UN CHILENO RE IMPORTANTE
Sábado 04 de Octubre de 2008
Claudio Bravo al desnudo
El Mercurio
Desde Marruecos Texto, María Cristina Jurado
En los altos de la Ciudad Nueva de Tánger, incrustada entre palmerales y bosques húmedos que repiten el murmullo milenario de la Medina allá a lo lejos, emerge, imponente, la deslumbrante villa del pintor Claudio Bravo. Está levantada en estilo morisco, tiene paredes albas y jardines frondosos que se pierden más allá de la vista. Tánger, puerta de entrada al Marruecos profundo, repite en este barrio de privilegio su carácter único. Ese que conquistó a Tennesse Williams, Yves Saint Laurent, Paul Bowles, Barbara Hutton, Jean Genet, Matisse, Malcolm Forbes y tantos otros que dejaron aquí su huella imborrable.
Bravo no es una excepción cuando confiesa, entre madreselvas y pinos olorosos y mientras juguetea, incansable, con sus perros de raza, que Marruecos lo atrapó en 1972 y aquí sigue. Desde su alba mansión –atendida por incontables criados que besan el suelo que Claudio pisa– se divisa, majestuoso, el Mediterráneo. Los numerosos salones, áticos, el taller, las habitaciones, lucen un poco olvidados porque es julio y recién llega del sur. Aquí se quedará dos meses para escapar del tórrido calor que cae sobre sus tierras cercanas al Sahara. Acodado con una copa de vino en su terraza renacentista, entra en materia de golpe, sin anestesia:
—Me siento muy por encima de todos los pintores latinoamericanos. Soy el más importante del continente y el más cotizado en el mercado internacional hace mucho tiempo. Matta muerto no llega a mis precios de vivo. Él tuvo momentos buenos, pero su vejez fue muy mala y sus cuadros de los últimos veinte años parecen periódicos de domingo mal impresos. Nunca me gustó. Y esto no va a caer bien en Chile: tampoco me fascina la Mistral y encuentro que Juan Francisco González es pésimo. Está demostrado que, en el terreno artístico internacional, me como vivo a Matta. También se lo comen vivo Botero, la Frida Kahlo, Rivera y Orozco.
¿Hay alguien por encima suyo?
—¡Soy ególatra, pero nunca tanto! Miguel Angel, Leonardo, Rafael, Picasso, Rothko, Francis Bacon, que era un genio y gran amigo mío. Vermeer, Velázquez, eran prodigios. Rembrandt es para los viejitos. Pero soy un tipo sin falsa modestia: la emperatriz Farah Diba, quien me visita continuamente en Taroudant, y otros miembros de la realeza me han dicho que me ven como a un príncipe. Yo no me siento muy lejos...
Claudio Bravo cumplirá 72 en noviembre. Vive todos los días con una energía de 25, aunque él dice que necesita vitaminas porque para meterse en las vanguardias –su próxima meta artística– quiere sentirse de quince y competir con los más jóvenes en su propio terreno. Tiene dos años para presentar en Nueva York su próxima producción, vanguardia pura y dura. Su última exposición de mayo en la Gran Manzana no dejó ningún cuadro sin venderse. Ninguno. Y muchos de ellos superaron el millón de dólares. Lúcido, cree –o sabe– que, a estas alturas y después de medio siglo de una carrera internacional fulgurante, sólo lo compran los millonarios.
Menos mal. Porque, aunque odia hablar de dinero, a este hombre riquísimo la pobreza lo aterra:
—Siempre estoy angustiado de creerme sin un centavo. No sé ahorrar, no sé hacer un negocio, y gasto sin medida en dólares y euros. Cada fin de año llamo, completamente aterrorizado, a la galería Marlborough y pregunto con gran timidez si tengo algo de dinero. ¡Qué alivio cuando me dan una buena suma! Y eso me tranquiliza hasta el próximo año...
