miércoles, enero 30, 2008

El 30 de enero de 1933 se tolero a los intolerantes...

Hitler, ley y democracia.
¿Cómo pudo ser que justamente hace 75 años, el 30 de enero de 1933, Adolfo Hitler pasara a ser el nuevo canciller de Alemania?
Sobre las causas de fondo nos hablan Fest y Kershaw, al estudiar al personaje; Nolte, Payne, Furet y Griffin, al mirar los procesos del desarrollo y triunfo del nacionalsocialismo; y Brahm, al vincularlo con los orígenes de la Segunda Guerra. Un aspecto, eso sí, se repite en todos los autores, porque es insoslayable: en palabras del propio Brahm, Hitler fue "fiel hasta el final a su consigna de llegar al poder por la vía legal." La ley, la idolatrada manifestación de la voluntad general, permitió y consolidó la victoria nazi; sí, fue la ley, la ley y en una democracia, en la igualmente idolatrada democracia. Ante esa evidencia, conocedores y avergonzados de lo que la democracia alemana permitió por vía legal, callan todos los positivistas, se tapan la cara todos los democratistas, bajan los brazos derrotados todos los formalistas. Pueden permitirse silencios respecto del criminal estado bolchevique en Rusia; pueden tapar con el olvido el genocidio camboyano; pueden alejar hasta las profundidades del misterio la crueldad maoísta; pueden disfrazar de populismo a la tiranía castrista. Pero no pueden evitar su propia derrota intelectual y moral cuando se los enfrenta con estas preguntas: Si la democracia no debe tener límites, ¿como podría haber impedido el triunfo del nazismo? Si la ley es el solo producto de las mayorías, ¿cómo podía evitarse el acceso al poder y su ejercicio, a un grupo criminal, pero que era el más numeroso en el parlamento? Legalidad, formalismo democrático: techos que el positivista contempla con desazón, porque él mismo tiene que abrir un agujero en ellos para poder criticar y condenar a Hitler por sus hechos anteriores y posteriores al 30 de enero. ¿O habrá alguien que quisiera sólo conderarlo por los actos realizados desde el dia siguiente en adelante? Que se atreva y negará grotescamente la historia previa al 30 de enero y, por cierto, su propia racionalidad. Lo único positivo de este aniversario dramático es que nos permite volver la mirada sobre el valor que tienen en las tareas políticas la legitimidad, la prudencia y el bien común; la única ventaja de esta fecha terrible es que nos ayuda a preguntarnos si en Chile existen o no peligros graves para la convivencia nacional, peligros amparados precisamente por el democratismo y el legalismo formalista. Hubo una vez un artículo 8º en nuestra Constitución. Quedan todavía unos criterios análogos en el actual 19. No parece, eso sí, que haya conciencia alguna de la necesidad de usarlos. Que no lloren por la Alemania del 33 los pusilánimes; que no invoquen después criterio alguno meramente legal y democrático, si comprueban que fueron la ley y la democracia ingenua, las que permitieron éste o aquel otro desastre. Que no se lamenten de no haber frenado a tiempo al chavismo en Chile por ejemplo.
Gonzalo Rojas Sánchez
La columna de hoy es la última hasta la primera semana de marzo, ya que descanso durante febrero. Que tengan unas buenas vacaciones también.
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