AUGUSTO PINOCHET
Gonzalo Vial
En el aniversario de Augusto Pinochet
La Segunda
El gran problema de nuestras generaciones futuras será el endiosamiento de Augusto Pinochet. A los viejos que quedemos, tocará convencerlas de que no escondan ni minimicen el único error grande, inmenso, cometido por el Capitán General: no haber puesto término al inútil salvajismo de la represión. Los chilenos del mañana tenderán a olvidar esta mancha, en homenaje a los múltiples e igualmente inmensos servicios que el país le debe a Pinochet.
Hoy, al revés, son esos servicios los olvidados. Los políticos entonces jóvenes —ya no tanto, naturalmente— que el Capitán General encumbró, y fueron sus funcionarios, o sus “regalones”; los empresarios que en 1989 y 1993 vetaron candidatos a la Presidencia por no ser suficientemente pinochetistas; el partido político que lo condecoró con solemnidad... ahora lo silencian, “salvo honrosas excepciones” (como él solía decir). ¿Qué de raro, si tampoco las Fuerzas Armadas hablan de Pinochet gobernante, sino para decir “nunca más” a las equivocaciones, callando los aciertos... que también fueron aciertos de ellas?
No nos cause este “olvido” escándalo, ni molestia, ni siquiera extrañeza. Es la naturaleza humana.
Ahora que el canal estatal ha retirado a O’Higgins del concurso imbécil y farandulero de «El Gran Chileno», no será sacrilegio (supongo) hacer ver el curioso paralelismo entre el ocaso del ex Mandatario y el del Libertador, al cual Pinochet tanto admiraba. Apenas don Bernardo hubo dimitido voluntaria y generosamente el poder, lo exiliamos hasta la muerte; le quitamos de igual manera el grado y sueldo militar; acusamos a su familia de supuestos tratos ilícitos con un banquero, y procesamos al mismo O’Higgins por malversar recursos del Estado en provecho personal... ¿Quién se acuerda hoy de tales vilezas y pequeñeces? El Libertador está en el altar de la patria. Y eso ha hecho que se le perdone todo. Incluso lo imperdonable. Así, la responsabilidad de O’Higgins por haber quedado impune el asesinato de Manuel Rodríguez, bastante más clara que la similar de Pinochet por, v.gr., “los zarpazos del puma”, los crímenes de la Caravana de la Muerte (1974).
Pero hoy, como los últimos diez o quince años de su vida, está en la hora del silencio y del odio. El lo sabía y no le importaba. Dijo a las periodistas Raquel Correa y Elizabeth Subercaseaux, en 1989: “Los que han estado (conmigo) por interés, sacaron la lonja y se fueron. No me produce dolor. Uno se acostumbra a todo, y aprende a esperar cualquier cosa”.
A otros corresponderá recordar antipáticamente el gran error que cometió, cuando llegue la época, no muy lejana, de su reivindicación. A nosotros, ahora, el resumido catálogo de lo que le debemos:
1. Durante cuarenta años fue un militar intachable, escalando exclusivamente por méritos, sin protecciones de ninguna especie, ni desvíos políticos, todos los grados y todos los cargos del Ejército, hasta los máximos.
2. No participó para nada en decidir ni planear el golpe del 11 de septiembre de 1973. Fue eficazmente leal a su superior, el Comandante en Jefe General Prats, mientras éste desempeñó su cargo, según reconocen las memorias del mismo Prats.
3. Se plegó al golpe cuando la alternativa más posible, casi cierta —caso de no hacerlo— era la guerra civil entre las fuerzas del Ejército que bajo su mando hubieran respaldado al gobierno de la UP y Allende, más Carabineros, por una parte, y por la otra las que hubiesen obedecido a los siete generales comprometidos, más la Armada y la Aviación. Evitó así el choque fratricida a gran escala, cuyo costo Prats calculaba en 500 mil vidas.