Encaramado en su celebridad, este artista nacido en Valparaíso y criado en un fundo de Melipilla con caballos y trigales, guarda poco de chileno. Sensible (“mi peor defecto es ser demasiado sentimental”), orgulloso y consciente del peso de su nombre, Claudio Bravo, si no nació príncipe, recibe como uno.Ha envejecido, pero se mantiene elegante, cultiva una voz profunda. Escancia el vino francés y ofrece el foie gras en su taller donde la luz del norte de Marruecos se filtra, rosa y crema. Su último cuadro, un work in progress que muestra un cruce de grandes pliegos de papel delgado arrugado en diferentes tonos de amarillo, preside el aperitivo. Jamás pinta de memoria. Menos por fotografías: su realismo casi perfecto proviene de modelos. Precisa, celoso: “No tengo nada que ver con los hiperrealistas. Yo exalto, exagero, idealizo la realidad. La manipulo. A mi modelo le borro las zonas oscuras y le rescato la belleza, esa que me acerca a Dios. Hay mucho de santo en cada artista”.
¿También idealiza su vida?
—Sí. En Tánger encontré a los perros gordos y los puse a dieta. No soporto la antiestética. Bravo no para de hablar. Su discurso es a veces ampuloso pero siempre interesante: pocas veces se escucha a gente con tanta presencia de sí misma.
Vive en Marruecos hace 36 años, cuando se sintió abrumado por su éxito como retratista en España y se enamoró de este país milenario, tan cerca pero tan lejos de Europa. “Quería escaparme de los retratos sociales, había ya un interés internacional por mi trabajo y yo lo único que quería era pintar lo mío. Descubrí la luz marroquí, esa luz mediterránea, dorada, que he visto a veces en Elqui, y ya no pude dejarla. Encontré en Marruecos mi lugar, a este país le debo gran parte de mi desarrollo espiritual y artístico porque me deja pensar, sentir, respirar y ser, y nadie me asedia con autógrafos. Soy uno más, anónimo. Pinto doce horas diarias hasta desvanecerme sobre mi cama”. Se hizo íntimo amigo de Paul Bowles, se interesó en Matisse, Delacroix, Edgar Rice Burroughs, Truman Capote. En su opción le influyeron razones personales:
—Tenía una hermana en Marbella y parte de la familia en España, era cruzar el Estrecho de Gibraltar y ya no estaba solo. Hoy me quedan una hermana en Suiza y otra en Londres, nos queremos mucho.
Usted viene de una enorme familia.
—Fui el segundo de siete hermanos y todos nos criamos en el campo. Una de las razones sentimentales por las que no voy a Chile es que dos hermanas que yo adoraba y que vivían allá se murieron. Patty de cáncer y María Inés del corazón. Eso, sumado a que no resisto el aire acondicionado de los aviones, me hacen pensarlo tres veces. Además, vendí el fundo que tuve unos años en el Lago Llanquihue. Más bien lo regalé.
¿Se desilusionó de los chilenos?
—No. Aún me queda un sucedáneo de hermano: Benjamín Lira, a quien yo considero el mejor pintor chileno después de mí. Pero perdí lazos familiares y sentimentales y Chile es demasiado lejos. Vendí pésimo y la plata la regalé a dos instituciones de caridad. Pero si hoy me hacen una retrospectiva importante ¡soy hasta capaz de quedarme quince días!
Y por primera vez se ríe.
Este año terminará una espectacular mansión en Tisnit, al sur de Marruecos. Será su cuarta casa en suelo marroquí. “Es pura vanguardia, ya tengo hechos los planos porque la arquitectura es mi segundo amor y le dedico muchas horas. Va a ser una escultura moderna de tres mil metros, con cubos y cilindros de distintos colores, con el cristal y los mármoles de este país. La quiero frente a una playa gigantesca y solitaria, con rocas e islas. Tendrá 3.500 m2 porque, aunque vivo solo, me gustan las casas grandes”. Lo prueban su milenaria mansión en el centro de la Medina de Marrakech, su villa de Tánger y, sobre todo, la extraordinaria finca que posee en Taroudant, cerca de Agadir, en los Montes Atlas de Marruecos, un lugar de muy difícil acceso. La eligió porque sólo tiene 25 días al año sin sol, lo que le asegura una luz tamizada para pintar.
