LA DERECHA EN EL SUELO SEGÚN PEÑA
El agnóstico Carlos Peña da gracias a Dios porque la derecha, según el, aún esta en el suelo.
Es un avance, en el, dar gracias a Dios, pero darlo porque el adversario ande mal no es muy cristiano que parezca, es más bien de anticristiano.
La Derecha, debería decir, anda con los pies en suelo firme cumpliendo su tarea y su rol de oposición democratica constructiva, buscando el exito de las políticas públicas que el gobierno gestiona mal en desmedro de las grandes mayorias nacionales, es decir los pobres. ¿Es eso andar por los suelos?
Por qué el Gobierno anda mal
Carlos Peña El Mercurio
La primera explicación atinge al estilo del gobierno. El gobierno carece de narrativa o, si se prefiere una expresión más modesta, de agenda. Los gobiernos cuando son ilustrados (como el de Lagos) poseen narrativa. Cuando son técnicos (como el de Frei) tienen un orden de prioridades. En cualquier caso, cuentan con un guión que ordena las percepciones y que, cuando se da a conocer, confiere un sentido a la acción colectiva. Hasta ahora no se sabía de gobiernos sin agenda. Un gobierno sin agenda es la última estupidez de los postmodernos (¿habrá alguno en el gabinete?). Por eso, si el gobierno quiere mejorar debe, ante todo, gobernarse a sí mismo y contar con algo que impida que la subjetividad, o el día a día, como frecuentemente ocurre, lo desborde: una guía, una narrativa, una pista... una agenda. El gobierno necesita un discurso que evite el nihilismo conceptual que hasta ahora padece. La segunda explicación está relacionada con el personal. Veamos. El vocero de gobierno posee una informalidad excesiva que le impide orientar conceptualmente los análisis y generar confianza. Con una Presidenta informal y un vocero informal, el asunto es serio. Informalidad más informalidad es igual a desorden. A ello se suma que el gobierno de Bachelet debe, inevitablemente, entrar en cierta rivalidad con el que le antecedió. Y en esta materia al vocero lo persiguen los conflictos de intereses. O mata simbólicamente al padre o se deja tiranizar por él. O sirve a la presidenta o protege a un futuro candidato. Es el dilema de Antígona: o sirve a la ciudad de la política o a la familia. Una de dos. La tercera vía no existe. El ministro de Hacienda, por su parte, dispone de un poder que no está a la altura de su discurso. No saca la voz. Y eso es grave. Porque o la presidenta habla de economía o lo hace el ministro de Hacienda. Lo que no puede ocurrir, pero ocurre, es que ninguno lo haga. Andrés Velasco es de esas personas que tienden a reducir la política a las políticas públicas. Por eso enmudece y priva al proyecto en el que está empeñado de la narrativa que le hace falta. Eso simplemente no puede ser. Un ministro de Hacienda que pretende que no hace política está bien para la derecha (que siempre ha jugado en esas materias a la ilusión de la neutralidad); pero le hace mal, para qué estamos con cosas, a la izquierda (que siempre ha reconocido que toda economía es economía política). Belisario Velasco, a su turno, no es propiamente un ministro del Interior si por tal se entiende a alguien capaz de orientar al gobierno, administrar los incentivos de la política y manejar la agenda. Belisario Velasco está bien para mantener el orden público, anticipar los desórdenes y ese tipo de cosas. O sea, está bien para subsecretario del Interior. Pero eso no es suficiente. Porque la agenda alguien tiene que ponerla. La Presidenta o el ministro del Interior. Alguien. Lo que no puede ocurrir es que no exista y el Gobierno ande al compás de los matinales y del Transantiago. - En fin, Sergio Espejo -él o aquellos por quienes él responde- ha sido incapaz de prever los problemas, asignar bien los riesgos, asegurar los contratos y proveer bienes sustitutos. No hay que echarse tierra a los ojos. Es verdad que hay otros ministros que no lo hacen mucho mejor -el caso de Foxley prueba que la inteligencia no basta-, pero esos casos son paradigmáticos. Lagos Weber no escribe el guión; Velasco rehúsa ser el político que es; Belisario Velasco confunde el orden con la agenda, y la eficiencia de Espejo no está a la altura de sus modales. Todo mal. - Por eso el Gobierno no acierta ni con las políticas públicas, ni con la política. Ni provee de manera eficiente los bienes que de él esperamos (el Transantiago es la muestra), ni ha sido capaz de gestionar una voluntad común en los partidos que lo apoyan (los que, en cambio, siguen abrigando la frustración de funcionarios desplazados). En tanto, los proyectos que podrían iniciar un nuevo ciclo histórico -reforma al sistema previsional, modificación del sistema escolar, probidad, todo lo que puede dar un impulso a la izquierda- siguen ahí. Ojalá no nos ocurra lo que en el cuento de Monterroso: que cuando acabe el Gobierno sigan ahí. Hay que preocuparse. Porque un gobierno o hace políticas públicas, o hace política o, si es bueno, hace ambas. Lo que no puede ocurrir -pero desgraciadamente está ocurriendo- es que no haga ninguna de las dos. Pero estamos a tiempo. Es cosa de decidirse. Recién empieza el segundo año y gracias a Dios la derecha todavía sigue en el suelo. (El Mercurio, 25)
Es un avance, en el, dar gracias a Dios, pero darlo porque el adversario ande mal no es muy cristiano que parezca, es más bien de anticristiano.
