MI TIA: ROSITA RENARD
Pianista de reconocida trayectoria internacional ("pianista chilena" como le complacia denominarse)
Rosa Amelia Renard Artigas: 1894-1949
Más conocida como Rosita Renard, nació un día 8 de febrero de 1894, siendo la hija primogénita del matrimonio formado por el educador catalán José Renard y Carmen Rosa Artigas Blanco, dama de amplia cultura.
Creció en la calle Santo Domingo de Santiago, hasta que el padre abandonó el hogar, dejando a la señora Carmen a cargo de la familia y de la instrucción musical de Rosita, que mostraba grandes dotes de pianista.
En 1902 Rosita ingresó a estudiar piano al Conservatorio Nacional de Música, donde estuvo hasta 1908, año en que se recibió de concertista. En 1909 debutó en el teatro del Conservatorio Nacional, con un recital que la hizo posteriormente merecedora de un beca otorgada por el gobierno, para continuar sus estudios en el extranjero.
Así, el destino llevó a Rosita, junto a su familia, a la lejana ciudad de Berlín, donde se inscribió en el reputado Conservatorio Stern, realizando estudios con el legendario maestro Martín Krause, alumno de Liszt.
Fue ella quien introdujo a su pequeño compatriota Claudio Arrau, entonces un niño de ocho años, en el Conservatorio Stern, y lo presentó ante el maestro Krause, de quien Arrau sería destacado discípulo.
Alumna honoraria
Sin previo aviso, el gobierno de Chile suspendió la beca de Rosa Renard, pero, gracias a la intervención de su maestro, pasó a ser alumna honoraria del establecimiento, lo que equivalía a una beca completa.
De hecho, en 1913 recibió el Diploma de Honor al mejor alumno del Conservatorio, siendo la segunda vez que se otorgaba este galardón desde 1860, fecha de su creación. Poco después se graduó, recibiendo al mismo tiempo el Premio Liszt y la Beca Mendelsohn.
Dificultades en sus inicios como concertista
Con la Primera Guerra Mundial, surgieron serias dificultades en la carrera de la pianista, que ya deslumbraba con sus primeros conciertos. Rosita Renard debió regresar a Chile con su madre, realizando posteriormente una pequeña gira por Estados Unidos, donde tuvo la ocasión de ofrecer algunos conciertos en Nueva York.
Las puertas de este país parecían abrirse ante el talento de la joven chilena, pero, a instancias de su madre, no pudo permanecer en Estados Unidos; de nuevo debió trasladarse a vivir a Alemania, para acompañar esta vez a su hermana menor, que había sido becada.
Este severo control de su madre llevó a Rosita a fugarse en 1925, a los 31 años de edad, para casarse con Otto Stern. Un segundo viaje a Estados Unidos junto a su marido no dio los resultados esperados, y el matrimonio retornó a Chile a instalarse definitivamente.
Regreso a Chile
Luego de su retiro de los escenarios europeos, Rosita llegó a Chile en 1930. El año anterior se había creado la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile, lo que significó poner bajo patrocinio universitario y financiamiento estatal las actividades artísticas.
Rosita fue contratada como profesora de piano, y durante los siguientes tres años ella vivió prácticamente arriba de los escenarios.
En 1933, luego de un frustrado regreso a Estados Unidos —que no se pudo concretar por razones burocráticas—, Rosita continuó con sus clases y conciertos. Sin embargo, al año siguiente viajó a Estados Unidos y Europa, de donde regresó en 1936. En 1940, el ambiente de guerra cerró las posibilidades de un regreso de Rosita al Viejo Continente. Se fue a vivir a una parcela en Pirque.
Nuevo impulso a su carrera
Pero los horrores de la Segunda Guerra Mundial traerían novedades para la pianista. En efecto, fueron muchos los músicos europeos que buscaron otras tierras donde instalarse mientras duraba el conflicto, como el famoso director de orquesta austríaco Erick Kleiber, que llegó a Chile.
El maestro Kleiber dirigió en Santiago el concierto Nº 26, De la Coronación, de Mozart, y Rosita Renard fue elegida para interpretar el piano. Asombrado por su capacidad artística, el director austríaco inició una gira de presentaciones con ella, que culminó con la célebre presentación de Rosita Renard en el Carnegie Hall de Nueva York, el 19 de enero de 1949. Esta consagró su reputación de intérprete de primer nivel internacional.
Una muerte inesperada
De regreso a Chile, Rosita preparaba sus nuevas actuaciones cuando enfermó de encefalitis letárgica. Fue internada en la Clínica Santa María, donde falleció el 24 de mayo de 1949, a los 55 años de edad y apenas tres meses después de su grandioso triunfo.
Escasas grabaciones para la posteridad
Retratada por todos quienes la conocieron como una mujer de personalidad de marcada modestia y humildad, Rosita Renard dejó una fugaz huella para la posteridad. Se disponen de escasos discos con sus interpretaciones, por haber desarrollado su profesión en una época en que las grabaciones comerciales aún no se masificaban.
Del año 1928 existen algunas grabaciones suyas en los sellos Victor y Brunswick, y una serie de registros extraídos de rollos de piano mecánico perforados por la artista, según un convenio que ella suscribió con la empresa Aeolian Company, que comercializaba estas primeras grabaciones. Además, se tiene la grabación de su legendario recital en el Carnegie Hall de 1949, gracias a un registro artesanal, realizado sin su conocimiento.