—Todos quieren ver mis casas. A la de Taroudant han venido, sólo en el último año, Giscard D’Estaing y su mujer, Chirac y su mujer, el ministro de Cultura francés Renaud Donnedieu de Vabres. Farah Diba, con la que somos muy amigos, llega toda de blanco y ¡vieras como se va, toda embarrada con las patas de mis perros! El otro día recibí a Paul McCartney.
Con 46 empleados entre camareros, cocineros, peones de campo, jardineros, especialistas en finanzas, secretarios. En Taroudant cría caballos árabes: son más de cuarenta, destinados exclusivamente a servir de regalo. Hace decenios se codea íntimamente con la realeza de muchos países, con presidentes, primeros ministros, jeques y billonarios. Son sus clientes. Jamás vende un cuadro en sus talleres. “Me representa la Galería Marlborough y Pierre Levai, su director, es tal vez mi mejor amigo. Yo no hago trampa: la honestidad es parte de mi reputación. Cuando mucho, pido el 20% de descuento para algún amigo”.
A veces sus casas le estorban. “No las necesito, pero con su arquitectura continúo el proceso creativo que empiezo con la pintura. Biológicamente, necesito crear. No escribo, pero escucho música y leo mucho. Últimamente he estado releyendo ocho libros de mi amigo Paul Bowles. El año pasado estuve con Voltaire que me fascina y releí entero a Nietzche. En la finca, cuando termino de pintar, a veces les voy a dar zanahorias a mis caballos, pero después, ¡qué hago! Por eso leo”.
¿Y la vida social?
—Es obligatoria, porque todo el mundo quiere ver al artista.
Bravo nunca ha perdido la conexión atávica con el campo de su infancia, lo lleva en la sangre:
—Me crié en Huilco, Melipilla. Tenía caballos corraleros, siempre he tenido adoración por ellos. De niño lavaba todos los días a mis cuatro caballos, andaba en pelo, hacíamos concursos hípicos, saltos. Era muy buen jinete, ya no. Me da risa pensar que esos caballos chilenos eran como ponies al lado de mis ejemplares árabes, que corren como gacelas. En mi finca me voy a los paddocks y me siguen detrás quince potrillitos dándome mordisquitos... yo adoro eso.
Su pasión por los animales es la misma...
—Mi madre, Laura Camus, iba con una cesta todas las noches recorriendo las siete camas. Abría la de una hermana y sacaba un gato; abría la de otra, sacaba un conejo o un pollo. Todos dormíamos abrazados a un animalito, el mío era un perro. Hasta hoy tengo perros en todas mis casas y prefiero los boxers: son locos, me interrumpen, me saltan, me demuestran que me quieren. No me tienen ningún respeto.
Claudio Bravo perdió un hijo biológico en un accidente de moto pero no quiere acordarse. Nadie conoce esa historia, dice. Nunca se ha casado y, sin embargo, no se siente solo. “Tengo un hijo adoptivo, se llama Teté y tiene veinte años. Es uno de los niños de mi hombre de negocios, Bashir. Lo he criado yo y esta noche comerá con nosotros. Tendremos crema de zapallo, osobuco y manzanas acarameladas”, advierte.
Teté, que viste Lacoste y es dueño de dos autos última generación, lo acompaña a donde él va. En Taroudant lo ayuda en la finca; en Marrakech, pasean juntos; en Tánger, lo mira pintar. Claudio lo mima hasta lo increíble. “El servicio me quiere mucho, son todos casados y me traen sus niños. Claro que tanta sonrisa me cuesta caro: les doy hasta chocolates en la boca; coqueteo con ellos porque, como dicen en Chile, son rotos, pero ¡tan cariñosos!”.Un hijo adoptivo y sus empleados no reemplazan a una familia ¿no?
