DADÁ
El Pompidou se rinde a Dadá
Mil obras de cincuenta creadores reflejan la corriente que revolucionó el arte
ÓSCAR CABALLERO - 03/10/2005 París Más de mil obras de 50 artistas, una instalación sonora firmada por Ircam, 2.200 metros cuadrados, el despliegue de la colección del Museo Nacional de Arte Moderno, una de las más ricas del mundo junto con la del MoMA (que presta cien piezas): todo esto es Dada, la exposición que abre mañana el Centro Pompidou - asociado con el MoMA y la Galería Nacional de Arte de Washington, que la recibirán después, modificada- sigue la línea de las grandes citas históricas e interdisciplinarias del centro cultural parisino. En este caso, para "proponer una relectura del gran movimiento internacional de la primera mitad del siglo XX". Laurent Le Bon, comisario francés de Dada, se jacta de "presentar un panorama dinámico que conjuga pintura, escultura, foto, collage, fotomontaje, documentos gráficos, grabaciones y filmes, abarcando el periodo íntegro, desde la fundación del cabaret Voltaire en Zurich, en 1916, hasta 1924, cuando la mayoría de los grupos dadaístas se han disuelto". Lógicamente, se trata de un viaje por Europa (Zurich, Berlín, Hannover, Colonia, Bélgica, Italia, Holanda y naturalmente París), con alto en Barcelona (exposición Dalmau en 1922) y extensiones a Japón y Nueva York. Y de nombres propios, también: Tzara, Man Ray, Picabia, Arp, Grosz, Schwitters, Ernst, Duchamp, Aragon, Breton, Eluard... Y menos célebres, pero muy Dada: Heartfield, Ball, Hausmann, Baader, Crotti, Marcel Janco... Y muchas mujeres: Hannah Höch (fotografiada por Man Ray ante su Tête dada, de 1920); la norteamericana Clara Tice, cuyos dibujos de mujeres desnudas acompañadas de animales, ilustración de los cuentos eróticos de La Fontaine, secuestrará la policía; su compatriota Beatrice Wood (en 1917 cubre el sexo de la mujer dibujada con un jabón de verdad); en Hannover, Kate Steinitz revoluciona la tipografía... Si los dadaístas, conmovidos por la carnicería de cuatro años de batallas, anticipan aquello de hacer el amor y no la guerra, predican un "apocalipsis, no", las mujeres del movimiento brillan con luz propia - Tzara propone en 1920 el estatuto de presidentas-, pasan de ser "aficionadas con talento" a colegas del artista. Y cuando se emparejan con uno de ellos, "no se trata de un ideal de fusión amorosa, como en el surrealismo - dice Le Bon-, sino de un par de individualidades que van juntas por el arte y la vida". Demostración práctica : los dúos de Sophie Taeuber y su marido Jean Arp ; los fotomontajes de Hannah Höch y su compañero Raoul Haussmann. Como hay que vivir, la Höch realiza patrones de bordado para una revista femenina y tras la publicación los tijeretea para componer collages políticos. Y las doce horas diarias en la fábrica no impiden a Emmy Henningh cantar, bailar y recitar, cada noche, en la cuna de Dada, el cabaret Voltaire, que funda con Hugo Ball. Porque "los Dada fueron tan creativos en literatura como en plástica", Leah Dickerman, conservador de la Galería National de Arte, guía la visita entre libros, revistas, octavillas, carteles, manuscritos y fotografías, fruto de la colaboración de las bibliotecas Paul Destribats y sobre todo la Jacques Doucet, fundada en 1913. La muestra se prolonga mediante un catálogo absolutamente dadá por lo desmesurado - 1.024 páginas, unas 2.000 ilustraciones-, mezcla de guía de teléfonos y diccionario, que gracias a Matt S. Witkovsky aporta "la cronología más documentada" y una "bibliografía exhaustiva", según Le Bon, que coordinó la masa. Todo ello en un alegre desorden escasamente francés, como la propia exposición, cuyas cuarenta salas - una entera para la Dalmau- reconstruyen un tablero de ajedrez, el más dadá de los juegos, sin seguir el habitual orden cronológico. Mejor aún: el viaje termina en 1924, en una gran sala, vacía, pero que se abre a París, desde los ventales del sexto piso del centro.