Más conocida como Rosita Renard, nació un día 8 de febrero de 1894, siendo la hija primogénita del matrimonio formado por el educador catalán José Renard y Carmen Rosa Artigas Blanco, dama de amplia cultura.
Creció en la calle Santo Domingo de Santiago, hasta que el padre abandonó el hogar, dejando a la señora Carmen a cargo de la familia y de la instrucción musical de Rosita, que mostraba grandes dotes de pianista.
En 1902 Rosita ingresó a estudiar piano al Conservatorio Nacional de Música, donde estuvo hasta 1908, año en que se recibió de concertista. En 1909 debutó en el teatro del Conservatorio Nacional, con un recital que la hizo posteriormente merecedora de un beca otorgada por el gobierno, para continuar sus estudios en el extranjero.
Así, el destino llevó a Rosita, junto a su familia, a la lejana ciudad de Berlín, donde se inscribió en el reputado Conservatorio Stern, realizando estudios con el legendario maestro Martín Krause, alumno de Liszt.
Fue ella quien introdujo a su pequeño compatriota Claudio Arrau, entonces un niño de ocho años, en el Conservatorio Stern, y lo presentó ante el maestro Krause, de quien Arrau sería destacado discípulo.
Alumna honoraria
Sin previo aviso, el gobierno de Chile suspendió la beca de Rosa Renard, pero, gracias a la intervención de su maestro, pasó a ser alumna honoraria del establecimiento, lo que equivalía a una beca completa.
De hecho, en 1913 recibió el Diploma de Honor al mejor alumno del Conservatorio, siendo la segunda vez que se otorgaba este galardón desde 1860, fecha de su creación. Poco después se graduó, recibiendo al mismo tiempo el Premio Liszt y la Beca Mendelsohn.
Dificultades en sus inicios como concertista
Con la Primera Guerra Mundial, surgieron serias dificultades en la carrera de la pianista, que ya deslumbraba con sus primeros conciertos. Rosita Renard debió regresar a Chile con su madre, realizando posteriormente una pequeña gira por Estados Unidos, donde tuvo la ocasión de ofrecer algunos conciertos en Nueva York.
Las puertas de este país parecían abrirse ante el talento de la joven chilena, pero, a instancias de su madre, no pudo permanecer en Estados Unidos; de nuevo debió trasladarse a vivir a Alemania, para acompañar esta vez a su hermana menor, que había sido becada.
Este severo control de su madre llevó a Rosita a fugarse en 1925, a los 31 años de edad, para casarse con Otto Stern. Un segundo viaje a Estados Unidos junto a su marido no dio los resultados esperados, y el matrimonio retornó a Chile a instalarse definitivamente.
Regreso a Chile
Luego de su retiro de los escenarios europeos, Rosita llegó a Chile en 1930. El año anterior se había creado la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile, lo que significó poner bajo patrocinio universitario y financiamiento estatal las actividades artísticas.
Rosita fue contratada como profesora de piano, y durante los siguientes tres años ella vivió prácticamente arriba de los escenarios.
En 1933, luego de un frustrado regreso a Estados Unidos —que no se pudo concretar por razones burocráticas—, Rosita continuó con sus clases y conciertos. Sin embargo, al año siguiente viajó a Estados Unidos y Europa, de donde regresó en 1936. En 1940, el ambiente de guerra cerró las posibilidades de un regreso de Rosita al Viejo Continente. Se fue a vivir a una parcela en Pirque.
Nuevo impulso a su carrera
Pero los horrores de la Segunda Guerra Mundial traerían novedades para la pianista. En efecto, fueron muchos los músicos europeos que buscaron otras tierras donde instalarse mientras duraba el conflicto, como el famoso director de orquesta austríaco Erick Kleiber, que llegó a Chile.
El maestro Kleiber dirigió en Santiago el concierto Nº 26, De la Coronación, de Mozart, y Rosita Renard fue elegida para interpretar el piano. Asombrado por su capacidad artística, el director austríaco inició una gira de presentaciones con ella, que culminó con la célebre presentación de Rosita Renard en el Carnegie Hall de Nueva York, el 19 de enero de 1949. Esta consagró su reputación de intérprete de primer nivel internacional.
Una muerte inesperada
De regreso a Chile, Rosita preparaba sus nuevas actuaciones cuando enfermó de encefalitis letárgica. Fue internada en la Clínica Santa María, donde falleció el 24 de mayo de 1949, a los 55 años de edad y apenas tres meses después de su grandioso triunfo.
Escasas grabaciones para la posteridad
Retratada por todos quienes la conocieron como una mujer de personalidad de marcada modestia y humildad, Rosita Renard dejó una fugaz huella para la posteridad. Se disponen de escasos discos con sus interpretaciones, por haber desarrollado su profesión en una época en que las grabaciones comerciales aún no se masificaban.
Del año 1928 existen algunas grabaciones suyas en los sellos Victor y Brunswick, y una serie de registros extraídos de rollos de piano mecánico perforados por la artista, según un convenio que ella suscribió con la empresa Aeolian Company, que comercializaba estas primeras grabaciones. Además, se tiene la grabación de su legendario recital en el Carnegie Hall de 1949, gracias a un registro artesanal, realizado sin su conocimiento.
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