—Mira, a las mujeres nunca las he entendido. ¡Son tan desordenadas! Soy metódico, ordenadísimo, cada vez que he convivido con una ha sido un desastre. Me entiendo muy bien con la única señora que tengo: la pintura. Es mi mujer adorada, sin ella estaría muerto. Por eso, desde hace tiempo, he optado por el celibato total.
¿Cómo así?
—El amor sexual era muy complicado para mí porque yo era demasiado apasionado y celoso. Me dio sólo problemas porque pensando con el corazón, vivía equivocándome. Decidí que mi pintura y mis animales eran mis mejores fuentes de amor, desde los cincuenta años creo que no meto a nadie en mi cama, me aburrí. Estoy hecho un asceta, un San Claudio.
Me cuesta creerle...
—Evito lo sentimental al máximo. Al sacarme lo sexual, la vida se me simplificó y me pude dedicar a la creación, que es mi máxima pasión. Cuando utilizo la cabeza, no me equivoco. Ahora último, mi perro Caco es mi máxima fuente de compañía y lealtad.
Dice que el único sueño que no ha podido cumplir en su vida es... comprarse un Rolls Royce. Cada vez que ha estado a punto, Bashir lo para porque los repuestos no se encuentran en Marruecos y terminaría siendo un clavo. “Pero ahora que me compré un departamento en París, creo que lo voy a tener”.
Y pasa de París a Chile. “Me encantó que saliera Michelle Bachelet de presidenta, por ese coté surrealista que tuvo su elección, igual que la de Fujimori en Perú. Y ahora parece que nos están copiando en Estados Unidos: ¡quieren elegir a un negro!”
La espiritualidad es un tema que predomina en su discurso:
—No soy católico, pero rezo a un Dios que no tiene nada que ver con las religiones, aunque el arte debe ser religioso. En el siglo de Pericles había veinte dioses ¡y qué buen arte! Porque lo artístico está relacionado con la creatividad y Dios es el Big Bang. Los artistas que no creen se debilitan, los existencialistas eran todos ex católicos y el ateo que ha nacido católico tiene un Dios que le ronronea siempre. Tengo un tío que puede ser un santo, Demetrio Bravo, mi tío favorito. Además, un primo hermano arzobispo y otra prima que es directora de las Carmelitas Descalzas. Pero vivo hace treinta y seis años en un país islámico y el Islam es la religión más potente del siglo XXI. Mis amigos árabes tratan de convertirme, mis parientes católicos también, leo mucho sobre Buda y a los ateos como Voltaire porque, en el fondo, ellos también buscan a Dios. La búsqueda del infinito, del Más Allá, es una obsesión en mí que va a la par con mi obsesión por la pintura. Ahora estoy haciendo un libro sobre los santos en Marruecos con el escritor Tahar Ben Jelloun, saldrá a principios del 2009.
¿Piensa en la muerte?
—Continuamente. Estoy preparado para morir, si le viene la gana a Dios. Morir terminará con mi angustia de la creatividad, será acostarme y dormir bien eternamente. Estoy listo porque he cumplido con mis dones. Aunque conservo la pretensión de creer que aún puedo crear cosas maravillosas, no estoy agarrado a la vida.
¿Se siente bueno?
—Muy bueno, ayudo a todo el mundo. Continuamente entrego consejos a pintores, arquitectos, doy clases de arte gratuitas, recomiendo a chilenos en galerías. Eso nunca lo hicieron conmigo.
¿Y a usted, quién lo ayuda?