ÓSCAR CABALLERO - 03/10/2005 París Más de mil obras de 50 artistas, una instalación sonora firmada por Ircam, 2.200 metros cuadrados, el despliegue de la colección del Museo Nacional de Arte Moderno, una de las más ricas del mundo junto con la del MoMA (que presta cien piezas): todo esto es Dada, la exposición que abre mañana el Centro Pompidou - asociado con el MoMA y la Galería Nacional de Arte de Washington, que la recibirán después, modificada- sigue la línea de las grandes citas históricas e interdisciplinarias del centro cultural parisino. En este caso, para "proponer una relectura del gran movimiento internacional de la primera mitad del siglo XX". Laurent Le Bon, comisario francés de Dada, se jacta de "presentar un panorama dinámico que conjuga pintura, escultura, foto, collage, fotomontaje, documentos gráficos, grabaciones y filmes, abarcando el periodo íntegro, desde la fundación del cabaret Voltaire en Zurich, en 1916, hasta 1924, cuando la mayoría de los grupos dadaístas se han disuelto". Lógicamente, se trata de un viaje por Europa (Zurich, Berlín, Hannover, Colonia, Bélgica, Italia, Holanda y naturalmente París), con alto en Barcelona (exposición Dalmau en 1922) y extensiones a Japón y Nueva York. Y de nombres propios, también: Tzara, Man Ray, Picabia, Arp, Grosz, Schwitters, Ernst, Duchamp, Aragon, Breton, Eluard... Y menos célebres, pero muy Dada: Heartfield, Ball, Hausmann, Baader, Crotti, Marcel Janco... Y muchas mujeres: Hannah Höch (fotografiada por Man Ray ante su Tête dada, de 1920); la norteamericana Clara Tice, cuyos dibujos de mujeres desnudas acompañadas de animales, ilustración de los cuentos eróticos de La Fontaine, secuestrará la policía; su compatriota Beatrice Wood (en 1917 cubre el sexo de la mujer dibujada con un jabón de verdad); en Hannover, Kate Steinitz revoluciona la tipografía... Si los dadaístas, conmovidos por la carnicería de cuatro años de batallas, anticipan aquello de hacer el amor y no la guerra, predican un "apocalipsis, no", las mujeres del movimiento brillan con luz propia - Tzara propone en 1920 el estatuto de presidentas-, pasan de ser "aficionadas con talento" a colegas del artista. Y cuando se emparejan con uno de ellos, "no se trata de un ideal de fusión amorosa, como en el surrealismo - dice Le Bon-, sino de un par de individualidades que van juntas por el arte y la vida". Demostración práctica : los dúos de Sophie Taeuber y su marido Jean Arp ; los fotomontajes de Hannah Höch y su compañero Raoul Haussmann. Como hay que vivir, la Höch realiza patrones de bordado para una revista femenina y tras la publicación los tijeretea para componer collages políticos. Y las doce horas diarias en la fábrica no impiden a Emmy Henningh cantar, bailar y recitar, cada noche, en la cuna de Dada, el cabaret Voltaire, que funda con Hugo Ball. Porque "los Dada fueron tan creativos en literatura como en plástica", Leah Dickerman, conservador de la Galería National de Arte, guía la visita entre libros, revistas, octavillas, carteles, manuscritos y fotografías, fruto de la colaboración de las bibliotecas Paul Destribats y sobre todo la Jacques Doucet, fundada en 1913. La muestra se prolonga mediante un catálogo absolutamente dadá por lo desmesurado - 1.024 páginas, unas 2.000 ilustraciones-, mezcla de guía de teléfonos y diccionario, que gracias a Matt S. Witkovsky aporta "la cronología más documentada" y una "bibliografía exhaustiva", según Le Bon, que coordinó la masa. Todo ello en un alegre desorden escasamente francés, como la propia exposición, cuyas cuarenta salas - una entera para la Dalmau- reconstruyen un tablero de ajedrez, el más dadá de los juegos, sin seguir el habitual orden cronológico. Mejor aún: el viaje termina en 1924, en una gran sala, vacía, pero que se abre a París, desde los ventales del sexto piso del centro.
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