jueves, septiembre 25, 2008

LA POLITICA LATINOAMERICANA ES BARROCA


LA ENTREVISTA:Fernando Mires

elecciones.net
Al revisar el texto de Hannah Arendt “Los Orígenes del Totalitarismo”, pudiera sugerirse que algunas de las características principales de los totalitarismos clásicos fueron: ideología fuertemente nacionalista, existencia de un partido único, personalización extrema de la política en torno a un líder mesiánico, aplicación sistemática del terror por parte de la policía política, monopolio total de las comunicaciones, economía fuertemente centralizada y creación de una red institucional paralela a las instituciones formales del Estado, entre otras. En su opinión, ¿cuáles serían los rasgos propios que distinguirían a un eventual totalitarismo del siglo XXI de los totalitarismos clásicos estudiados por Arendt?
En general, son los mismos y usted los ha destacado muy bien en su pregunta. Lo nuevo se refiere a las particularidades que podría asumir un totalitarismo latinoamericano que, evidentemente se nutriría de rasgos que han sido comunes a la política latinoamericana de todos los tiempos.
Alejo Carpentier decía una vez que la literatura latinoamericana era barroca. Yo creo que la política también lo es. Lo es, porque como en el caso venezolano usted lo puede notar, el chavismo, que es la instancia con mayores tendencias totalitarias del continente, con excepción del castrismo, ha tomado elementos aislados de otras experiencias totalitarias y los ha revueltos en una olla común. Un poco de nacionalismo radical, algunas frases marxistas, maoístas, estalinistas, aplicadas sin ton ni son; cierta dosis de religiosidad popular, etc. Los totalitarismos europeos estaban poseídos por ideologías perversas, pero eran perversidades consistentes. En cambio, usted aquí lo encuentra todo desordenado, como en un cajón de sastre.
Al igual, sí, que en los totalitarismos europeos, el movimiento se personifica aquí en la presencia de un líder descentrado y agresivo. Pero, detrás de ese líder, no se encuentra un partido ideológico, como en el caso del que estaba detrás de Hitler y Stalin, sino que una estructura militar que en la mayoría de los casos podría ser un ejército depurado (o sea, rojo-rojito) del cual el líder es, o se declara, General en Jefe. No quiero decir que en los totalitarismos europeos el Ejército no era una instancia de poder; claro que lo era. Sin Ejército Rojo (Rojo, y no rojo-rojito) no habría habido comunismo. Pero allí el Ejército estaba subordinado al aparataje político. En América Latina, en cambio, el aparataje político terminaría subordinándose al Ejército. El régimen cubano, por ejemplo, ha llegado a ser una dictadura militar, y el partido se encuentra, en todas sus instancias, subordinado al Ejército. Lo mismo ocurría con Trujillo en la República Dominicana.
Que el que suceda al dictador cubano en el poder sea su hermano: - jefe militar, policial, y regente de las cámaras de tortura y de los servicios secretos, en una persona - habla muy claro sobre la esencia militarista del sistema de poder cubano. Si es que hubiera que hacer una síntesis del sistema cubano de dominación, habría quizás que reducirlo a la fórmula: Stalin + Pinochet.
En Venezuela se ha propuesto insistentemente, al interior de las fuerzas que apoyan al actual gobierno, la construcción del partido único de la Revolución Bolivariana. Sin embargo, el planteamiento pareciera más bien orientarse a la consolidación de un partido hegemónico, el cual respetando la existencia mínima de algunos grupos opositores periféricos, conserve la ilusión de una competencia democrática abierta y plural en el país. ¿Es factible pensar que el afianzamiento de un partido hegemónico, y en particular el mantenimiento de una fachada democrática, son estrategias potencialmente compatibles con el concepto de totalitarismo y con un hemisferio que desde el fin de la Guerra Fría pareciera encontrarse en un proceso de democratización?
Yo no hablaría en este caso de partido hegemónico sino que de un partido dominante. La hegemonía es algo que se conquista, no algo que se decreta. En cierto modo el Excmo. Presidente Chávez está recurriendo en su proposición al clásico modelo de dominación que prevalecía en las llamadas “democracias populares” sometidas al imperio soviético. Allí, existía un gran partido y varias marionetas chicas llamadas también partidos. Pero no tengamos miedo: esa proposición de partido único sólo puede regir a estas alturas para un eventual partido de gobierno de propiedad de la Presidencia. No para toda la nación.
La oposición, quiera o no, ya se ha dado en Venezuela una forma política consistente, unificada hoy alrededor de la candidatura de Manuel Rosales. Allí usted encuentra muchos partidos y organizaciones partidarias. Esa es la diferencia entonces entre el movimiento chavista, y el que articula Manuel Rosales. Mientras el primero apunta a la unificación, el segundo apunta a la diversidad.