—En los últimos veinte años, absolutamente nadie. Lo único que he recibido han sido ataques porque yo nací con éxito y la gente de mucho éxito genera envidia. Ha sido el sino de mi vida. Hay críticos, galeristas, intelectuales, hasta directores de museos, que han tratado de hundirme. Pero una cosa me salva: el público me adora y donde expongo, cae, rendido, a mis pies. VD
Desde Marruecos Texto, María Cristina Jurado
En los altos de la Ciudad Nueva de Tánger, incrustada entre palmerales y bosques húmedos que repiten el murmullo milenario de la Medina allá a lo lejos, emerge, imponente, la deslumbrante villa del pintor Claudio Bravo. Está levantada en estilo morisco, tiene paredes albas y jardines frondosos que se pierden más allá de la vista. Tánger, puerta de entrada al Marruecos profundo, repite en este barrio de privilegio su carácter único. Ese que conquistó a Tennesse Williams, Yves Saint Laurent, Paul Bowles, Barbara Hutton, Jean Genet, Matisse, Malcolm Forbes y tantos otros que dejaron aquí su huella imborrable.
Bravo no es una excepción cuando confiesa, entre madreselvas y pinos olorosos y mientras juguetea, incansable, con sus perros de raza, que Marruecos lo atrapó en 1972 y aquí sigue. Desde su alba mansión –atendida por incontables criados que besan el suelo que Claudio pisa– se divisa, majestuoso, el Mediterráneo. Los numerosos salones, áticos, el taller, las habitaciones, lucen un poco olvidados porque es julio y recién llega del sur. Aquí se quedará dos meses para escapar del tórrido calor que cae sobre sus tierras cercanas al Sahara. Acodado con una copa de vino en su terraza renacentista, entra en materia de golpe, sin anestesia:
—Me siento muy por encima de todos los pintores latinoamericanos. Soy el más importante del continente y el más cotizado en el mercado internacional hace mucho tiempo. Matta muerto no llega a mis precios de vivo. Él tuvo momentos buenos, pero su vejez fue muy mala y sus cuadros de los últimos veinte años parecen periódicos de domingo mal impresos. Nunca me gustó. Y esto no va a caer bien en Chile: tampoco me fascina la Mistral y encuentro que Juan Francisco González es pésimo. Está demostrado que, en el terreno artístico internacional, me como vivo a Matta. También se lo comen vivo Botero, la Frida Kahlo, Rivera y Orozco.
¿Hay alguien por encima suyo?
—¡Soy ególatra, pero nunca tanto! Miguel Angel, Leonardo, Rafael, Picasso, Rothko, Francis Bacon, que era un genio y gran amigo mío. Vermeer, Velázquez, eran prodigios. Rembrandt es para los viejitos. Pero soy un tipo sin falsa modestia: la emperatriz Farah Diba, quien me visita continuamente en Taroudant, y otros miembros de la realeza me han dicho que me ven como a un príncipe. Yo no me siento muy lejos...
Claudio Bravo cumplirá 72 en noviembre. Vive todos los días con una energía de 25, aunque él dice que necesita vitaminas porque para meterse en las vanguardias –su próxima meta artística– quiere sentirse de quince y competir con los más jóvenes en su propio terreno. Tiene dos años para presentar en Nueva York su próxima producción, vanguardia pura y dura. Su última exposición de mayo en la Gran Manzana no dejó ningún cuadro sin venderse. Ninguno. Y muchos de ellos superaron el millón de dólares. Lúcido, cree –o sabe– que, a estas alturas y después de medio siglo de una carrera internacional fulgurante, sólo lo compran los millonarios.
Menos mal. Porque, aunque odia hablar de dinero, a este hombre riquísimo la pobreza lo aterra:
—Siempre estoy angustiado de creerme sin un centavo. No sé ahorrar, no sé hacer un negocio, y gasto sin medida en dólares y euros. Cada fin de año llamo, completamente aterrorizado, a la galería Marlborough y pregunto con gran timidez si tengo algo de dinero. ¡Qué alivio cuando me dan una buena suma! Y eso me tranquiliza hasta el próximo año...