La Derecha, debería decir, anda con los pies en suelo firme cumpliendo su tarea y su rol de oposición democratica constructiva, buscando el exito de las políticas públicas que el gobierno gestiona mal en desmedro de las grandes mayorias nacionales, es decir los pobres. ¿Es eso andar por los suelos?
Por qué el Gobierno anda mal
Carlos Peña El Mercurio
La primera explicación atinge al estilo del gobierno. El gobierno carece de narrativa o, si se prefiere una expresión más modesta, de agenda. Los gobiernos cuando son ilustrados (como el de Lagos) poseen narrativa. Cuando son técnicos (como el de Frei) tienen un orden de prioridades. En cualquier caso, cuentan con un guión que ordena las percepciones y que, cuando se da a conocer, confiere un sentido a la acción colectiva. Hasta ahora no se sabía de gobiernos sin agenda. Un gobierno sin agenda es la última estupidez de los postmodernos (¿habrá alguno en el gabinete?). Por eso, si el gobierno quiere mejorar debe, ante todo, gobernarse a sí mismo y contar con algo que impida que la subjetividad, o el día a día, como frecuentemente ocurre, lo desborde: una guía, una narrativa, una pista... una agenda. El gobierno necesita un discurso que evite el nihilismo conceptual que hasta ahora padece. La segunda explicación está relacionada con el personal. Veamos. El vocero de gobierno posee una informalidad excesiva que le impide orientar conceptualmente los análisis y generar confianza. Con una Presidenta informal y un vocero informal, el asunto es serio. Informalidad más informalidad es igual a desorden. A ello se suma que el gobierno de Bachelet debe, inevitablemente, entrar en cierta rivalidad con el que le antecedió. Y en esta materia al vocero lo persiguen los conflictos de intereses. O mata simbólicamente al padre o se deja tiranizar por él. O sirve a la presidenta o protege a un futuro candidato. Es el dilema de Antígona: o sirve a la ciudad de la política o a la familia. Una de dos. La tercera vía no existe. El ministro de Hacienda, por su parte, dispone de un poder que no está a la altura de su discurso. No saca la voz. Y eso es grave. Porque o la presidenta habla de economía o lo hace el ministro de Hacienda. Lo que no puede ocurrir, pero ocurre, es que ninguno lo haga. Andrés Velasco es de esas personas que tienden a reducir la política a las políticas públicas. Por eso enmudece y priva al proyecto en el que está empeñado de la narrativa que le hace falta. Eso simplemente no puede ser. Un ministro de Hacienda que pretende que no hace política está bien para la derecha (que siempre ha jugado en esas materias a la ilusión de la neutralidad); pero le hace mal, para qué estamos con cosas, a la izquierda (que siempre ha reconocido que toda economía es economía política). Belisario Velasco, a su turno, no es propiamente un ministro del Interior si por tal se entiende a alguien capaz de orientar al gobierno, administrar los incentivos de la política y manejar la agenda. Belisario Velasco está bien para mantener el orden público, anticipar los desórdenes y ese tipo de cosas. O sea, está bien para subsecretario del Interior. Pero eso no es suficiente. Porque la agenda alguien tiene que ponerla. La Presidenta o el ministro del Interior. Alguien. Lo que no puede ocurrir es que no exista y el Gobierno ande al compás de los matinales y del Transantiago. - En fin, Sergio Espejo -él o aquellos por quienes él responde- ha sido incapaz de prever los problemas, asignar bien los riesgos, asegurar los contratos y proveer bienes sustitutos. No hay que echarse tierra a los ojos. Es verdad que hay otros ministros que no lo hacen mucho mejor -el caso de Foxley prueba que la inteligencia no basta-, pero esos casos son paradigmáticos. Lagos Weber no escribe el guión; Velasco rehúsa ser el político que es; Belisario Velasco confunde el orden con la agenda, y la eficiencia de Espejo no está a la altura de sus modales. Todo mal. - Por eso el Gobierno no acierta ni con las políticas públicas, ni con la política. Ni provee de manera eficiente los bienes que de él esperamos (el Transantiago es la muestra), ni ha sido capaz de gestionar una voluntad común en los partidos que lo apoyan (los que, en cambio, siguen abrigando la frustración de funcionarios desplazados). En tanto, los proyectos que podrían iniciar un nuevo ciclo histórico -reforma al sistema previsional, modificación del sistema escolar, probidad, todo lo que puede dar un impulso a la izquierda- siguen ahí. Ojalá no nos ocurra lo que en el cuento de Monterroso: que cuando acabe el Gobierno sigan ahí. Hay que preocuparse. Porque un gobierno o hace políticas públicas, o hace política o, si es bueno, hace ambas. Lo que no puede ocurrir -pero desgraciadamente está ocurriendo- es que no haga ninguna de las dos. Pero estamos a tiempo. Es cosa de decidirse. Recién empieza el segundo año y gracias a Dios la derecha todavía sigue en el suelo. (El Mercurio, 25)
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