domingo, junio 11, 2006

NOVELA CHILENA



Oscar Bustamante, el hombre jabalina
Oriundo de Santa Rosa de Lavadero, el narrador gana nuevos lectores con su nueva novela Café Cortado: un puñado de hombres aislados, donde ratifica el reconocimiento como uno de los mejores narradores nacionales y su vital tendencia al silencio y la soledad.

Por Andrés Rosso Savoia
Fuente: PrimeraLínea
Óscar Bustamante se aleja de la Plaza del Mulato Gil. Atrás quedan tres Barclays aplastados en el cenicero de la conversación. Con paso lento se va una jabalina de soledades, aquel escritor maulino que cada vez sorprende con lo que mejor conoce, esos hombres solos en mitad de la noche, baratas lisiadas que caminan hacia el Parque Forestal.

Se sabe un hombre solo, con capacidad de dar la mano, decir buenas tardes, ir al lanzamiento del libro de un amigo; y también se reconoce un escritor, aquella especie de individuos libres que toman la vida con total escepticismo, siguiendo el axioma de que “todas las cosas no son lo que parecen”.

No se le ve –y él lo tiene muy internalizado- en encuentros sociales, no es miembro honorario de las cofradías literarias de este país, aunque amigos que escriban los tiene por montones. Pareciera que él prefiere caminar de noche sin la necesidad de un perro. Dar lentas zancadas en el silencio. Quemar un tabaco rubio mientras otea el fallido intento callejero de un hombre que quiere tener sexo con una mujer.

En noviembre pasado sacó una nueva novela o un set de cuentos; lo que sus lectores quieran entender, esos “que no leen best-sellers”, que nombran a Bustamante cuando se habla en serio de la buena narrativa chilena. Si antes fue Asesinato en la Cancha de Afuera (1980) la que concitó la buena crítica de los entendidos –luego sería Explicación sobre todos mis Tropiezos (Sudamericana, 1994) la que tendría igual suerte-, hoy es Café Cortado, una interesante apuesta con que la colección OjoxOjo, de Ediciones B, despierta nuevos adeptos, complicidades con lectores que gozan del mutismo que circunda a los personajes de Bustamante, todos con un Doctor Honoris Causa en el pisco sour del ex Cocoa, en el café express del Biógrafo, en chalas de hippie amante del piano de Bill Evans.


¿De dónde viene la ley de gravedad que empuja a Bustamante a buscar el silencio?

“Mi padre era un hombre solitario y los padres son siempre decisivos en la vida. Él era un hombre culto, médico, muy fino, recibido en la Universidad de Notre Dame por los años ‘20. Era un ser bastante extraño dentro de su medio, porque era dueño de un campo, pero era médico. Su biblioteca era riquísima, su música muy variada. Y a mí me tocó vivir en medio del silencio, de un recogimiento total. Supe de la espiritualidad que está contenida en la naturaleza”, confiesa Bustamante, mientras el mozo posa un vaso con zumo blanco en la mesa y él ya vuelve al silencio con reflexión.

Es inspirador escucharlo hablar de los beneficios de la literatura, cuando ella misma está plagada de hombres-libro que terminaron con la soga al cuello. “A pesar de todas las presiones que uno tiene, a través de la buena literatura, de la lectura, tú adquieres libertad. Porque entiendes mejor una serie de fenómenos esenciales”, explica con convencimiento este escritor que, antes de ser el señor que escribe desde el Río Maule, fue uno de los arquitectos con una de las oficinas del rubro más importantes durante los turbulentos ‘80.

Esa profesión también deberá estar presente en el juicio final de Óscar Bustamante. Integrando el banquillo de los acusados, ese equipo de once hombres de negro que serán entrevistados por Dios con la finalidad de explicar por qué el silencio se ensañó con ese hombre con forma de jabalina, hijo ilustre de Santa Rosa de Lavadero.

“Me recibí de arquitecto, estudié en Valparaíso, en la Católica de Valparaíso, en esa universidad tan especial, donde hubo hombres únicos que lograron redescubrir la ciudad. Luego volví al fundo de mi padre –no le gusta que le digan talquino-, y me tuve que hacer cargo del lugar. Esa trilogía, mi padre, el campo y mi profesión, de algún modo me condicionan a ser lo que soy, sin que eso sea un mérito mío. Entremedio estuve en Inglaterra, entre los 12 y los 16 años de edad. Lo que luego también me marcó y me situó frente a la soledad. Pensé mucho, sentí que estaba en una sociedad demasiado aristocratizada, competitiva, algo muy distinto a Chile”, agrega el escritor, entregando nuevas piezas del rompecabezas de infinitas partes que lo conforman.

-¿Cuándo aparece por primera vez el afán de escribir literatura?
- En 1980, cuando estábamos metidos en plena crisis. Yo no tuve nada que hacer en mi oficina de arquitectos durante un año. Eso me sirvió para mirar hacia atrás, y el bichito de escribir apareció mágicamente. Escribí una novela de mil 500 páginas, que obviamente era una cuestión incodificable. Pero pienso que aprendí a escribir con eso, saqué afuera mis inquietudes. Y me inserté con la publicación de la primera novela, Asesinato en la Cancha de Afuera.

- Eres un hombre solitario, ¿necesitas un estado de pureza para escribir?
- Lo necesito, eso es verdad. Hay una posición distante para ver y conocer. En todo caso no se trata de que yo no quiera ser reconocido por el medio ni que no quiera insertarme... Yo creo que simplemente no puedo... No puedo, no quiero, y la verdad es que tampoco me interesa. Porque creo que de alguna manera ya he conquistado un grupo de lectores que va en aumento. Y con eso quiero ser respetuoso. Yo no me veo como un best-seller. Voy lentamente, como debe ser en este país desculturalizado. Muy dado a las luces que estallan por ahí. Somos muy febles culturalmente.

- ¿Sería grave que tu literatura se vendiera al por mayor?
- Yo lo encontraría peligroso, que algo malo estaría pasando. Yo no estoy vendiendo chocolitos. Yo vendo otro tipo de chocolates.
Lunes 20 de Enero de 2003
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