Encaramado en su celebridad, este artista nacido en Valparaíso y criado en un fundo de Melipilla con caballos y trigales, guarda poco de chileno. Sensible (“mi peor defecto es ser demasiado sentimental”), orgulloso y consciente del peso de su nombre, Claudio Bravo, si no nació príncipe, recibe como uno.Ha envejecido, pero se mantiene elegante, cultiva una voz profunda. Escancia el vino francés y ofrece el foie gras en su taller donde la luz del norte de Marruecos se filtra, rosa y crema. Su último cuadro, un work in progress que muestra un cruce de grandes pliegos de papel delgado arrugado en diferentes tonos de amarillo, preside el aperitivo. Jamás pinta de memoria. Menos por fotografías: su realismo casi perfecto proviene de modelos. Precisa, celoso: “No tengo nada que ver con los hiperrealistas. Yo exalto, exagero, idealizo la realidad. La manipulo. A mi modelo le borro las zonas oscuras y le rescato la belleza, esa que me acerca a Dios. Hay mucho de santo en cada artista”.
¿También idealiza su vida?
—Sí. En Tánger encontré a los perros gordos y los puse a dieta. No soporto la antiestética. Bravo no para de hablar. Su discurso es a veces ampuloso pero siempre interesante: pocas veces se escucha a gente con tanta presencia de sí misma.
Vive en Marruecos hace 36 años, cuando se sintió abrumado por su éxito como retratista en España y se enamoró de este país milenario, tan cerca pero tan lejos de Europa. “Quería escaparme de los retratos sociales, había ya un interés internacional por mi trabajo y yo lo único que quería era pintar lo mío. Descubrí la luz marroquí, esa luz mediterránea, dorada, que he visto a veces en Elqui, y ya no pude dejarla. Encontré en Marruecos mi lugar, a este país le debo gran parte de mi desarrollo espiritual y artístico porque me deja pensar, sentir, respirar y ser, y nadie me asedia con autógrafos. Soy uno más, anónimo. Pinto doce horas diarias hasta desvanecerme sobre mi cama”. Se hizo íntimo amigo de Paul Bowles, se interesó en Matisse, Delacroix, Edgar Rice Burroughs, Truman Capote. En su opción le influyeron razones personales:
—Tenía una hermana en Marbella y parte de la familia en España, era cruzar el Estrecho de Gibraltar y ya no estaba solo. Hoy me quedan una hermana en Suiza y otra en Londres, nos queremos mucho.
Usted viene de una enorme familia.
—Fui el segundo de siete hermanos y todos nos criamos en el campo. Una de las razones sentimentales por las que no voy a Chile es que dos hermanas que yo adoraba y que vivían allá se murieron. Patty de cáncer y María Inés del corazón. Eso, sumado a que no resisto el aire acondicionado de los aviones, me hacen pensarlo tres veces. Además, vendí el fundo que tuve unos años en el Lago Llanquihue. Más bien lo regalé.
¿Se desilusionó de los chilenos?
—No. Aún me queda un sucedáneo de hermano: Benjamín Lira, a quien yo considero el mejor pintor chileno después de mí. Pero perdí lazos familiares y sentimentales y Chile es demasiado lejos. Vendí pésimo y la plata la regalé a dos instituciones de caridad. Pero si hoy me hacen una retrospectiva importante ¡soy hasta capaz de quedarme quince días!
Y por primera vez se ríe.
Este año terminará una espectacular mansión en Tisnit, al sur de Marruecos. Será su cuarta casa en suelo marroquí. “Es pura vanguardia, ya tengo hechos los planos porque la arquitectura es mi segundo amor y le dedico muchas horas. Va a ser una escultura moderna de tres mil metros, con cubos y cilindros de distintos colores, con el cristal y los mármoles de este país. La quiero frente a una playa gigantesca y solitaria, con rocas e islas. Tendrá 3.500 m2 porque, aunque vivo solo, me gustan las casas grandes”. Lo prueban su milenaria mansión en el centro de la Medina de Marrakech, su villa de Tánger y, sobre todo, la extraordinaria finca que posee en Taroudant, cerca de Agadir, en los Montes Atlas de Marruecos, un lugar de muy difícil acceso. La eligió porque sólo tiene 25 días al año sin sol, lo que le asegura una luz tamizada para pintar.