4. Sorteó diplomáticamente, a la par que ponía a punto nuestra defensa militar contra el posible ataque a Chile que tenían planeado los generales peruanos entonces gobernantes de su país, como revancha de la Guerra del Pacífico. Estuvo al borde de desencadenarse el 11 de septiembre de 1973, tras nuestro golpe, y sólo fue diferido en la esperanza de que una eventual guerra civil deteriorara todavía más la resistencia chilena.
5. Lo mismo que respecto del Perú, hizo Pinochet con Argentina, en el período 1977/1984. Como se sabe, durante ese lapso el fallo arbitral sobre las islas del Canal Beagle, que las reconocía chilenas (1977), nos llevó —fines de 1978— literalmente a horas de una guerra. Los vecinos la tuvieron lista, y la hubieran desatado por mar, tierra y aire “el 22 a las 22”... el 22 de diciembre de 1978, a las 22 horas, empezando por la ocupación anfibia de las islas disputadas. Nuevamente Pinochet combinó la serenidad, la prudencia, la paciencia y la transigencia en lo transigible. Hasta que, sin pérdida territorial, fuera resuelto pacíficamente el problema —vía la mediación pontificia— y además cualquier dificultad futura con Argentina, mediante el Tratado de Paz y Amistad de 1984. Simultáneamente, igual que en el caso peruano, había dirigido Pinochet la minuciosa preparación de nuestra defensa y posibles contraataques.
6. El Capitán General recibió un país arruinado; semiparalizado; con una inflación “oficial”, la de 1973, de 600%, probablemente 1.000% efectivo; víctima de un socialismo caótico y chapucero; quedando trigo para diez días —dijo Allende—, ni un peso en las arcas del Fisco, ni un dólar en los bancos... el mayor desastre económico de nuestra Historia.
En el curso del régimen militar, se cometieron sin duda muchos errores y hubo fuertes, quizás excesivos padecimientos sociales. Pero al entregar el poder en 1990, Pinochet lo hizo habiendo sorteado la crisis mundial de 1982, la segunda más devastadora del Siglo XX. Y corriendo además, ya por tres años, el período de crecimiento sostenido de mayor fuerza, es probable, en la Historia de Chile (1987/1997), durante el cual DOBLAMOS de tamaño material.
Esta hazaña no era casualidad. Pinochet, adelantándose al mundo entero, había establecido un régimen de mercado libre que hoy es universal, e indispensable para aprovechar la globalización económica, pero que entonces, mediados de los años ’70, era una extravagancia. Naturalmente, el mérito técnico de la innovación fue de los economistas que la introdujeron. Pero la voluntad POLITICA de crearla y mantenerla en circunstancias dificilísimas, perteneció básicamente a Pinochet. Y la mejor prueba del acierto y éxito del “modelo” la daría la Concertación, al mantenerlo incólume hasta hoy, después de haberlo criticado con acidez.
7. El ex Presidente nos devolvió la democracia, a través de una Constitución moderna. Fue, en muchos aspectos (v.gr., el “recurso de protección”) que duran hasta hoy, revolucionaria y positivamente innovadora. Cumplió Pinochet con rigor el itinerario y procedimientos que esa Carta había fijado para el final del régimen militar, aun hasta el extremo de plebiscitarse a sí mismo libremente, acatar el fallo negativo de las urnas, y devolver el poder sin límites de que había gozado diecisiete años.
Esto es lo esencial. Hay mucho más. ¿Pensamos algún momento que la explosión de enseñanza superior que vivimos, no sería posible EN LA MITAD DE SU VOLUMEN sin las entidades privadas que Pinochet permitió crear y reguló? ¿O que devolvió el país con MENOS DE LA CUARTA PARTE de la mortalidad infantil imperante cuando lo recibiera?
Bienes y males no se compensan; no es posible restar peras de manzanas. Pero la vida de una nación exige exponer imparcialmente unos y otros. Es la justicia histórica, que deben todas las generaciones a quienes han hecho el país. Y es la que se debe a Augusto Pinochet.
