jueves, mayo 18, 2006

PERRO QUE LADRA NO MUERDE

Irán y las próximas guerras frías
PARA AHMADINEYAD, de mentalidad milenarista, la destrucción mutua asegurada (MAD) es otra forma de nombrar el esperado Apocalipsis
NIALL FERGUSON - 18/05/2006 La Vanguardia de Barcelona
Desde la desintegración de la Unión Soviética en 1991, los pesimistas han estado preguntándose cuándo dará comienzo la próxima guerra fría y quién será el próximo enemigo. Pero ¿y si debiéramos preocuparnos más bien por las guerras frías (en plural) y los enemigos (también en plural)? Lo cierto es que un mundo abocado a un posible conflicto nuclear ya infundía suficiente temor, pero aún resulta mucho más espeluznante la perspectiva de rivalidades nucleares múltiples; por ejemplo, cuatro o más guerras frías de ámbito regional, susceptible cada una de ellas de resultar en un mortífero y letal intercambio de misiles... Por desgracia, tal es precisamente la perspectiva que puede reservarnos el futuro si el tratado de No Proliferación Nuclear de 1970 (NPT) se convierte en letra muerta, de forma que potencias insensibles al tabú de la era post-Hiroshima sobre el empleo de armas nucleares y a la lógica de disuasión propia de la guerra fría -basada en la mutua destrucción asegurada- compran o fabrican tal armamento nuclear. ¿Por qué de la noche a la mañana parece tan arduo detener el avance de Irán hacia la posesión de armamento nuclear? El presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, actúa de forma tan temeraria que parecería tarea sencilla atajarle. En octubre dijo que "habría que borrar del mapa a Israel" y recientemente repitió ante una audiencia de estudiantes indonesios que le recibió con aplausos que se trata de "un régimen tiránico que un día será destruido". Además ha proclamado a los cuatro vientos el "derecho" de Irán a impulsar su programa nuclear, sin apenas disimular sus intenciones de pasar de la energía al armamento. Irán es el mayor patrocinador mundial de organizaciones terroristas. Aspira a explotar la inestabilidad iraquí para instaurar su hegemonía -si no un imperio persa- en la región del Golfo y más allá. Si buscan ustedes un ejemplo de un país que no respeta las reglas vigentes en la comunidad internacional -un país paria-, lo tienen en Irán. Sin embargo, Occidente -lo que resta de él- sigue paralizado ante Ahmadineyad, con la hipnotizada mirada con que una vaca fijaría sus grandes y acuosos ojos en el baile de una cobra. Naturalmente, siempre es arriesgado establecer analogías con los años treinta. Demasiadas decisiones equivocadas se han adoptado a lo largo de los años basándose en paralelismos superficiales: entre Hitler y Nasser, entre Hitler y Saddam Hussein. Como observó el padre de un amigo durante los preparativos de la guerra de Iraq: "Son los años treinta otra vez, ¡otra vez!". Ahora bien, hay que admitir que Ahmadineyad se ha inspirado en más de un aspecto en la obra del Führer. Ha descubierto la chocante verdad de que funciona expresarse de manera agresiva antes de haberse hecho con armas de destrucción masiva. Así actuó Hitler. Pronunció discursos beligerantes en 1938 amenazando con la guerra si no se le entregaban las regiones checoslovacas de habla alemana; sostuvo la misma clase de óptica sobre la legitimidad del Estado checo que la que suscribe Ahmadineyad al hablar del derecho de Israel a existir... Fue en su tiempo el farol más fenomenal que imaginarse pueda; conocemos ahora la falta de preparación de Alemania ante la guerra en aquellos momentos. En particular, Hitler se jactó de la capacidad y potencia de ataque de la Luftwaffe, helando la sangre de los políticos británicos con visiones de un Londres devastado por los bombardeos alemanes. Delirios de 1938. Pese a todo, las bravatas patrioteras pueden funcionar por más que se trate de fanfarronadas. El factor clave radica -como ha descubierto Ahmadineyad- en el hecho de que los adversarios débiles se amilanan cuando recelan que han de enfrentarse a un loco. En este sentido, la larga carta de Ahmadineyad al presidente Bush fue realmente ilustrativa (me pregunto si su autor era un iluminado). Me dejaron pasmado, sobre todo, sus numerosas alusiones al profeta Jesucristo ("¡que la paz sea con él!"). Hace cuatro años, George W. Bush habría tirado a la papelera ese babeo con un bufido -"¡que la guerra sea con él!"- mandando a sus generales que bombardearan las instalaciones nucleares iraníes haciendo, de paso, preparativos para dar el relevo a la oposición iraní. En aquel momento, elevar el tono sin que las armas de destrucción masiva estuvieran a punto -y Saddam pudo comprobarlo en carne propia- entrañaba una estrategia suicida. Pero estamos en otros tiempos. El presidente Bush es actualmente tan impopular como presidente como Richard Nixon o Jimmy Carter en los momentos más bajos de sus carreras políticas. Por cierto, las palabras del rebaño de generales jubilados que recientemente censuró al secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, parecían aspirar a sonar más bien como proferidas por una junta de jefes de Estado Mayor que por vociferantes espectadores desde la banda... No sólo falta respaldo y sostén interno y militar para cualquier acción preventiva