—Todos quieren ver mis casas. A la de Taroudant han venido, sólo en el último año, Giscard D’Estaing y su mujer, Chirac y su mujer, el ministro de Cultura francés Renaud Donnedieu de Vabres. Farah Diba, con la que somos muy amigos, llega toda de blanco y ¡vieras como se va, toda embarrada con las patas de mis perros! El otro día recibí a Paul McCartney.
Con 46 empleados entre camareros, cocineros, peones de campo, jardineros, especialistas en finanzas, secretarios. En Taroudant cría caballos árabes: son más de cuarenta, destinados exclusivamente a servir de regalo. Hace decenios se codea íntimamente con la realeza de muchos países, con presidentes, primeros ministros, jeques y billonarios. Son sus clientes. Jamás vende un cuadro en sus talleres. “Me representa la Galería Marlborough y Pierre Levai, su director, es tal vez mi mejor amigo. Yo no hago trampa: la honestidad es parte de mi reputación. Cuando mucho, pido el 20% de descuento para algún amigo”.
A veces sus casas le estorban. “No las necesito, pero con su arquitectura continúo el proceso creativo que empiezo con la pintura. Biológicamente, necesito crear. No escribo, pero escucho música y leo mucho. Últimamente he estado releyendo ocho libros de mi amigo Paul Bowles. El año pasado estuve con Voltaire que me fascina y releí entero a Nietzche. En la finca, cuando termino de pintar, a veces les voy a dar zanahorias a mis caballos, pero después, ¡qué hago! Por eso leo”.
¿Y la vida social?
—Es obligatoria, porque todo el mundo quiere ver al artista.
Bravo nunca ha perdido la conexión atávica con el campo de su infancia, lo lleva en la sangre:
—Me crié en Huilco, Melipilla. Tenía caballos corraleros, siempre he tenido adoración por ellos. De niño lavaba todos los días a mis cuatro caballos, andaba en pelo, hacíamos concursos hípicos, saltos. Era muy buen jinete, ya no. Me da risa pensar que esos caballos chilenos eran como ponies al lado de mis ejemplares árabes, que corren como gacelas. En mi finca me voy a los paddocks y me siguen detrás quince potrillitos dándome mordisquitos... yo adoro eso.
Su pasión por los animales es la misma...
—Mi madre, Laura Camus, iba con una cesta todas las noches recorriendo las siete camas. Abría la de una hermana y sacaba un gato; abría la de otra, sacaba un conejo o un pollo. Todos dormíamos abrazados a un animalito, el mío era un perro. Hasta hoy tengo perros en todas mis casas y prefiero los boxers: son locos, me interrumpen, me saltan, me demuestran que me quieren. No me tienen ningún respeto.
Claudio Bravo perdió un hijo biológico en un accidente de moto pero no quiere acordarse. Nadie conoce esa historia, dice. Nunca se ha casado y, sin embargo, no se siente solo. “Tengo un hijo adoptivo, se llama Teté y tiene veinte años. Es uno de los niños de mi hombre de negocios, Bashir. Lo he criado yo y esta noche comerá con nosotros. Tendremos crema de zapallo, osobuco y manzanas acarameladas”, advierte.
Teté, que viste Lacoste y es dueño de dos autos última generación, lo acompaña a donde él va. En Taroudant lo ayuda en la finca; en Marrakech, pasean juntos; en Tánger, lo mira pintar. Claudio lo mima hasta lo increíble. “El servicio me quiere mucho, son todos casados y me traen sus niños. Claro que tanta sonrisa me cuesta caro: les doy hasta chocolates en la boca; coqueteo con ellos porque, como dicen en Chile, son rotos, pero ¡tan cariñosos!”.Un hijo adoptivo y sus empleados no reemplazan a una familia ¿no?