El gran problema de nuestras generaciones futuras será el endiosamiento de Augusto Pinochet. A los viejos que quedemos, tocará convencerlas de que no escondan ni minimicen el único error grande, inmenso, cometido por el Capitán General: no haber puesto término al inútil salvajismo de la represión. Los chilenos del mañana tenderán a olvidar esta mancha, en homenaje a los múltiples e igualmente inmensos servicios que el país le debe a Pinochet.
Hoy, al revés, son esos servicios los olvidados. Los políticos entonces jóvenes —ya no tanto, naturalmente— que el Capitán General encumbró, y fueron sus funcionarios, o sus “regalones”; los empresarios que en 1989 y 1993 vetaron candidatos a la Presidencia por no ser suficientemente pinochetistas; el partido político que lo condecoró con solemnidad... ahora lo silencian, “salvo honrosas excepciones” (como él solía decir). ¿Qué de raro, si tampoco las Fuerzas Armadas hablan de Pinochet gobernante, sino para decir “nunca más” a las equivocaciones, callando los aciertos... que también fueron aciertos de ellas?
No nos cause este “olvido” escándalo, ni molestia, ni siquiera extrañeza. Es la naturaleza humana.
Ahora que el canal estatal ha retirado a O’Higgins del concurso imbécil y farandulero de «El Gran Chileno», no será sacrilegio (supongo) hacer ver el curioso paralelismo entre el ocaso del ex Mandatario y el del Libertador, al cual Pinochet tanto admiraba. Apenas don Bernardo hubo dimitido voluntaria y generosamente el poder, lo exiliamos hasta la muerte; le quitamos de igual manera el grado y sueldo militar; acusamos a su familia de supuestos tratos ilícitos con un banquero, y procesamos al mismo O’Higgins por malversar recursos del Estado en provecho personal... ¿Quién se acuerda hoy de tales vilezas y pequeñeces? El Libertador está en el altar de la patria. Y eso ha hecho que se le perdone todo. Incluso lo imperdonable. Así, la responsabilidad de O’Higgins por haber quedado impune el asesinato de Manuel Rodríguez, bastante más clara que la similar de Pinochet por, v.gr., “los zarpazos del puma”, los crímenes de la Caravana de la Muerte (1974).
Pero hoy, como los últimos diez o quince años de su vida, está en la hora del silencio y del odio. El lo sabía y no le importaba. Dijo a las periodistas Raquel Correa y Elizabeth Subercaseaux, en 1989: “Los que han estado (conmigo) por interés, sacaron la lonja y se fueron. No me produce dolor. Uno se acostumbra a todo, y aprende a esperar cualquier cosa”.
A otros corresponderá recordar antipáticamente el gran error que cometió, cuando llegue la época, no muy lejana, de su reivindicación. A nosotros, ahora, el resumido catálogo de lo que le debemos:
1. Durante cuarenta años fue un militar intachable, escalando exclusivamente por méritos, sin protecciones de ninguna especie, ni desvíos políticos, todos los grados y todos los cargos del Ejército, hasta los máximos.
2. No participó para nada en decidir ni planear el golpe del 11 de septiembre de 1973. Fue eficazmente leal a su superior, el Comandante en Jefe General Prats, mientras éste desempeñó su cargo, según reconocen las memorias del mismo Prats.
3. Se plegó al golpe cuando la alternativa más posible, casi cierta —caso de no hacerlo— era la guerra civil entre las fuerzas del Ejército que bajo su mando hubieran respaldado al gobierno de la UP y Allende, más Carabineros, por una parte, y por la otra las que hubiesen obedecido a los siete generales comprometidos, más la Armada y la Aviación. Evitó así el choque fratricida a gran escala, cuyo costo Prats calculaba en 500 mil vidas.
