientras la ciencia nos acercaba al conocimiento verdadero, o al menos al conocimiento fundamentado y demostrado, la vida cotidiana como dominio del sentido común, nos apartaba de él. Y aún más, desde la revolución Copernicana quedó establecido que la ciencia elabora sus criterios propios, no importa que relación guarden con lo que el sentido común nos diga en los dominios de la vida cotidiana. La tesis de Potter no puede tomarse entonces a la ligera, pues es nada menos que una reformulación del objeto de la ciencia. A diferencia del pensamiento predominante desde la modernidad que separaba los dominios del conocimiento y la moralidad, la ciencia y la vida cotidiana, Potter propone una doble reunificación. Por una parte, unifica conocimiento y moralidad. Ambos deben confluir en la búsqueda humana de la sabiduría para manejar el conocimiento Y por otra parte, no hay portadores privilegiados ni discriminados en esa construcción colectiva. Ni una ética construida desde fuera de la ciencia para contener desenfrenos de los científicos, ni una ética profesional de especialistas que juzgan desde la posición privilegiada que les confiere su condición de productores y poseedores de conocimientos. El quehacer científico debe incluir tanto la producción de conocimientos como la preocupación por el manejo de esos conocimientos.Las ideas de la complejidad por su parte, han aportado nuevas nociones de orden, desorden y organización, determinismo y causalidad; la epistemología de segundo orden ha puesto en tela de juicio el presupuesto clásico de objetividad y el privilegio cognitivo que le atribuíamos al saber científico por encima de otros saberes; y el pensamiento ambientalista, con las nociones de la ecología profunda a la cabeza, ha movido centrismos que dominaban la cosmovisión, y colocado en su lugar una nueva visión paradigmática sobre el mundo, que podemos denominar ecológica.Estos cambios en el saber nos convocan a desarrollar la filosofía de la ciencia.La lección de Federico EngelsDurante el siglo XX, tanto la “filosofía de la ciencia” positivista, como los estudios marxistas de los “problemas filosóficos de la ciencia” tuvieron éxitos reconocidos en la delimitación de los niveles estructurales de la ciencia, la consideración de los momentos formales y lingüísticos del saber científico, la indagación de los fundamentos epistemológicos de la ciencia y la delimitación de este tipo específico de actividad. Ambas líneas de investigación en filosofía de la ciencia incurrieron, sin embargo, en limitaciones que comprometieron la capacidad de pronóstico y solución de los nuevos problemas que la humanidad tuvo que afrontar a mediados del siglo XX. Dos de estas limitaciones tienen especial relevancia para comprender los elementos de comunidad entre las versiones marxista y positivista en filosofía de la ciencia. Ellos son: el compromiso con el presupuesto clásico de objetividad y la suposición —en perfecta correspondencia con ese presupuesto—, de que existe una demarcación absoluta entre la ciencia y la vida cotidiana.Estas limitaciones continúan pesando sobre nuestras cabezas y nos impiden distinguir la revolución en el saber que se esconde tras la revolución científico-técnica. Mientras tanto, los saberes han comenzado a dialogar entre sí, las ciencias han cambiado, y las nuevas teorías científicas nos convocan a un desarrollo de las categorías filosóficas y la superación de viejas dicotomías cognitivas. El cambio es tan profundo que creo oportuno retomar el pensamiento de uno de los pioneros de la filosofía de la ciencia marxista, quien extrajo una importante y conocida conclusión al estudiar la relación de la filosofía materialista y la ciencia a lo largo de la historia.En su “Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana” Federico Engels afirmaba que … “Cada descubrimiento trascendental, operado incluso en el campo de las Ciencias Naturales”, “obliga” al materialismo a cambiar su forma.[1] Esa es, precisamente, la tarea que el desarrollo actual de la ciencia está plantando ante la filosofía materialista.-------------------Referencias:[1] Véase F. Engels. "Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana". En: Marx, C. y F. Engels (s/f): Obras escogidas, tomo único, Editorial Progreso, Moscú, p.628: “... al igual que el idealismo, el materialismo recorre una serie de fases en su desarrollo. Cada descubrimiento trascendental, operado incluso en el campo de las Ciencias Naturales, le obliga a cambiar de forma; y desde que el método materialista se aplica también a la historia, se abre ante él un camino nuevo de desarrollo.”

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