contra Teherán, sino que el apoyo internacional es prácticamente inexistente. Los europeos, previsiblemente, propician y propiciarán la vía de las Naciones Unidas y la escasamente eficaz tanda de sanciones. En cuanto a los chinos y los rusos, ya se preocuparán de que cualquiera de estos bastos sea de flexible bambú... Y los últimos y lúgubres días de Tony Blair presagian el final de una relación especial.Como si no bastaran tales flaquezas e insuficiencias, Bush ha añadido otra de su propia cosecha. Accediendo a dar a India un empujoncito en su programa nuclear -pese a que India es un país no signatario del tratado de No Proliferación Nuclear- el presidente ha socavado de hecho el propio principio en el que se asienta el tratado. Porque se presupone, precisamente, que la perspectiva de la ayuda a los países que quieran desarrollar programas de energía nuclear es el factor susceptible de alentar a los países a firmar el tratado. Si India puede obtener ayuda de todas formas, ¿por qué preocuparse en firmar? En suma, parece bastante probable que este año, el siguiente o el otro no se adoptará iniciativa alguna para detener contundentemente el programa nuclear iraní. Naturalmente, puede ocurrir un milagro de modo que el pueblo iraní se vea libre del loco y los mulás. De momento, opto por no contener la respiración. ¡Adelante a toda máquina hacia el 2016! ¿Cómo será entonces el mundo? Un panorama plausible muestra un mundo de múltiples y variados episodios de guerra fría con pares de órbitas nucleares mirándose de hito en hito en casi todas las áreas del mundo. En cierto modo, ya vivimos en este contexto. En Asia se libra una guerra fría entre India y Pakistán, aunque afortunadamente parecen haber entrado en una fase de distensión. Dentro de un decenio podríamos presenciar más situaciones de este tipo. Japón podría hacerse rápidamente con armamento nuclear en caso de sentirse insuficientemente protegido por Estados Unidos frente a China. Corea del Sur podría hacer lo propio en caso de dejar de confiar en la protección estadounidense. Por otra parte, ¿podría suceder que una Europa disociada o escindida empezara a articular una capacidad nuclear anglofrancesa, por ejemplo, en respuesta al chantaje energético de Rusia? Una guerra fría clave en el futuro podría ser una guerra fría en Oriente Medio con Israel e Irán a ambos lados de las trincheras... Hay quienes afirman que un mundo de tales características podría seguir siendo aún un mundo en paz. El acceso al armamento nuclear puede tener la ventaja de convertir un país paria en un país razonable -arguyen-, ya que, como quedaba patente en Spiderman, "un gran poder conlleva una gran responsabilidad". En una reciente conferencia en Harvard, el premio Nobel de Economía y experto en seguridad nacional y estrategia nuclear Thomas Schelling señaló que tres factores han impedido que se haya empleado el arma nuclear en los últimos sesenta años: el tratado de No Proliferación Nuclear, el tabú informal existente acerca de su empleo y el temor a las represalias. A ello obedece que no se lanzara la bomba atómica en la guerra de Corea y que ambas superpotencias invirtieran en su día en fuerzas armadas convencionales, superfluas en un conflicto nuclear. El armamento nuclear -concluyó Schelling- inviste de influencia y peso a sus poseedores precisamente en tanto no se hace uso de él (Pasmosos sesenta años, título de la conferencia pronunciada en el Weatherhead Center, Harvard, el 2 de marzo del 2006). Claro que no existe garantía alguna de que tal lógica siga siendo de aplicación en un mundo dominado por múltiples y variadas guerras frías. En primer lugar, el mundo ha gozado de seis decenios libres del estallido de una guerra nuclear en parte por pura buena suerte, como sabe cualquier estudioso o analista de la crisis de los misiles soviéticos en Cuba. En un mundo caracterizado por múltiples guerras frías, los riesgos de errores de cálculo se multiplican de forma proporcional. Por otra parte, Ahmadineyad no me parece la clase de persona a quien le importen lo más mínimo los tabúes occidentales o los temores a las represalias por parte israelí. Al contrario, es un fiel creyente en el duodécimo imán, El Mahdi, mesías islámico que ha de reaparecer para el enfrentamiento decisivo con las "fuerzas del mal". Se verá acompañado de Jesucristo ("¡que la paz sea con él!") y a continuación llegará el fin del mundo. Cuando Ahmadineyad se dirigió a las Naciones Unidas en septiembre, concluyó con estas palabras: "¡Oh, Todopoderoso, te ruego aceleres el advenimiento de tu enviado, el prometido, puro y perfecto, que nos traiga la justicia y la paz!". Para una persona de mentalidad milenarista, la destrucción mutua asegurada (MAD) no es más que otro término para designar el tan esperado Apocalipsis. Tal es, en el fondo, el motivo por el cual no queremos que Irán posea la bomba atómica. ¿Es que sólo lo entenderemos cuando veamos elevarse el hongo atómico sobre Tel Aviv y Teherán?
N. FERGUSON, profesor de Historia Laurence A. Tisch de la Universidad de Harvard y miembro de la junta de gobierno del Jesus College de Oxford Traducción: José María Puig de la Bellacasa
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