4. Sorteó diplomáticamente, a la par que ponía a punto nuestra defensa militar contra el posible ataque a Chile que tenían planeado los generales peruanos entonces gobernantes de su país, como revancha de la Guerra del Pacífico. Estuvo al borde de desencadenarse el 11 de septiembre de 1973, tras nuestro golpe, y sólo fue diferido en la esperanza de que una eventual guerra civil deteriorara todavía más la resistencia chilena.
5. Lo mismo que respecto del Perú, hizo Pinochet con Argentina, en el período 1977/1984. Como se sabe, durante ese lapso el fallo arbitral sobre las islas del Canal Beagle, que las reconocía chilenas (1977), nos llevó —fines de 1978— literalmente a horas de una guerra. Los vecinos la tuvieron lista, y la hubieran desatado por mar, tierra y aire “el 22 a las 22”... el 22 de diciembre de 1978, a las 22 horas, empezando por la ocupación anfibia de las islas disputadas. Nuevamente Pinochet combinó la serenidad, la prudencia, la paciencia y la transigencia en lo transigible. Hasta que, sin pérdida territorial, fuera resuelto pacíficamente el problema —vía la mediación pontificia— y además cualquier dificultad futura con Argentina, mediante el Tratado de Paz y Amistad de 1984. Simultáneamente, igual que en el caso peruano, había dirigido Pinochet la minuciosa preparación de nuestra defensa y posibles contraataques.
6. El Capitán General recibió un país arruinado; semiparalizado; con una inflación “oficial”, la de 1973, de 600%, probablemente 1.000% efectivo; víctima de un socialismo caótico y chapucero; quedando trigo para diez días —dijo Allende—, ni un peso en las arcas del Fisco, ni un dólar en los bancos... el mayor desastre económico de nuestra Historia.
En el curso del régimen militar, se cometieron sin duda muchos errores y hubo fuertes, quizás excesivos padecimientos sociales. Pero al entregar el poder en 1990, Pinochet lo hizo habiendo sorteado la crisis mundial de 1982, la segunda más devastadora del Siglo XX. Y corriendo además, ya por tres años, el período de crecimiento sostenido de mayor fuerza, es probable, en la Historia de Chile (1987/1997), durante el cual DOBLAMOS de tamaño material.
Esta hazaña no era casualidad. Pinochet, adelantándose al mundo entero, había establecido un régimen de mercado libre que hoy es universal, e indispensable para aprovechar la globalización económica, pero que entonces, mediados de los años ’70, era una extravagancia. Naturalmente, el mérito técnico de la innovación fue de los economistas que la introdujeron. Pero la voluntad POLITICA de crearla y mantenerla en circunstancias dificilísimas, perteneció básicamente a Pinochet. Y la mejor prueba del acierto y éxito del “modelo” la daría la Concertación, al mantenerlo incólume hasta hoy, después de haberlo criticado con acidez.
7. El ex Presidente nos devolvió la democracia, a través de una Constitución moderna. Fue, en muchos aspectos (v.gr., el “recurso de protección”) que duran hasta hoy, revolucionaria y positivamente innovadora. Cumplió Pinochet con rigor el itinerario y procedimientos que esa Carta había fijado para el final del régimen militar, aun hasta el extremo de plebiscitarse a sí mismo libremente, acatar el fallo negativo de las urnas, y devolver el poder sin límites de que había gozado diecisiete años.
Esto es lo esencial. Hay mucho más. ¿Pensamos algún momento que la explosión de enseñanza superior que vivimos, no sería posible EN LA MITAD DE SU VOLUMEN sin las entidades privadas que Pinochet permitió crear y reguló? ¿O que devolvió el país con MENOS DE LA CUARTA PARTE de la mortalidad infantil imperante cuando lo recibiera?
Bienes y males no se compensan; no es posible restar peras de manzanas. Pero la vida de una nación exige exponer imparcialmente unos y otros. Es la justicia histórica, que deben todas las generaciones a quienes han hecho el país. Y es la que se debe a Augusto Pinochet.
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