—Mira, a las mujeres nunca las he entendido. ¡Son tan desordenadas! Soy metódico, ordenadísimo, cada vez que he convivido con una ha sido un desastre. Me entiendo muy bien con la única señora que tengo: la pintura. Es mi mujer adorada, sin ella estaría muerto. Por eso, desde hace tiempo, he optado por el celibato total.
¿Cómo así?
—El amor sexual era muy complicado para mí porque yo era demasiado apasionado y celoso. Me dio sólo problemas porque pensando con el corazón, vivía equivocándome. Decidí que mi pintura y mis animales eran mis mejores fuentes de amor, desde los cincuenta años creo que no meto a nadie en mi cama, me aburrí. Estoy hecho un asceta, un San Claudio.
Me cuesta creerle...
—Evito lo sentimental al máximo. Al sacarme lo sexual, la vida se me simplificó y me pude dedicar a la creación, que es mi máxima pasión. Cuando utilizo la cabeza, no me equivoco. Ahora último, mi perro Caco es mi máxima fuente de compañía y lealtad.
Dice que el único sueño que no ha podido cumplir en su vida es... comprarse un Rolls Royce. Cada vez que ha estado a punto, Bashir lo para porque los repuestos no se encuentran en Marruecos y terminaría siendo un clavo. “Pero ahora que me compré un departamento en París, creo que lo voy a tener”.
Y pasa de París a Chile. “Me encantó que saliera Michelle Bachelet de presidenta, por ese coté surrealista que tuvo su elección, igual que la de Fujimori en Perú. Y ahora parece que nos están copiando en Estados Unidos: ¡quieren elegir a un negro!”
La espiritualidad es un tema que predomina en su discurso:
—No soy católico, pero rezo a un Dios que no tiene nada que ver con las religiones, aunque el arte debe ser religioso. En el siglo de Pericles había veinte dioses ¡y qué buen arte! Porque lo artístico está relacionado con la creatividad y Dios es el Big Bang. Los artistas que no creen se debilitan, los existencialistas eran todos ex católicos y el ateo que ha nacido católico tiene un Dios que le ronronea siempre. Tengo un tío que puede ser un santo, Demetrio Bravo, mi tío favorito. Además, un primo hermano arzobispo y otra prima que es directora de las Carmelitas Descalzas. Pero vivo hace treinta y seis años en un país islámico y el Islam es la religión más potente del siglo XXI. Mis amigos árabes tratan de convertirme, mis parientes católicos también, leo mucho sobre Buda y a los ateos como Voltaire porque, en el fondo, ellos también buscan a Dios. La búsqueda del infinito, del Más Allá, es una obsesión en mí que va a la par con mi obsesión por la pintura. Ahora estoy haciendo un libro sobre los santos en Marruecos con el escritor Tahar Ben Jelloun, saldrá a principios del 2009.
¿Piensa en la muerte?
—Continuamente. Estoy preparado para morir, si le viene la gana a Dios. Morir terminará con mi angustia de la creatividad, será acostarme y dormir bien eternamente. Estoy listo porque he cumplido con mis dones. Aunque conservo la pretensión de creer que aún puedo crear cosas maravillosas, no estoy agarrado a la vida.
¿Se siente bueno?
—Muy bueno, ayudo a todo el mundo. Continuamente entrego consejos a pintores, arquitectos, doy clases de arte gratuitas, recomiendo a chilenos en galerías. Eso nunca lo hicieron conmigo.
¿Y a usted, quién lo ayuda?
—En los últimos veinte años, absolutamente nadie. Lo único que he recibido han sido ataques porque yo nací con éxito y la gente de mucho éxito genera envidia. Ha sido el sino de mi vida. Hay críticos, galeristas, intelectuales, hasta directores de museos, que han tratado de hundirme. Pero una cosa me salva: el público me adora y donde expongo, cae, rendido, a mis pies. VD
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