Tengo la impresión de que la unidad pluralista representada en el movimiento que apoya a Manuel ha alcanzado cierto grado de irreversibilidad. Políticamente ya forma parte del esquema político venezolano. Sólo podría ser disuelto por medios no políticos; un golpe a la chilena, por ejemplo. Pero de esa posibilidad estamos todavía lejos, y mientras más crezca ese movimiento (y vaya, como crece) más lejana será esa posibilidad.
En su trabajo “América Latina y sus tendencias políticas”, usted comenta: “Todo fascismo, por ejemplo, es populista, pero no todo populismo es fascista”. En países como Venezuela, donde las demandas de la población muchas veces han llegado a desbordar la capacidad institucional de las democracias, el discurso populista reivindicativo ha sido frecuentemente utilizado para encauzar las demandas sociales prometiendo respuestas rápidas a los problemas de la población. En este sentido, ¿que estrategias debería implementar una democracia en nuestro continente para consolidar sus instituciones y vacunarse contra el populismo y su eventual perversión totalitaria?
El totalitarismo y el populismo son dos cosas muy distintas. El fascismo puede ser populista, y en sus orígenes siempre lo ha sido. Pero si el fascismo conquista el poder, ya no es más populista pues deja de ser un movimiento, y el populismo será siempre un movimiento. El populismo, que es la recurrencia política al pueblo, es consustancial a la práctica política; a toda. Y en periodos electorales, el político que no es populista, pierde. De ahí es que pienso que el tema relativo a como evitar el populismo, está de más. Donde haya pueblo y donde haya política, tiene que haber populismo; y punto. Ahora, yo pienso que su pregunta va más bien por otro lado. Yo creo que usted me quiso preguntar: ¿Cómo evitar el avance de un movimiento con tendencias fascistas y/o totalitarias?
Hubo una vez, hace ya muchos años, una respuesta histórica: Esa respuesta histórica se llamó Frente Democrático (en algunos casos, Frente Popular)
Los frentes populares antifascistas tuvieron en Europa, sobre todo en Francia, un neto carácter defensivo. Se trataba de evitar el avance del fascismo, ya sea desde la oposición, ya sea desde el gobierno. En los Frentes cabían todas las fuerzas democráticas y republicanas de una nación.
En sus momentos defensivos, los frentes democráticos europeos siempre tuvieron éxito frente a los fascistas. Sus derrotas vinieron, cundo los Partidos Comunistas dirigidos desde la URSS intentaron transformarlos en frentes ofensivos en función de “la toma del poder” (Grecia, España). Sobre esa materia hay una muy antigua y abundante literatura. Los amigos más experimentados que vienen del MAS, saben acerca de que estoy hablando.
De ahí que es muy importante definir el carácter político del enemigo que se enfrenta. Si el enemigo es caracterizado como fascista, yo creo que la respuesta adecuada es la formación de un Frente Democrático. Dentro de un Frente Democrático deben caber todos, menos los fascistas, sean estos de “izquierda” o de “derecha”.
En cierto modo, me parece advertir que el movimiento que se ha articulado alrededor de Manuel Rosales, tiene muchas características propias a un “clásico” frente democrático, aunque por el momento, toma de modo necesario, la forma predominante de coalición electoral. Lo que quiero decir es que en las próximas elecciones, quienes están ya agrupados en ese frente, están condenados a ganar. Si ganan las elecciones, lo que les deseo de todo corazón, habrán ganado el gobierno. Si pierden las elecciones, ya han ganado la posibilidad de formación de un Frente Democrático que hace unos seis meses atrás, nadie, ni en sueños, creía posible.
En cualquier caso, la tarea que tiene ese Frente Democrático, si es que definitivamente cristaliza, será enorme: Realizar la transición que va del populismo autoritario y militarista hacia la democracia social del siglo XXI
Fernando Mires, Doctor en Ciencias Económicas y Sociales. Profesor adscrito al Instituto de Ciencias de la Universidad de Oldenburg, Alemania. En 1991 obtuvo el título “Privat Dozent” en el área de Política Internacional, el más alto rango académico que conceden las universidades alemanas. Autor de numerosos artículos y ensayos, entre sus libros publicados destacan: “La rebelión permanente”; “Historia de las revoluciones sociales en América Latina”; “El discurso de la naturaleza”; “El discurso de la indignidad”; “El discurso de la miseria”; “El orden del caos”; “La revolución que nadie soñó”; “El malestar en la barbarie”; “Teoría política del nuevo capitalismo”; “Civilidad. Teoría política de la modernidad”; “Teoría de la profesión política“; “El fin de todas las guerras”, “El Islamismo”, “El Pensamiento de Benedicto XVI”, entre otros.
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